11 julio, 2016
por Arquine
En 1963 R. Bucky Fuller dijo en un congreso de la UIA con sede en la Ciudad de México, que se vislumbraba como crisol de una Revolución Moderna, intentando con eventos de este calibre lanzar a este país como un jugador dentro del Juego Planetario de la distribución de riquezas y componentes con los cuales nuestro (miope) universo es medido.
Richard (‘Bucky’ para los demás) lanzaba el reto (World Design Initiative) de solucionar las condiciones de desigualdad en el mundo o de las deplorables e inadecuadas condiciones de repartición y uso de recursos para la humanidad en la Tierra; de patrones a partir de un maridaje entre ciencia, diseño y arquitectura (New Design Competence); o bueno, entender que habría que utilizar a la Arquitectura como una posible herramienta de cambio planetario o vivir con las consecuencias. Desde entonces (y creo que desde antes) tenemos nuestra querida carrera en terapia intensiva y lo peor, tiene una visión que no nos permite ver las señales que impriman alguna posibilidad de recuperación.
Nosotros (Torolab) creemos que el contexto ocupa el lugar preponderante sobre las particularidades relevantes para generar la relación de ciudad-arquitectura-humanidad, sin embargo, es grave que la línea de conducción de un entorno a otro mantengan una constante de desigualdad y sus insultantes consecuencias.
Encaremos lo que sea que haya que encarar —con la posibilidad de entender una capacidad de flexibilidad y extensión en el campo de acción y teoría en y para la Arquitectura, y quizá establecer una posibilidad de mediación entre zonas fluidas de prácticas que parecen inconexas y sin embargo, tienen relaciones directas con el entorno de los proyectos. Es aquí donde el entrenamiento (supuestamente recibido por nuestras instituciones académicas) para hacer programas debe dar respuesta a contextos con nuevas condiciones de translocación y mutación en una evolución sostenible de ecosistemas humanos y respondamos con la autocrítica y gestión (y esperemos desarrollo) —que prácticas como la ciencia tienen— y no imitemos procesos fallidos de construcción de ciudad, como las propuestas por nuestras instituciones políticas —que poco hacen por facilitar procesos y mucho hacen por entorpecer líneas claras de respuesta a los mismos. El mismo Bucky en algún momento mencionaba que no había mejor cosa que le podía pasar a un político que convertirlo en astronauta porque quizá así apreciaría la elegante participación de una nueva competencia de diseño funcional que entre más sofisticado, más efectivo y cualquier cosa que estropee el diseño te mata (y a los demás).
En nuestro caso, en Torolab, desarrollamos el proyecto de La Granja, un proyecto sin fines de lucro que trabaja con la comunidad de Camino Verde, uno de los perímetros más violentos de México según reportes oficiales. El proyecto plantea estrategias para combatir pobreza a través de iniciativas artísticas, capacitaciones, intercambio de conocimiento y la generación de modelos que empoderen a la comunidad para obtener transformación social y territorial. Para lograr tener La Granja, participamos -como ciudadanos, en establecer dentro del plan de desarrollo metropolitano un eje estratégico que impulse desde la creatividad proyectos que detonen impactos territoriales; en equipo con gente local, insistimos en una propuesta hecha a la medida de Camino Verde hasta que logramos la aprobación de la intervención; y ahora estamos al frente del programa que propusimos con un resultado que no teníamos forma de preveer: según números oficiales de la Procuraduría General de Justicia, a 6 años de la intervención en Camino Verde, donde La Granja es parte de un esfuerzo colectivo mayor –junto a otras asociaciones el Club de niños y niñas, un Centro Comunitario operado por el DIF, la biblioteca digital de Tijuana Innovadora, instalaciones deportivas; ademas, los crímenes de alto impacto disminuido en 85%.