Carme Pinós. Escenarios para la vida
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¡Felices fiestas!
7 enero, 2015
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!
Diciembre de 1976. Gordon Matta-Clark acaba de disparar con una escopeta de aire comprimido que le ha prestado Dennis Oppenheim contra las ventanas de la sala del Institute for Architecture and Urban Studies (IAUS) que iba a acoger la exposición Idea como modelo, curada por Peter Eisenman -por entonces también director del IAUS- y donde el propio Gordon iba a exponer junto a varios arquitectos que, como el propio artista, habían estudiado allí.
Por entonces Matta-Clark ya había destacado en el campo artístico por sus cortes o sus perforaciones sobre edificios generando un vaciado de la intersección entre estos y figuras geométricas imaginadas en el espacio, pero en Window Blow Out la cosa es diferente. El acto de agresión se realiza de manera directa. No existen dibujos previos que analicen ni imaginen un posible resultado. El gesto es más sencillo: apuntar y mover un dedo. ¡BANG! Los martillos y sierras de sus primeras obras, dan paso a un rifle, transformado de arma a herramienta. Peter Eisenman, al enterarse de la crueldad a la que se había sometido a la inocente arquitectura, herida ante sus ojos, entra en cólera, ordena la reparación inmediata de las ventanas y expulsa de la muestra a quien acaba de perpetrar esa vil y deleznable acción que sólo buscaba herir (¿de muerte?) a la arquitectura.
De un plumazo -o un disparo- se visualizan muchas cosas. Una es pasar del objeto a la acción; otra el divorcio entre la arquitectura y el arte contemporáneo; pero hay una más grave, la incapacidad de la propia arquitectura para resolver determinados problemas sociales y al tiempo manifestarlos como ninguna otra. La intención del artista neoyorkino era criticar a sus maestros y sus fallidas arquitecturas, como las viviendas desarrolladas en el Bronx por arquitectos como Richard Meier, miembro afín al IAUS, y donde las ventanas se encontraban en la misma situación que las violentadas en la obra-acción: rotas y echas pedazos, una alusión a un fracaso que no tenía cabida en esa exposición. Matta-Clark desestabiliza la condición hermética de la arquitectura exponiendo literalmente su interior al frío invierno de la ciudad y haciendo que el indeseado aire fresco se cuele en el interior cerrado que ahora, al menos hasta que lo vuelvan a sellar, puede respirar.
Si esta acción de eliminación de materia puede ser vista como una reestructuración de las relaciones entre los espacios —tanto físicos como institucionales— no lo es menos su contrario: la adición de material para tapiar una ventana o una puerta de un edificio o local arruinado. Añadir, cerrar una puerta tras un muro de ladrillo, oculta y separa el interior, que no es otra cosa que un vaciado programático. Tapiar preserva el interior del acceso de posibles ocupaciones indeseadas y, en lugares como España, refleja una cicatriz visible de la actual crisis económica.
Las agregaciones o sustracciones de materia a través de sencillas acciones directas —disparar, tapiar— reconstruyen por absoluto las relaciones de la arquitectura, del edificio, de la ciudad o de la sociedad. Ya sea entre el exterior y el interior, entre su función y su uso real… No hay valor arquitectónico en estas acciones, no hay nobleza en los materiales que se usan o en los restos que queda de los destruidos. No hay dignidad alguna… sólo materia corrupta, abyecta, y humillante que no hace sino denotar el fracaso del hecho arquitectónico. El arte aquí no buscaría sólo desestabilizar la construcción sino también exponer al aire las heridas de la arquitectura.
El fracaso, en cierto modo, nos libera de la carga de responsabilidad con el futuro, regresando a una especie de grado cero desde donde podremos empezar a contar de nuevo. Desde aquí podemos empezar a curar las heridas, poco a poco, sin prisa, atacando profundamente al mal que las causó. Deslizándonos, también, del debate sobre el objeto a la acción.
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