Las palabras y las normas
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¡Felices fiestas!
11 agosto, 2020
por Rosalba González Loyde | Twitter: LaManchaGris_
Foto : Simon Robben
Era casi media noche, un viernes o sábado, había salido con el grupo de “amigos” (todos ellos hombres) con lo que solía estar a los 15 años, por razones que no recuerdo -o que tal vez no quiero recordar- tuve que regresar sola a casa en transporte público. En Metro Pantitilán tomé la salida errónea, de pronto me vi afuera de la estación y con el sonido de las puertas cerrando detrás de mí. Caminé confundida unos metros y un hombre, no mucho mayor que yo, se acercó a preguntar la hora, “No traigo reloj”, le dije mientras le mostraba mi muñeca vacía; como si no hubiera escuchado volvió a hacer exactamente la misma pregunta, “¿qué hora traes?”, al tiempo que acercaba su hombro al mío y el peso de su cuerpo se hacía presente de manera intimidante. De pronto una pareja de adultos mayores se acercó y escuché un “Erika, vente”, la señora me tomó del brazo como regañándome y mi primer interlocutor se alejó, pasaron varios segundos en donde no dije nada, hasta que el señor me preguntó por mi destino. Me regañaron como si hubieran sido mis papás, pero escoltaron mi camino para tomar una combi. Llegué a casa en silencio a pensar en mi estupidez, porque, ¿quién más podría ser culpable de lo que había pasado?
Historias como esta hay muchas, prácticamente todas hemos estado expuestas como mujeres a alguna forma de violencia en la ciudad, incluso de aquello que hemos normalizado y que a la luz de los movimientos feministas se ha ido visibilizando poco a poco. La permanente exposición de nuestros cuerpos a la violencia en el espacio público hace pensar a algunas que nuestra presencia en él es incómoda o fuera de lugar. ¿Es esto cierto? Quizá esta haya sido una de las múltiples preguntas detonantes para que la Dra. Kern escribiera Feminist City. Claiming Space in a Man-made World y nos mostrara, a través de un análisis de la geografía de los cuerpos en las ciudades, lo que experimentamos (y normalizamos) de la vida en ellas.
Feminist City es un espacio narrativo crítico de la experiencia de ser mujer en las ciudades a través de lo que se denomina “geografía de lo más cercano”, desde la segregación e invisibilización de las mujeres a participar en la toma de decisiones para planear la ciudad, el diseño de esta desde la experiencia masculina para facilitar los roles de género, pasando por la esterotipación de las mujeres en lo urbano, la complejidad de ser madre y el trabajo de reproductivo en las calles, lo que significa la amistad entre mujeres para el cuidado colectivo; los baños públicos como problema; el valor y la dificultad de disfrutar, como mujer, la soledad en la ciudad; las complejidades de ser indígena, negra, lesbiana, hombre trans en lo público; las estrategias de activismo feminista para partipar en movimientos; la socialización del miedo como estrategia de cuidado, entre otros.
Lo anterior, detalladamente sustentado en estudios académicos de otras mujeres, investigación hemerográfica y bibliográfica de acontecimientos vinculados a los fenómenos que aborda y, por su puesto, experiencias personales que nos son narradas en primera persona lo que permite, a su vez, dibujar una biografía del tránsito de Kern hacia el feminismo que nos presenta en sus páginas.
El recorrido de la autora por la literatura académica y hemerográfica es además un paratexto para mostrarnos lo que han dicho otras mujeres sobre nuestra participación en las ciudades, sobre caminar en las calles o sobre nuestros cuerpos en lo público algo que, no está de más decirlo, es relevante cuando se trata de un trabajo expuesto desde el feminismo: reivindicar el trabajo de las mujeres en campos especializados y que normalmente suele pasar inadvertido.
¿De qué hay que ser críticos ante esta lectura?
Como toda lectura es necesario reconocer el contexto, mi visión como latinoamericana me obliga a buscar vínculos con los que sucede en la región. Gran parte de las experiencias que Kern nos comenta tienen lugar en Canadá, Reino Unido o Estados Unidos, las menos en otras ciudades europeas pues, entre otras cosas, son referentes relevantes para los movimientos feministas globales en el último siglo, sin embargo, requiere una lectura crítica sobre lo que enfrentamos en América Latina al respecto.
Las ciudades han evolucionado distinto y en América Latina hemos tenido algunos fenómenos que han impactado la forma de concebir lo urbano, por ejemplo, la participación de las mujeres en los procesos migratorios en sudamérica, los movimientos de las Madres de Mayo en Argentina o las mujeres en búsqueda de sus desaparecidos en la dictadura chilena, sin dejar de lado el fenómeno actual, transversal en la región, en defensa de la libertad de los derechos reproductivos de las mujeres, justicia laboral, visibilización de labores de cuidado, entre otros. Punto para Kern es que en innumerables ocasiones es autocrítica de su propia visión y lo hace patente al asumir su postura de mujer, cis y blanca frente a lo que aborda.
Posdata
He querido hablar en otros contextos sobre esto, pero arpovecharé la lectura de Kern para colocarlo aquí a manera de comentario para tema de discusión. En la academia latinoamericana se suele ser muy rígido con el estilo narrativo de la famosa “escritura académica”, colocamos como signo de estatus aquello que es menos legible porque aparenta complejidad y esta, a su vez, cierta “cientificidad” a lo que leemos; también se premia el borrar la existencia del narrador / investigador discursivamente, por lo que las narrativas en primera persona son casi exclusivas de investigación etnográfica y desconfiamos cuando las leemos en otras áreas académicas. Sin embargo, por alguna razón (tengo varias hipótesis), muchas mujeres académicas que he leído suelen tener una narrativa fluida, de suma de experiencias (propias y colectivas) y siempre con la posibilidad de adherir lectores no especializados, pienso Jacobs, Muxí, Rolnik y ahora Kern.
Reconozco que a este comentario es necesario agregar algunos “peros”, sin embargo es un buen momento, también, para cuestionarnos los valores de la narrativa académica como la conocemos y, quizá, sea posible hacerlo desde el feminismo (este último guiño es para mis alumnas y alumnos de Periodismo).
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