8 agosto, 2016
por Arquine
(Versión en inglés debajo / English below)
Antes de responder, quisiera comentar sobre el tema del número –Otros frentes– en su conjunto. Aunque claramente bien intencionado, me preocupa dedicar un número a la “arquitectura social”. Toda la arquitectura es inherentemente social, a nivel muy básico, ya que se ocupa de los humanos como seres sociales. Al identificar la arquitectura social como una condición particular, ¿queda implícito que las demás publicaciones de arquitectura no tienen que ver con lo social? O, más bien, ¿tienen permitido todas las demás publicaciones negar, ignorar o marginar lo social por poner en primer plano aspectos estéticos, formales y técnicos? Me temo que la la respuesta a ambas preguntas es sí, en la medida que la arquitectura se glorifica en la reproducción de imágenes sin vida y prosa inmortal. Las dificultades de la vida social son empujadas fuera de la página, fuera de la vista, fuera del pensamiento, permitiendo a la arquitectura jugar con sus obsesiones internalizadas. Frente a esto, siempre he dado por sentado que la arquitectura en su vida social tiene que comprometerse con condiciones externas y, al hacerlo, aspirar a transformarlas.
La condición más relevante con la que debe lidiar la arquitectura es la escasez, lo que implica lo social, lo económico y lo ambiental. Como argumentamos en nuestro libro The Design of Scarcity, es un concepto que está involucrado en todas esas áreas, desde las desigualdades producidas por el neoliberalismo hasta las crisis económicas que resultan de la explotación de los recursos naturales. Si los arquitectos pueden entender mejor las maneras en que se construye la escasez, entonces pueden intervenir mejor en esas construcciones. Un compromiso con la escasez lleva también a la arquitectura, inevitablemente, a un discurso económico, donde muchos de los temas sociales mencionados se producen.
Si la pregunta implica que la arquitectura puede ser capaz de “resolver” las condiciones de pobreza, desigualdad y el colapso ambiental, entonces la respuesta es decididamente no. Esto caería de nuevo en la trampa moderna de un determinismo arquitectónico. Esas condiciones son causadas por un nivel superior de sistemas políticos y económicos. Pero sí, la arquitectura puede y debe involucrarse con estos sistemas de una manera transformadora, actuando como uno de muchos agentes de cambio. Para que esto suceda, como yo y muchos otros hemos argumentado interminablemente, hay que desplazar la atención de los objetos arquitectónicos a los procesos de producción espacial.
Muchos. Cerca de casa está la reconstrucción del Reino Unido tras la Segunda Guerra en condiciones de extrema escasez, cuando arquitectos, keynesianos, sociólogos, educadores, planificadores y muchos más, colaboraron para darle forma al nuevo futuro; la palabra importante aquí es “colaboraron”. Estuvo Neave Brown y su trabajo pionero en el departamento de vivienda de Camden, en Londres. Más recientemente, siempre me ha impresionado la energía y la inteligencia de Cameron Sinclair y sus diversas organizaciones, Arquitectura para la humanidad y Small Works.
Pero, sobre todo, están los héroes desconocidos, para quienes lo social es una parte inherente de su práctica, luchando para lograr mejoras poco a poco. Esas prácticas permanecen ocultas de la cultura arquitectónica dominante, pues sus logros reposan en el campo de la modesta invisibilidad en vez de la excesiva visibilidad. Necesitamos encontrar nuevas maneras para describir ese trabajo, narrativas del cambio que trasciendan la imagen. Sólo entonces lo social en la arquitectura será aceptado como omnipresente en vez de como una excepción cíclica.
Before answering the specific questions, I would like to comment on the theme of the journal as whole. Though clearly well-intentioned, I worry about naming an issue “Social Architecture.” All architecture is inherently social, at the very basic level because it engages with humans as social beings. By identifying social architecture as a particular condition, is there an implication that all other publications on architecture are not concerned with the social? Or, rather, does it allow all other publications to deny, ignore or marginalise the social by foregrounding aesthetic, formal and technical aspects? I am afraid that the evidence is that the answer to both questions is yes, as architecture glorifies in the reproduction of lifeless images and deathless prose. The difficulties of the social are pushed off the page, out of sight, out of mind, thereby allowing architecture to play out, and with, its internalised obsessions. Against this, I have always taken for granted that architecture in its social life needs to engage with externalities, and in so doing aspire to transform them.
The most relevant condition for architecture to deal with is that of scarcity, which brings together the social, economic and environmental. As we argued in our book The Design of Scarcity, it is a concept that is enmeshed in all these areas, from inequalities produced by neo-liberalism to the environmental crises brought about by the plundering of natural resources. If architects can better understand the way that scarcities are constructed, then they can better intervene in these constructions. An engagement with scarcity also inevitably brings architecture into economic discourse, where many of the social issues mentioned are produced.
If by this question it is implied that architecture might be able to ‘solve’ the conditions of poverty, inequality and environmental collapse, then the answer is steadfastly no. This would fall back into the modernist trap of architectural determinism. These conditions are caused by much higher level political and economic systems. But, yes, architecture can and should engage with these systems in a transformative way, acting as one of many agents of change. And for this to happen, as I and many others have endlessly argued, attention needs to shift from the objects of architecture to the processes of spatial production.
So many. Close to home is the reconstruction of the UK following the second world war, when under conditions of extreme scarcity, architects, Keynsians, sociologists, educationalists, planners and more all collaborated to shape a new future – the important word here being ‘collaborate’. Then there was Neave Brown with his pioneering work with the housing department in the London Borough of Camden. More recently, I have always been impressed by the energy and intelligence of Cameron Sinclair, and his various organisations, Architecture for Humanity and Small Works.
But most of all, it is the unseen heroes, for whom the social is an inherent part of their practice, striving for incremental shifts for the better. These practices remain hidden from the mainstream of architectural culture, because their achievements lie in the realm of the modest invisible rather than the excesses of the visible. We need to find new ways of describing such work, of narratives of change that transcend the image. Only then will the social in architecture be accepted as everywhere rather than the cyclical exception.
El número 76 de la Revista Arquine está dedicado a la arquitectura que responde a condiciones de urgencia y que asume una posición explícita y directa ante ciertas condiciones económicas y sociales. Para fomentar el diálogo diversos arquitectos y estudios de todo el mundo lanzaron sus respuestas sobre los compromisos de la arquitectura frente a los fenómenos sociales como la pobreza o la precariedad.