“Selling Sunset” o el fetichismo de la mercancía
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17 febrero, 2025
por Sandra Loyola Guízar
Coccia, Emanuele. Filosofía de la casa, el espacio doméstico y la felicidad. Traducido por Carlos Gumpert. Madrid: Siruela, 2024.
La casa es el acontecimiento moral por excelencia.
Antes de ser un artefacto arquitectónico es un artefacto psíquico
que nos hace vivir mejor de lo que la naturaleza nos permitiría.
Emanuele Coccia
Hace unos meses salió la traducción del italiano al español del libro de Emanuelle Coccia Filosofía de la casa, espacio doméstico y felicidad. Coccia es un filósofo italiano adscrito a la Escuela de Altos Estudios de París que ha centrado sus investigaciones recientes en los campos de la ecología, la publicidad, las plantas, la imaginación y, recientemente, la moda.(1) Es un filósofo con argumentos siempre frescos que toman por sorpresa a cualquier lector.
Es cierto que la filosofía surgió en un contexto urbano, pero es cierto que nadie escribe en abstracto, sino que habitamos, pensamos y escribimos en la ciudad (casi) siempre a través de la mediación de una casa. Esto tiene poco que ver con la arquitectura, la biología o la estética, sino con que “Toda casa es una realidad puramente moral: construimos casas para acoger en una forma de intimidad la porción de mundo -compuesta por cosas, personas, animales, plantas, atmósferas, acontecimientos, imágenes y recuerdos- que hace posible nuestra propia felicidad”(2). Coccia piensa a la tradición filosófica como un “olvido de la casa”, como una negligencia asociada a la identidad masculina de la disciplina que ha querido vincularse más bien con el espacio público de la polis en vez de con la domesticidad, más relacionada históricamente hacia lo femenino. Este olvido ha tenido repercusiones importantes, porque es en la casa donde suceden opresiones, injusticias y desigualdades que se han ocultado y que no se han pensado con suficiencia.
La casa es el espacio de cuidado más fundamental y, a su vez, es la unidad básica de la propiedad privada con la que se han construido desigualdades económicas, además de que por la mediación de la casa, hemos construido las oposiciones binarias más radicales entre lo humano y lo no humano, o entre lo civilizado y lo salvaje.
Este olvido no existe, por ejemplo, en las instituciones públicas o en los organismos internacionales como ONU-habitat. La vivienda se considera el punto de partida de la urbanización y el mayor articulador del espacio urbano; por ello, el suelo en donde se construye es la principal condicionante para el desarrollo social y financiero. Para el desarrollo urbano, la casa es el núcleo de acción cívica. Para la arquitectura moderna, la casa-habitación es el espacio protagónico en su teoría y de su historia, aunque no siempre fuera así; la historia de la arquitectura, anterior al siglo XIX, está más bien orientada a la construcción de palacios, torres, cárceles y templos, pero la arquitectura moderna viró sus intereses y prioridades hacia el pensamiento doméstico: la vivienda de masas, la vivienda mínima, el diseño de interiores, etcétera. De hecho, los hitos arquitectónicos más importantes del siglo XX son casas. Sin embargo, denuncia Coccia, para la filosofía no fue así.
La casa no solamente es un espacio urbano y arquitectónico, ni siquiera es solamente un espacio, sino que es una dimensión moral y psíquica que se vincula a la teoría de la felicidad. Para Coccia, la casa es “un orden material que involucra objetos y personas, de una economía que entrelaza las cosas y los afectos, a uno mismo y a los demás, en la unidad espacial mínima de lo que llamamos “cuidado” en el sentido más amplio”. Al olvidar la casa, la filosofía olvidó la felicidad y el amor como conceptos serios de exploración y análisis. Es el espacio urbano el encargado, históricamente, de ofrecer experiencias significativas para la vida y el pensamiento; esto, por supuesto, es un problema porque pasamos más de la mitad de nuestra vida en casas y lo que ahí sucede importa: “La modernidad filosófica se lo ha jugado todo a la ciudad: el futuro del globo, sin embargo, solo podrá ser doméstico. Necesitamos pensar la casa: vivimos en la urgencia de hacer de este planeta un verdadero hogar, o más bien de hacer de nuestra vivienda un verdadero planeta, un espacio capaz de acoger a todos y a todas”.(3)
El ensayo ofrece una extensa lista de referencias de las más diversas disciplinas como la taxonomía, la botánica, la arquitectura, la psicología, la filosofía medieval o la teología. De ese modo, evidencia que ninguna de esas disciplinas abarca por sí sola el fenómeno del habitar doméstico, sino que una reflexión sobre la casa tendría que incorporar todas esas perspectivas. Así, Coccia logra plantear una serie de temas diversos como el género, el cuidado, las tipologías arquitectónicas, la escritura o la migración.
