19 septiembre, 2018
por Arquine
Presentado por:
Diálogo en dos registros
Gabriel Visconti / Orlando Vázquez
Santiago de León de Caracas, es de esas ciudades no exenta de discusiones y debates. Nos referiremos en específico a la producción de su espacio urbano, desde sus orígenes geográficos y culturales —las interpretaciones soportadas en el modelo de cuadrícula, los esquemas de gestión y desarrollo— a la ciudad hoy, con sus retos en presente y futuro. Numerosa literatura especializada aborda este tema y manejan estudios técnicos e indicadores locales, regionales y globales, con los que cualquier ciudadano caraqueño podría hacerse de una idea, o no. Invitamos a revisarlas, podría ser de su interés. Ha sido el nuestro también. En nuestro caso porque —aunque no decidimos nacer acá— hemos escogido a Caracas como lugar de residencia. Pero vivir una ciudad entrega otro tipo de aprendizaje.
Caracas es decididamente imprecisa.
Vivir en Caracas nos ha enseñado, entre particularidades y contradicciones, que esta ciudad es siempre “algo otro,” es decididamente imprecisa. Quizás porque, por ejemplo, su imagen emblemática —accidente geográfico, hermoso y cómplice de mucho— se debate a razón de dos nombres que pretenden significar cosas distintas para una misma montaña: el Ávila ó Waraira Repano. Quizás porque la imagen emblemática de la ciudad no la hemos fabricado nosotros. Quizás porque la ciudad no es solo “algo.” Quizás porque Caracas, más que un espacio, es una forma de ser. Acá interesa detenerse. En efecto la ciudad no es “algo”: montaña, existente o construido, bicicleta y autos, acuerdo o imposición, acera y peatón, parques, conexiones y fracturas, río o cloaca, herencia y demolición, planificado o realidad, edificios. Caracas no es “algo.” Y es ese “no ser,” por contradictorio que parezca, su forma de ser o hacerse.
Esto recuerda un fragmento del texto lúcido escrito por José Ignacio Cabrujas llamado La Ciudad Escondida, el cual es referencia de cita obligatoria sobre Caracas: “Somos la maqueta de una ciudad universal, incapaz hasta ahora de encontrar su financiamiento. Todo lo que hemos levantado nos pareció en algún momento cierto, pero sólo con la certeza del parecido. En el fondo somos la literatura de una ciudad que debe existir a trocitos en el resto del planeta.” Continúa y precisa: “Eso es lo que somos.” Lo que Cabrujas precisa nos asoma cómo proyectos, inadecuación, promesas inconclusas y, sobre todo, provisionalidad. Construye un constante: “aquello posible,” donde la ciudad es siempre una pregunta abierta, una ciudad abierta. Esta condición que a lo largo del tiempo histórico se ha dado —la ausencia de preocupación por la permanencia- constituye rasgo y oportunidad, potencia y posibilidad, hacia su propia transformación. Sencillamente porque muestra lo que la funda. Definitivamente para que lo nuevo pueda encontrar su lugar, en Caracas, tiene primero que estimular a ver de una forma diferente lo preexistente, su naturaleza, su inteligencia secreta.
Caracas es menos ciudad.
Vivir en Caracas nos ha enseñado, entre recorridos y extravagancias, que esta ciudad es más pequeña que el mapa que la contiene; es menos ciudad. Quizás porque, por ejemplo, andar por ella puede suponer el logro de un objetivo que no da oportunidad para el reposo. Quizás porque el andar por ella, el trayecto, ha reducido su significado. Quizás porque hemos perdido el sentido del contacto. Quizás porque lo público en Caracas dejó de ser espacio de relación.
Un territorio fragmentado, construido como suerte de archipiélago, fragmenta la práctica ciudadana. Fragmenta la relación cuerpo-ciudad. No obstante, por difícil que sea o parezca, es imprescindible. Nos referimos a rencontrarse con el contacto,y confrontar la desazón. Dicen Cheo Carvajal y Juancho Pinto a propósito de esto en su libro Caracas a Pie, que es en la calle “que hemos encontrado la ciudad real, la de todos los días, sin necesidad de pegarnos un corazón en el pecho exaltando el manido Ávila, I love you. Caminándola hemos visto lo ordinario y lo extraordinario, lo que se repite y lo singular, hemos saltado del detalle a lo panorámico. Hemos atestiguado cómo mientras la ciudad se ha ido expandiendo, paradójicamente se ha ido reduciendo a una suma de territorios.” La apuesta de Cheo y Juancho a “ese husmear, centrado en la práctica de caminar la calle,” no es otra cosa que una invitación a callejear: deriva. Todo esto sin suponer ingenuidad o inocencia alguna.
Y es que callejear implica al menos dos condiciones. La primera relativa al movimiento en tanto que recorrer conociendo; la segunda relativa al tiempo en tanto que atención y velocidad. Callejear es una coreografía —abierta, nunca rígida. Callejear podría suponer la coreografía de la cercanía, del contacto. El espacio público, es entonces el escenario de todo lo anterior, léase bien: todo. Es en el encuentro con “el otro” o “lo otro” que esta superficie nos enriquece y muestra su enorme potencial transformador. La buena vida es pública, dice un conocido, y estamos de acuerdo. Cuerpo a cuerpo, tú a tú, se construyen conexiones que articulan la dimensión física de la ciudad con la experiencia, callejeando.
Caracas… mientras tanto.
Esta ciudad necesita ser practicada de cerca, con roce. Porque es —y está dispuesta a hacerse— siempre inatrapable.
Este texto se publicó en Arquine No. 67 | Habla Ciudad, con motivo de la primera edición del Festival de Arquitectura y Ciudad MEXTRÓPOLI. Aparta la fecha y acompáñanos a vivir la ciudad extraordinaria en su próxima edición que tendrá lugar del 09 al 12 de marzo de 2019.