José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
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23 agosto, 2016
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
Las posibles lecturas contemporáneas sobre el hogar podrían estar espoleadas por la crisis global de la vivienda, o bien, por la manera en que ciertas propuestas constructivas modifican las interacciones humanas –a la manera de Chris Ware y sus Building Stories, un relato impecablemente ejecutado, aunque efectista, sobre el aislamiento experimentado en los conjuntos habitacionales. El relato que plantea Paco Roca, novelista gráfico valenciano, sobre la casa es uno donde este sitio se concibe como un espacio para guardar silencio, charlar, comer, dormir y crecer: una casa que se habita al margen de las coyunturas de la arquitectura.
Publicada en 2015, la última entrega del artista se titula, precisamente, La casa. La trama, sostenida en viñetas sin diálogo y en analepsis cuya constancia es, en apariencia, no comunicar –un personaje mira una mesa desocupada y vuelve a su memoria una reunión familiar– mantiene en el centro a las personas que construyeron experiencias y afectividades a partir de las inmediaciones espaciales en donde se desarrollaron. La narrativa podría resumirse: después de la muerte de su padre, tres hermanos regresan a la casa donde crecieron con las intenciones de venderla. En cuanto comienzan a recorrerla, observando sus envejecimientos, inicia una revisión de lo que es su personalidad como adultos a la luz de lo que fueron sus dinámicas familiares. La casa y los objetos que alberga no fueron una imposición sobre sus respectivas vidas, sino que adquirieron significados a partir de la crianza que tuvieron los personajes. El nexo entre su crecimiento y el espacio se conecta a través de la referencia de su papá como un constructor incansable; el padre mantuvo a su familia construyendo en un terreno heredado aspiraciones sociales –Roca hace referencia a una pérgola, mobiliario que funcionó como una materialización de estatus para el padre- y sus deseos por proveer de un patrimonio a sus hijos. Los hermanos, se consigna en la historia, vivieron su infancia y los inicios de su adolescencia “como casi toda la clase media de esos años”: levantando un muro o haciendo reparaciones. Las viñetas, que referencian formas de construcción autodidactas –a veces el padre, ante su carencia de materiales, utilizó los que se acercaban en funciones a los espacios que quería-, narran los significados que ese terreno comenzó a adquirir en una obra que permaneció inacabada hasta la partida de los hijos. El jardín, por ejemplo, era un espacio de esparcimiento y discusión –en los últimos años de la vida del progenitor, la relación con los hijos fue ríspida. También observamos un contenedor de basura que muestra el pasado de los integrantes de la familia.
El nexo sentimental entre la casa y los hijos, quienes ahora viven en departamentos y alquilan espacios para llenar sus necesidades familiares, como sus vacaciones en la playa, se retoma brevemente durante esa visita. Los hermanos consideran rehabitarla, pero sus propias vidas ya se encuentran enraizadas en otra clase de hogares. Pero esa casa fue necesaria para ellos, un terreno decisivo que forjó su memoria y lo que, años después, se consolidaría como su personalidad. La casa en la que crecieron, sin ser necesariamente estética, significó a partir de la vivencia.
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