5 septiembre, 2014
por Arquine
por Pablo Martínez Zárate | Instagram: @pablosforo
Esta semana llegó a salas H2Omx, documental que aborda el problema del agua en la capital mexicana. La cinta bajo dirección de José Cohen, en colaboración con Lorenzo Hagerman, explora a partir de distintas aristas los retos que la ciudad enfrenta para sortear un futuro catastrófico.
Una de las bondades del documental, además de su lenguaje audiovisual sumamente cuidado y su narrativa tejida con oficio e inteligencia, es el amplio espectro de sujetos y situaciones que retrata. Desde las autoridades o los especialistas en la materia hasta historiadores o residentes que padecen problemas relacionados con este líquido que para algunos será el oro del futuro, la película provoca inevitablemente una reflexión profunda en el espectador sobre cómo tomar acción y por qué resulta prioritario tanto en la familia como en la clase política actuar de inmediato.
La panoplia de escenarios que registra nos permite además imaginar la complejidad del problema (partiendo de la geografía de la cuenca endorreica sobre la que se extiende la ciudad, la escasez en poblaciones satelitales y la importación de cuerpos de agua aledaños a la entidad, hasta el agotamiento de los mantos freáticos, los riesgos topográficos, los problemas de salud por la alta toxicidad del agua y la irrigación insalubre de alimentos en territorios cercanos a la capital y de cuyas tierras nos alimentamos millones de capitalinos). Al mismo tiempo, confirma cuán fructífero es trascender los nichos disciplinares cuando existe la necesidad de representar un problema común. La pregunta que nos asalta tras ver la cinta, casi sin escapatoria, es: ¿estamos todavía a tiempo de actuar?
H2Omx es un ejemplo más de la narrativa audiovisual orientada a problemas urbanos con el fin de sacudir al espectador de su letargo rutinario y empujarnos a todos, como individuos y como parte de una comunidad con intereses comunes, con necesidades de supervivencia y bienestar que nos hacen igual e irremediablemente humanos, a cambiar el curso de los acontecimientos. No se trata ya siquiera de “mejorar el mundo”, se trata inclusive de mantener al mundo mismo; no de cambiar el futuro, sino de que exista tal futuro.
¿Estamos ante el fin de la ciudad más antigua del continente? La ciudad de los lagos que maravilló a tantos hombres de mundo durante siglos, ¿morirá de sed y de enfermedades relacionadas con la contaminación del ambiente? Hay algo que, más allá de nuestra disciplina y de nuestra ambiciones, tenemos que entender de una vez por todas: agua y verdor no son consignas hippies, son condiciones para la vida de cualquier organismo, hasta para las ratas humanas de ciudad que no ven más allá de su parabrisas y de su billetera. En nuestro lecho de muerte, ni el auto ni el billete nos librarán de nuestra condena. Mejor tomar acción para, por lo menos, no morir culposos, como el pobre Enrico Martínez en 1632.