29 agosto, 2018
por Inês Salpico
Si tan sólo fuera siempre verano. Pero no. El invierno llega tarde o temprano, débil al principio para nuestra decepción, al final implacablemente húmedo. Se cuela bajo tu piel hasta los huesos de un modo que el frío seco del norte no logra hacerlo. Como si el plácido Mediterráneo necesitara vengarse de ser sólo escenario turístico, alineado por caminos contra los que me sitúo. La gente viene aquí escapando de parajes más fríos y duras rutinas, para vivir la promesa de un verano eterno y de una fiesta eterna, pero cuando el sol empieza a ponerse en las calles y languidece sólo queda la nostalgia de un sueño soñado a medias. Ya no adormecidos por esos días de sudor y cervezas, estos soñadores temerarios se convierten en presa fácil: yo, ciudad travestida de metrópolis, punzo con el filo defensivo de un provincianismo insospechado. Herida por la rapiña del turismo y debilitada por una crisis sin nombre, dejo caer la máscara de amable anfitrión. Las tiendas cierran los domingos y las calles son una enfilada de persianas cerradas; los chiringuitos que perforaban la playa con su ritmo de música dance desaparecen, dejando sólo la superficie funeraria de la arena limpia sobre la que las largas sombras del invierno dudan en descansar; edificios modernistas crecen, como poseídos, con sus gárgolas alargadas por la luz oblicua. Observen, transeúntes sin rumbo —sin demasiado dinero en los bolsillos—, buscando la quimera de un paraíso a su alcance. No soy tan accesible y no tengo lugar para ustedes. Esperen, no es cierto: tengo un lugar para ustedes —hay lugar para todos en cualquier esquina del Mediterráneo— pero no tengo lugar para que sus sueños se hagan realidad. Este es un lugar de sueños suspendidos, de sueños eternamente en obra. Especialmente si quienes los sueñan son somnolientos —adormecidos por la humedad o atontados por el alcohol ingerido.
Soy, de hecho un sueño. Escuchen mi nombre —Barcelona— y el eco de miles de proyectos y promesas seguirá. La ciudad que imaginan no existe. Lo que piensan de mi y el hecho de que piensen fascinados y deseosos en mi, es el cuerpo mismo de su sueño. El cuerpo de lo que finalmente soy. Soy ese sueño.
¿Ven cómo, en el invierno, el mar se lleva la arena? La playa misma es una construcción de lo que no es pero debiera ser. La costa se convierte en un recuento de ella misma y en un recuerdo de un esfuerzo por venir: habrá que traer nueva arena en la primavera. Así que sí: soy la reconstrucción permanente de mi misma. Soy la reconstrucción permanente de un sueño. Una playa falsa, una falsa apertura al mar, una falsa apertura al mundo. Un puerto que guarda sus montañas que se niegan a exponerse a la costa. Mi verdadero yo —si lo hay— está más allá, tierra adentro, donde las montañas se elevan y los hombres pueden ocultarse.
Esta es la ciudad de todos y de nadie. Serán extranjeros por siempre. Fugitivos prendidos de sueños no cumplidos. Ustedes, sean lo que sean y llámense como se llamen —expatriados, inmigrantes, locales, turistas— son la tripulación de un barco itinerante encallado indefinidamente en el mismo puerto. Contentos en principio con el alivio fácil, saben que no pueden quedarse. Este no es un puerto final, no es una tierra prometida. Deberán partir cuando el cielo aclare. ¿Pero lo harán? Se pertenecen unos a otros, no a mi. Y les he mostrado a todos el otro lado de la fábrica feos sueños, las feas entrañas de la ilusión, los cadáveres de la esperanza dentro de gloriosos ataúdes firmados por arquitectos alguna vez famosos.
Si tan sólo fuera verano. Pero lo es. Los turistas se apiñan en las calles sudando el sudor grasoso de vuelos de bajo costo y cerveza barata. Los carteristas festejan en la carne de enormes y falsos bolsos de lujo. ¡Ah, y lloro!, llevada al límite, aliviando la peste de alcantarillas en las calles y tratando de repeler la multitud y protegerme. Sin provecho. Estos paseantes no están “aquí”. Están dentro de un sueño de mi. ¿Cómo quieren que tenga lugar para todos y todas sus ansias violentas?
El verano debiera ser la temporada en la que los lemas de publicista se vuelven realidad. El verano debiera ser la temporada cuando los proyectos se terminan. “Tesoro modernista”, “Ciudad inteligente”; “Centro del diseño”, forums, festivales, ferias… Ecos. Voces frágiles que siguen mi nombre —“Barcelona”— sólo para quedar suspendidas, esperando aterrizar en la realidad. ¿Pero qué y cuál realidad si soy un sueño?
¡Ah!, pero me divierto con ustedes, soñadores. Juego con ustedes, intento controlarlos con la crueldad de una madre sin hijos. ¿Han notado cómo no les dejo caminar en línea recta? ¿Cómo los hago vagar por callejones y calles cerradas; cómo deben zigzaguear las esquinas achaflanadas el Ensanche; cómo siempre deben apurarse para cruzar la calle y no ser atropellados por un conductor apresurado? No es azar. Pura ironía perversa. Atrévanse a hurgar en mis entrañas, en las oscuras entrañas más allá del falso brillo del puerto y encontrarán un lugar para cada uno. La mayoría se ha perdido en el Parque Güell sin atreverse a ir más allá.
Este texto se publicó en Arquine No. 67 | Habla Ciudad, con motivo de la primera edición del Festival de Arquitectura y Ciudad MEXTRÓPOLI. Aparta la fecha y acompáñanos a vivir la ciudad extraordinaria en su próxima edición que tendrá lugar del 09 al 12 de marzo de 2019.