La escritura de Coccia es audaz, intrépida, fuera de serie. Este libro en particular me parece incluso antiacademicista. A diferencia de otros libros del autor, Filosofía de la casa es un ensayo autobiográfico. Este tipo de escritura emplea recursos poco usados en la filosofía académica o en las formas escriturales de la filosofía actual; en cambio, recupera una tradición de hacer y pensar el mundo, a la manera de Michel de Montaigne, que vincula la experiencia individual con fenómenos filosóficos planetarios. Así, por ejemplo, en uno de los capítulos del libro toma como punto de partida sus más de treinta mudanzas para cuestionar qué hace de una casa un espacio habitable. En otro capítulo, explora cómo el vínculo familiar marcó su experiencia doméstica al crecer con un hermano gemelo quien, tras su fallecimiento, dejó fotografías a su paso que continúan colgadas en el mismo lugar de la casa familiar. A partir de ello y tomando como hilo conductor las preguntas de su hija pequeña, Coccia interroga la identidad y la imagen de sí mismo en el espacio doméstico de su infancia.
Filosofía de la casa es una propuesta de libro programático porque al final de cada capítulo, así como al final del libro, ofrece a manera de conclusiones (parciales y finales) formas nuevas de pensar o imaginar el espacio doméstico. Incluso afirma cómo debería ser “una casa” después de pensar e imaginar formas alternativas de amar, de coexistir, de cocinar, de dormir, de vestirnos, de ir al baño, de producir relaciones afectivas con los objetos, y de vincularnos con nosotros mismos y con absolutamente todo lo demás.
Las tipologías espaciales de la vivienda son “máquinas de distinciones”: cocina, baño, armario, pasillo, dormitorio, sala, patio, sugieren siempre maneras de habitar la casa, estructuras psíquicas, prioridades morales, jerarquías de poder y formas de entender el mundo y todo lo que hacemos en él. Todo esto es una casa y no tiene nada que ver con su diseño ni con los materiales, sino más bien, con la configuración cósmica de cómo hemos organizado la forma de estar en la Tierra.
En los últimos tres capítulos trata el tema de los animales domésticos, las plantas y los jardines que habitan nuestras casas, y de la relación humana y no humana que existe en nuestra forma de alimentarnos, así como de la condición metamórfica que tienen nuestras cocinas. La conclusión del libro, que fue escrita claramente durante la pandemia, reflexiona sobre la casa-planeta y cuestiona el problemático desequilibrio que existe en la forma de concebir este mundo como “nuestra casa”, en donde sólo nosotros ponemos las reglas. “La ecología fue la primera en imaginar el planeta en términos de un único espacio doméstico global”.(4)
Si el planeta fuera nuestra casa, entonces sería urgente reflexionar y transformar la idea de casa que tenemos antes de acabar con la casa-mundo. La Tierra, la naturaleza, no es una madre ni somos su familia, sino que “Somos carne de su carne. Nuestra vida está íntimamente ligada a su cuerpo: vivimos en su cuerpo y de su cuerpo”. Somos lo mismo.
¿Cuál es el papel de la filosofía y de la arquitectura en este ¨inmenso desequilibrio¨? Uno relacionado a la alquimia y a la química, actividades que se propusieron cambiar materialmente al mundo. Como recuerda Coccia, el objetivo de la alquimia era la síntesis de la piedra filosofal: ¨no otra estructura de las piedras, sino el principio que permite que cada piedra se transforme en cualquier otra forma y, por lo tanto, afirmar la unidad y la equivalencia de cada centímetro de la carne del planeta¨. Por ello, la casa del futuro debería parecerse a esta piedra filosofal, ¨ser el principio que permite que todas las cosas se transformen entre sí y que cada vida se conciba como equivalente a cualquier otra vida”. (5)
Referencias:
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