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¡Felices fiestas!
12 noviembre, 2015
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
En una conferencia a la que pude asistir de hace ya algunos años, el chileno Alejandro Aravena apuntaba dos estrategias esenciales para realizar un ejercicio de arquitectura frente a la inmensidad del desierto: encerrarse sobre sí mismo, creando límites que pudieran contener un espacio y otorgaran cierta dimensión aprehensible; o alzarse frente a la línea del horizonte, generando un hito vertical desde el que marcar un eje en la distancia y donde crear un punto de observación desde el que dominar con la vista el territorio.
Para ilustrar este segundo punto, Aravena se servía de una antigua imagen de la arqueologa María Reiche –llamada en realidad Viktoria María Reiche-Große Neumann– quien, subida a una escalera de mano, se atrevía a ver más allá de lo visible y descubrir al mundo las impresionantes líneas de Nazca, una imponente construcción humana que parece hecha para ser vista por los dioses.
Las expresiones de Nazca suponen, sin duda, un antecedente a diversas prácticas artísticas desarrolladas durante la segunda mitad del siglo XX y que Rosalind E. Krauss teorizó en su célebre ensayo La escultura en el campo expandido. Krauss se percató que muchas intervenciones de aquella época se encontraban en un lugar intermedio entre la escultura, la arquitectura y el paisaje, de tal forma que resultaba difícil definirlas dentro de un campo exclusivo. Así, los trabajos de Land Art o Earth Art realizados por los ahora celebres Michael Heizer, Walter De María, Robert Smithson, Robert Morris o Nancy Holt se ubicaban en los gigantescos terrenos del desierto americano realizadon esculturas que permitían al ser humano relacionarse con cierta dimensión cósmica del lugar. El simple acto de ubicarse en esos espacios naturales de límites abiertos y ejecutar una construcción supone una forma de acción: trazar un punto (o realizar una línea o levantar un hito) que, desde entonces, ya era diferente al resto; emplazarse en el paisaje es, quizás, el primer acto de la arquitectura. Así, las dos estrategias definidas por Aravena son, en realidad, la misma: hacer frente a la magnitud del territorio creando una diferenciación.
Pase al paso del tiempo y de la cantidad de ejercicios realizados, hoy el desierto sigue inconmensurable y los retos que abre su ocupación continúan siendo tan grandes como entonces. La diferencia es quizás el contexto. Atrás queda el desierto del continente americano y ahora la realidad centra su mirada en el Medio Oriente, que, gracias al apoyo –casi ilimitado– del dinero del petróleo se ha empeñado por ocupar el desierto. Sea desde la construcción de enormes edificios o ciudades o comisionando obras que le den un nuevo sentido dimensional al lugar. Así, el pasado año se presentaba East-West/West-East de Richard Serra, ubicada en la Reserva Natural de Brouq, aproximadamente a sesenta kilómetros de Doha.
Situado en un corredor natural formado por mesetas de yeso, el conjunto de East-West/West-East se extiende por más de un kilómetro, cruzando la reserva natural hasta las aguas del Golfo. East-West/West-East son cuatro placas de acero de entre 14.7 y 16.7 metros de altura; unas medidas relacionadas con la topografía del lugar de tal forma que queden niveladas unas con otras y, a la vez, con la altura de las mesetas circundantes. Pese a la distancia, su altura permite que las placas puedan ser observadas y recorridas desde cualquier extremo.
Esta obra de Serra no es la única realizada por un renombrado artista en suelo catarí. East-West/West-East se une a The Miraculous Journey, de Damien Hirst, o a Maman, de Louise Bourgeois. Piezas que buscan, como se apuntó, posicionar al país en la mira del arte contemporáneo. Sin embargo, frente a estas, la obra de Serra considera la realidad física del paisaje y lo convierte en una experiencia espacial en sí misma.
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