Empezar de cero. Los metabolistas japoneses
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29 julio, 2016
por Mónica Arzoz | Twitter: marzozcanalizo
En la definición de espacio, entorno, territorio y lugar, está implícita la connotación de separación, la existencia de un elemento que define un límite y establece un deslinde entre éste y su entorno adyacente. El borde (límite o barrera) es un elemento que incide en la configuración del espacio caracterizándolo en cuanto a forma, uso y percepción.
En el campo de la arquitectura y el urbanismo, el término borde se asocia no sólo con la idea de un cerramiento que deslinda campos con precisión, sino también con un estado o situación intermedia entre dos áreas o regiones adyacentes.
En el entorno urbano, los límites son parte de las estructuras territoriales, definiéndoles en forma, extensión y categoría. Los límites sobre el territorio tienen repercusiones a nivel espacial, pero también tienen importantes repercusiones sobre las actividades y experiencias que se desarrollan en el entorno enmarcado. Un límite no solo establece una distinción entre espacios, territorios, barrios o colonias, los bordes también se hacen presentes entre los distintos grupos sociales, corrientes de pensamiento y maneras distintas de habitar un espacio o entorno urbano.
Los bordes físicos de la ciudad se asocian con fronteras, márgenes, límites, pasos, transiciones o umbrales. Uno de los primeros conceptos de borde en las ciudades es la muralla, aquella que sistemáticamente era rebasada y reconstruida para mantener el sistema de defensa de la ciudad. Hoy, el crecimiento descontrolado de éstas, de la mano de las múltiples transformaciones urbanas, han cambiado la escala de nuestras ciudades y la manera en que estas se conciben, desarrollan y organizan. Los centros urbanos hoy presentan nuevas formas e interpretaciones del límite. Estos han pasado de ser fronteras o murallas palpables a simple vista a límites, que si bien representan bordes de acción política y económica, viven más bien en el imaginario colectivo. En el espacio urbano, los bordes se interponen tanto en el orden físico de la ciudad como en el simbólico.
Algunas ciudades se expanden casi imperceptiblemente a diario, zonas que no han sido previstas para habitar son ocupadas, divididas, lotificadas y subdivididas. No existen límites para la expansión urbana, los centros urbanos se han convertido en conjuntos fragmentados de usos de suelo. Día a día, el espacio urbano en el que habitamos crece y se fragmenta mientras nuevas infraestructuras y tecnologías conectan sus partes. La ciudad muta para pasar a ser un sistema de barrios independientes pero interconectados delimitados por bordes que constantemente se redibujan, transforman y adaptan a las nuevas dinámicas de vida de sus habitantes.
Comprender e intentar explicarse a la ciudad contemporánea es imposible si anteriormente no se establece los límites de ésta. ¿Hasta donde llega cada una de ellas?, ¿donde empiezan y donde terminan?, es una pregunta que permanece en el sin respuesta convincente hasta el momento. Si bien nos queda claro que existen límites físicos y políticos establecidos, es un hecho que los procesos y redes de una ciudad no se limitan a estos, van más allá de la línea o barrera impuesta por el hombre. La ciudad contemporánea presenta una imagen discontinua y heterogénea con fuertes fracturas o disrupciones que aparecen independientemente de los bordes establecidos.
La expansión de las ciudades a menudo tiene lugar a través de la anexión al continuo urbano de zonas ya existentes. A aquella franja territorial, porción de territorio que rodea, circunscribe o conforma el margen de las complejas organizaciones de las ciudades, se le conoce comúnmente como periferia. El término “periferia”, como indican Hiernaux y Lindón (2004), forma parte de una serie de conceptos que se refieren a los procesos de expansión de la ciudad sobre zonas colindantes de vocación rural.
Comúnmente, la periferia, arrabal o suburbio, al ser directamente consecuencia de las necesidades del espacio urbano, dinámicas de exclusión socioeconómica y expansión urbana, suele carecer de procesos internos propios. Son espacios de transición que de cierta manera se alimentan de la ciudad, y la ciudad se alimenta de ellas, espacios de soporte pasivo de lo que el centro rechaza o no puede contener, pero necesita. La mera existencia de la periferia puede ser el reflejo de problemas sociales, medio-ambientales o técnico-funcionales que se vive en las ciudades.
Como toda gran ciudad, la Ciudad de México presenta distintas interpretaciones del borde o límite a lo largo de su territorio. Los años setenta marcaron el proceso de expansión de la urbanización de la Ciudad de México fuera de los límites, desbordando hacia el Estado de México bajo una lógica de expulsión de la población marginada hacia las zonas conurbadas rurales. Un ejemplo es el Valle de Chalco, localizado a unos 40km2 del centro de la ciudad, al este, una de las fronteras más controversiales de la ciudad dadas las complejidades sociales que representa. Chalco ejemplifica la crisis del mundo rural campesino y la transformación de las relaciones entre la ciudad y el campo a las que se refiere Chamboredon (1980). La frontera entre Chalco y Tláhuac, dibujada por una de las pocas lagunas naturales que persisten, tiene un enorme valor ambiental, pero también tiene enormes desafíos en términos sociales y urbanos.
El hincapié y persistencia humana en seguir concibiendo a las ciudades como el territorio dentro del límite político establecido, de la mano de la falta de visión metropolitana para crear políticas y estrategias urbanas, sociales, económicas y ambientales, han hecho de territorios como Chalco vacíos urbanos desconectados, dependientes de las grandes ciudades con poca capacidad de desarrollarse prósperamente en el futuro.
Si bien nos gustaría pensar que poblados o centros urbanos similares a Chalco poseen sus propias dinámicas y procesos internos, en realidad, su condición de periferia los hace casi completamente dependientes de las metrópolis a las que estos circunscriben. Tal y como Hayot (2002) afirmaba, la frontera como tal no corresponde a una ruptura radical de comunicación y de relaciones sino que atestigua la tensión y el conflicto que las aviva.
El límite de la ciudad contemporánea es por tanto abstracto y no físico, no esta relacionado con el lugar donde termina un espacio, sino por la manera en que las actividades, procesos y experiencias se desenvuelven. La periferia no es más que un espacio incierto, un tejido urbano disperso donde los usos se mezclan y donde se especula con el límite físico de la ciudad. ¿Por que no repensar y transformar la razón de ser y manera en que los bordes y periferias de una ciudad se crean actualmente? Re concebirlos como espacios de oportunidad, que de ser desarrollados y conectados adecuadamente, tienen la capacidad de romper con la idea de la ciudad contemporánea discontinua y heterogénea con fuertes fracturas o disrupciones, y convertirse en espacios urbanos que fomenten el sentido de pertenencia y más que ser una barrera, funjan como territorios de conexión y encuentro .
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