Inflexiones: convertirse en lo que aún está por ser
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¡Felices fiestas!
23 mayo, 2019
por Andrea Griborio | Twitter: andrea_griborio | Instagram: andremonida
Quizás la huella más indeleble que dejó Latinoamérica en el número 35 de la Rue de Sèvres haya sido la del colombiano Germán Samper Gnecco. Egresado en 1948 de la Universidad Nacional de Colombia, conoció a Le Corbusier en una de las conferencias que dictó el maestro franco suizo en el Teatro Colón, en uno de los cinco viajes que éste realizó entre 1947 y 1951 a la capital colombiana, mientras desarrollaba el Plan Piloto de Bogotá. Este acercamiento le sirvió de impulso para solicitar una beca y mudarse junto con su esposa a París en 1949 para iniciar lo que serían cinco años de fructífera práctica trabajando con el maestro, a quien describía como “un visionario del futuro urbano, la cabeza del movimiento moderno, un revolucionario y un Quijote a la vez, un combatiente, un luchador que intervino en todos los temas, desde la ciudad, la arquitectura y el mobiliario; además pintor, escritor, poeta, un autodidacta, por tanto sus apuntes de viaje y sus propios escritos fueron su biblia.”
Esta experiencia y su paso por una Europa convulsa, llena de enseñanzas y de viajes por ciudades que eran museos vivientes para un arquitecto, permitieron construir el perfil de sus intereses, los de un personaje que luego se convertiría en el autor de una serie de propuestas claves para el desarrollo y la transformación de las principales ciudades colombianas, de la mano de la firma Esguerra, Sáenz y Samper de la que fue socio durante cuarenta años, y donde su principal aporte y preocupación siempre estuvo en torno a la construcción de la ciudad desde la vivienda.
No es casual que la vivienda y la ciudad sean los temas que obsesionaron a Samper a lo largo de su vida, fueron también los temas centrales de las once versiones de los CIAM que se realizan entre 1928 y 1959 y a los cuales el colombiano tuvo acceso, participando activamente en los de Bérgamo (1949), Hoddesdon (1951) y Aix-en-Provence (1953), siendo en el CIAM inglés donde conoció a Balkrishna Doshi, un indio que recomendó con Le Corbusier —“al ver que sus dibujos eran buenos”— dado que en el despacho se estaba iniciando el proyecto de Chandigarh. Doshi y Samper se volvieron a encontrar hace un año en la ceremonia de entrega del Premio Pritzker a Doshi, un reconocimiento a esos años en los que se soñaba la modernidad desde la Rue de Sèvres.
Para Samper, como diría María Cecilia O’Byrne, “proponer barrios es proponer trozos de ciudad” y esto lo expone en los 32 proyectos de vivienda colectiva en los que trabajó a lo largo de su carrera, siendo el proyecto del barrio La Fragua, de 1958 —desarrollado junto con su esposa Yolanda Martínez quien realizó la gestión social— con el que se dio inicio a lo que sería el principal enfoque de su trabajo, la vivienda productiva —expresión acuñada por las Naciones Unidas—, esto es, la búsqueda de cómo ofrecer a los habitantes un tipo de vivienda que pudiera resolver también sus problemas de ingresos económicos. Pensó por tanto una arquitectura capaz de crecer de modo progresivo, flexible y a la vez productivo, acompañando la evolución de la familia. Un claro antecedente para lo que años después desarrolló Alejandro Aravena desde ELEMENTAL.
Hablar de Recinto Urbano, la humanización de la ciudad —libro que publicó en 1997—, de vivienda baja de alta densidad o de autoconstrucción dirigida, es ahondar en el trabajo de Germán Samper, quien cuando en 1967 fue seleccionado para participar en el concurso PREVI, convocado por las Naciones Unidas en Lima, recordaba: “es un privilegio. No fueron escogidos arquitectos estrella. […] Todo estaba planeado para profundizar en la tendencia ya corriente de algunos profesionales de buscar nuevos caminos en el campo de la vivienda individual de alta densidad.” Esa búsqueda sigue siendo el reto de nuestras ciudades, las reflexiones de Samper hoy quedan plasmadas en sus libros, artículos, conferencias, entrevistas y sobretodo en los habitantes de los proyectos que desarrollo con la convicción de que la realidad siempre puede ser otra, mejor.
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