Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
20 marzo, 2014
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Hablo de la ciudad inmensa, realidad diaria hecha de dos palabras: los otros, y en cada uno de ellos hay un yo cercenado de un nosotros, un yo a la deriva”
Octavio Paz
Hablo de la ciudad es el título de un poema de Paz en el que la describe como novedad de hoy y ruina de pasado mañana, como algo que todos soñamos y que cambia sin cesar mientras la soñamos, que nos inventa y nos olvida. Pero el imperativo habla, ciudad, convoca a explicar lo que la ciudad nos dice, a pedirle, quizás a exigirle que nos hable.
El habla de la ciudad no es siempre evidente; algunos pensarán que usa señales e inscripciones, pero también puede emplear códigos y normativas, historias, tradiciones y costumbres. Si en vez de habla dijéramos que toda ciudad tiene su lógica tal vez aquello del habla parecería más claro. Sus maneras de organizarse espacial y socialmente; sus leyes y sus reglamentos; su modo de responder a condiciones más o menos particulares como el sitio, el clima o su propia historia. Eso podría ser la lógica de una ciudad. La retícula ideal que se repite de la ciudad romana a la colonial tiene una lógica particular si se trata de Nueva York o ciudad Neza y la manera como una ciudad se puebla con altas torres tiene lógicas diferentes —y a veces divergentes— sea en Tokio o en Sao Paulo. No es un tema, supongo, de identidad —al menos no en el sentido que ésta sea algo anterior a la construcción de la ciudad y que se exprese en ella— sino de la convergencia de aspectos y características diferentes. Lo singular y específico no son esos aspectos o características que pueden repetirse en distintas ciudades, sino precisamente el que converjan de cierta manera: la trama de Nueva York y la de Neza son similares, pero el resto de las condiciones no. “La identidad de un sitio nunca es una preexistencia, sino el resultado de una construcción”, dice Bernard Cache. Esa construcción tiene una estructura o, dicho de otro modo, una lógica. ¿Esa lógica nos habla?
En su texto ¿Hablan las ciudades? Saskia Sassen pone como ejemplo del habla de las ciudades un auto deportivo, diseñado para correr a altas velocidades, que al llegar a una zona con tráfico pesado se detiene y no puede circular a la velocidad para la que fue pensado. La ciudad habló —talked back, escribe Sassen en inglés. Para Sassen el habla de la ciudad —speech, que también es discurso o lenguaje o expresión— es una capacidad urbana: “la capacidad de alterar, de dar forma, de provocar, de invitar, todo siguiendo la lógica que busca mejorar y proteger la complejidad y la condición de ser siempre incompleta de la ciudad”.
¿Podríamos decir que toda lógica es una forma de hablar? Quizás ahí habría una voluntad excesiva de ir hasta lo que de habla tiene el término griego logos —cuenta y razón, como lo traducía el filósofo Juan David García Bacca. En su libro El edificio de la razón, Jaime Labastida traduce y explica una fórmula de Heráclito de la que se han ofrecido, pese a su brevedad, muchas versiones. Él la traduce así: no es mío lo que oyen, sino de la Razón. Labastida explica que ahí, en la frase de Heráclito, surge un sujeto, un personaje ficticio pero importantísimo en occidente: la Razón, ese logos griego que es al mismo tiempo lenguaje y palabra, cuenta y razón, de nuevo, y que es, agrega, un bien común, compartido. Así Labastida le da un giro más a la frase de Heráclito: “lo que yo digo es verdad no porque sea yo quien lo dice, sino porque está conforme con una estructura común: la del lenguaje o de la razón”. ¿Podemos también decir, como lo hace el título de este texto, que no soy yo el que habla sino que es la ciudad? ¿Habla la ciudad por mí en vez de yo por ella? ¿Los otros, gracias al habla de la cuidad, hablan cuando hablo hasta convertirnos en nosotros?
La ciudad nos habla, pues, con voces y con reglamentos, pero también con su capacidad misma y, como escribe Manuel Delgado, con murmullos y sonidos: sinfonía de la ciudad, aunque sea cacofónica. Nos habla a los ojos y los oídos pero también al cuerpo entero, como dice Juhani Pallasmaa: “la ciudad y el cuerpo se complementan mutuamente”. En fin, la ciudad nos habla de vuelta, la entendamos como una construcción física —la urbe— o como un complejo social y político. Nos habla de vuelta y habla por nosotros, en nosotros. Su voz es de muchos, habla legión: esos otros de los que habla Paz, “un yo cercenado de un nosotros, un yo a la deriva”.
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