Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
25 enero, 2017
por Juan Palomar Verea
Esta es la esencia. No lejana de los muros de las cárceles, del muro de Berlín, del nefasto muro con el que Trump ahora amenaza a México. Triste reflexión: si entre nosotros construimos muros que cada vez nos separan y dividen más, ¿cómo responder moralmente a tal amenaza?
La práctica “urbana” de los “cotos” es un fenómeno que ha cundido con fuerza en diferentes áreas de la zona metropolitana, de esta ciudad unitaria que se llama Guadalajara. Estudiosos del tema estiman que, actualmente, tales desarrollos ocupan ya cerca de un 15% de la superficie urbana, y esa cuantía va en extensión. Veamos por qué esto es un gravísimo hecho.
¿En dónde reside el origen de la práctica de los “cotos”? Principalmente en el miedo, esa patología social que es la más fácilmente transmisible. La falta de seguridad pública, responsabilidad directa e indeclinable de las autoridades, está en la raíz del problema. Ante ella, ciertos estratos sociales, comprensiblemente, buscan alternativas. Hay dos vías ciudadanas: exigir terminante y efectivamente a esas autoridades que haya seguridad en las calles y colaborar activamente para lograrla. O refugiarse en fortines, a la manera medioeval, para protegerse (relativamente), y olvidarse lo más posible de una urbe a la que, por la vía de los hechos, se declara hostil y ajena.
Ya se sabe cuál ha sido el resultado: los “cotos”. Los “desarrolladores” (entre comillas porque esto no es un verdadero desarrollo urbano) encontraron una pingüe veta de negocio, muy ventajosa desde varios aspectos. Y la moda cundió, con sus matices. Hay otro componente del fenómeno que es todavía más inquietante: la segregación. La ciudad, por esencia, es múltiple, diversa, incluyente; gentes de todas las clases sociales y procedencias la componen, muchas veces se conocen y se saludan, le dan su vigencia y su sentido, sus posibilidades (como los buenos barrios). Al encerrarse en sus fortines, se excluye de tales ámbitos a todo lo que sea “otro”, distinto. Solamente conviven allí los que se consideran iguales. Se cancela la verdadera cultura cívica. Es un caso de monocultivo urbano: y se sabe que los monocultivos, en el mediano plazo, esterilizan el medio, evitan su vigor y el adecuado flujo de los elementos de fertilización y renovación natural. Porque las ciudades, para ser sanas, se fertilizan correctamente.
La marcada división de clases produce, inevitablemente, tensiones sociales: tanto al interior como al exterior de los guetos que se conformen. Subraya la inequidad, fomenta la injusticia y la exclusión, colabora a la inseguridad general. Basta ver el efecto de los “cotos” sobre ciertos entornos para comprobar lo anterior. Estos tejidos urbanos, necrosados e impermeables, denotan y generan desconfianza, inseguridad (precisamente lo que se trata de evitar), desconexión en la vialidad peatonal, ciclista, automotriz; interrupción de la circulación de la sangre que significa la presencia y el tránsito normal de los habitantes. En casi todos los casos las áreas de cesión para parques y equipamientos, públicas por ley, se privatizan. No es disparatado asimilar la presencia física de los “cotos” en el cuerpo de la ciudad al de los tumores que invaden un cuerpo humano.
Consideremos la imagen que forma parte de esta columna (de la autoría y cortesía del arquitecto Ricardo Alcocer Vallarta): un muro alto y de elemental factura y terminación, naturalmente grafiteado (claro síntoma). Una banqueta mínima, sin ningún árbol, sucia, hostil, desierta. Un tramo altamente inseguro y desagradable para quien pasa por allí. Una visión de decadencia social y urbana, de tristeza y desaliento. ¿Qué hacer?
Según parece, los señores diputados ya atinaron a ocuparse del asunto. Pero ninguna ley funcionará si la problemática no es tratada integral y propositivamente. La base de todo el esfuerzo debería ser el lograr, otra vez, una ciudad abierta, vigorosa, funcional, incluyente, segura (como Guadalajara supo serlo por siglos). Una propuesta: analizar puntualmente, con el apoyo de profesionales idóneos, la tipología de los “cotos” del área urbana, su lógica y características, junto con las de las demarcaciones en las que se ubican. Y, de allí, plantear medidas concretas que logren, respetando plenamente los derechos de sus habitantes (y también contemplando sus obligaciones para con la ciudad), comenzar a destrabar los tumores, a generar zonas sanas, integrales, conectadas, y por supuesto, seguras.
Este es un tema, como se dijo, de extrema gravedad e importancia para Guadalajara. Corresponde a la ciudadanía hacerse consciente de él, y corresponde a todos los niveles de gobierno hacer frente al creciente problema, al reto del que, si se es prudente y creativo, es factible salir con una mejor ciudad para todos.
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