Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
16 julio, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El verdadero formalismo, imaginamos, ha estado bajo sitio por casi tanto tiempo como ha ocupado —y casi merecidamente— el frente del análisis riguroso de las arte y de las ciencias inexactas. Pero en verdad, ese no ha sido el caso. Sólo el formalismo pobre o degenerado —meramente «formalista»— ha atraído el desafío convincente de los modos de análisis más ecuménicos y llamados más intelectuales. Afirmo que los «formalismos pobres» son realmente sólo formalismos no ampliados: métodos analíticos paródicos derivados de las grandes y auténticas innovaciones estéticas y epistemológicas de la tradición moderna y de vanguardia, pero que simplemente hago olvidado que lo son.
Eso lo escribió Sanford Kwinter en un ensayo titulado Who is afraid of formalism? Y es cierto que el formalismo o, para seguir a Kwinter, el formalismo pobre, sólo formalista, no sólo asusta: repele. El crítico ataca diciendo que no puede ser que un edificio parezca un sombrero tirado en un prado y el arquitecto, defendiéndose incluso antes del ataque, explica que esa forma no es mera forma sino que responde a múltiples factores que pueden evidenciarse mediante múltiples diagramas. El problema no es la forma sino su origen, los procesos que la producen o, más claramente, su formación. “Desde el tiempo de los presocráticos hasta finales del siglo XX —dice Kwinter, y podríamos decir que hasta nuestros días— el problema de la forma es, de hecho, una preocupación por los mecanismos de formación: los procesos mediante los cuales patrones discernibles se disocian ellos mismos de un campo don un orden menos preciso.”
En 1977 Rudolf Arnheim publicó un libro titulado The Dynamics of Architectural Form. Arnheim nació el 15 de julio de 1904 en Berlín, cerca de Alexanderplatz. Su padre era fabricante de pianos y esperaba que él siguiera con el negocio, pero Rudolf terminó estudiando sicología y filosofía en la Universidad de Berlín. En 1928 se doctoró y empezó a escribir crítica de arte a partir de las teorías de la percepción de la Gestalt. Se interesó particularmente en el cine y en 1932 publicó su libro Film als Kunst: el cine como arte. También publicó un ensayo en el que comparaba los bigotes de Chaplin y Hitler, tomándose en serio la apariencia del primero —contrariando, por ejemplo, lo que había publicado el crítico vienes Alfred Polgar en el periódico Berliner Tageblatt en un artículo del 16 de julio de 1924, denunciando a los críticos que buscaban encontrar sentido profundo en lo que según él no lo tenía. Mala idea recién llegados los nazis al poder y peor siendo judío. En 1933 se mudó a Roma y al empezar la guerra se fue a Londres. En 1940 llegó a Nueva York. Enseñó en Harvard y otras universidades y siguió escribiendo sobre cine, arte y percepción. Murió a los 102 años el 9 de junio del 2007.
En la introducción a su libro Arnheim dice que tratar sobre la forma visual de la arquitectura requiere una justificación: «¿hay suficientes razones para enfocar tanto la atención en la apariencia de los edificios? Y si las hay, ¿puede un análisis de ese tipo permitirse dejar de lado la mayoría de las connotaciones sociales, económicas e históricas y toda la tecnología involucradas inevitablemente en el arte de construir?» Y más adelante, en la misma introducción, escribe:
La resistencia al estudio de la forma ciertamente se deriva en parte de la acusación de que arquitectos y teóricos han tratado a los edificios atendiendo a su pura figura, sin tener en cuenta sus funciones prácticas y sociales. Cualquiera con un sentido vivo del juego entre los edificios y la comunidad humana debe rebelarse contra ese tipo de formalismo, al menos porque lleva a malinterpretar las mismas formas que desea tratar. No se puede entender la forma de un puente o de una puerta sin relacionarla con su función.
De cualquier manera, seguía Arnheim, “sólo una mente perversa podría considerar que un edificio no es nada más que un medio para conseguir un fin.” Más de veinte años después de la publicación del libro de Arnheim, Kwinter dirá que el formalismo —el auténtico, se entiende— “demuestra antes que nada que la forma expresa y resuena con las fuerzas que incorpora.” Y agrega: “la relación dinámica entre esas fuerzas y las formas es el espacio donde la indeterminación o el devenir histórico se despliegan:” la dinámica de la forma arquitectónica, el título mismo del libro de Arnheim. Para Arnheim, como para Giulio Carlo Argan, hay dos maneras de concebir el espacio: como un dato, algo que precede a su ocupación: un contenedor, pues, o como el resultado de la interacción entre distintos cuerpos: un campo, literalmente, de fuerzas. La forma es lo que hace patente esas fuerzas que son, también, sin duda, culturales, sociales, económicas y políticas. El auténtico formalismo, pues, jamás interpretará la forma como sólo una forma.
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