Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
1 junio, 2018
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El jueves 24 de mayo, segundo día en que la 16º Muestra Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia se abría para la prensa, antes de la inauguración oficial el sábado 26, un grupo se manifestaba frente a la entrada al Arsenal. Llevaban banderas blancas con insignias rojas de la Assemblea Sociale per la Casa de Venecia y gritaban consignas con megáfonos. La prensa los veía con cierto recelo. Custodiando las puertas del Arsenal, un grupo de policías los veía con esa cara con la que los policías ven a cualquiera que proteste por cualquier cosa. Los manifestantes repartían además unos volantes escritos en inglés y en italiano. “Hacia junio 10: la marcha por Venecia,” es el título. Luego se lee:
Robin Hood de los ricos
En la actual Bienal, el Museo Victoria & Albert exhibe un pedazo de los demolidos Robin Hood Gardens, uno de los más famosos ejemplos de vivienda social en Londres. Mientras la vivienda pública se demuele o se deja en el abandono, nuestras ciudades son presa del apetito de la especulación inmobiliaria y la renta. Este proceso afecta a los habitantes de ciudades muy distintas entre sí, como Londres y Venecia. Pero el efecto siempre es el mismo: la gente se queda sin casa y son desplazados de sus barrios.
Hoy, la ASC, S.a.L.E.Docks (un espacio activista para las artes) y activistas de la vivienda en Londres, realizan una propuesta conjunta en la Bienal de Venecia y el Museo V&A en Londres.
Es tiempo de que las instituciones para el arte terminan con la especulación cultural que, muy seguido, va de la mano con la especulación inmobiliaria. La vivienda social no puede tratarse como artefactos históricos con la excusa de utilizarlos como “activadores del debate”. Si hablamos de ética en la arquitectura, entonces es urgente actuar con el fin de detener la limpieza social en nuestras ciudades, en vez de ofrecerles una coartada estética.
Venecia es un lugar donde la cultura debiera ser usada como un medio para repoblar la ciudad y atraer una nueva ciudadanía, cuando, al contrario, la ciudad enfrenta un trágico éxodo de sus residentes. La vivienda social y pública es inadecuada y tratada con negligencia, mientras que el mercado privado ofrece precios inaccesibles, estimulados por la industria del turismo masivo, AirBNB y similares.
Ceder los derechos de vivienda en Venecia implicaría aceptar el desplazamiento masivo que tiene lugar, significaría aceptar la transformación de la ciudad en un parque temático. Por estas razones, invitamos a todos a participar en la Marcha por Venecia, el 10 de junio, en la que las voces por los derechos a la vivienda se harán oír.
Así, mientras algunos alimentamos nuestras cuentas de Instagram y la reputación de algunos arquitectos con imágenes de lo que suponemos puede ser el freespace dentro del Arsenal, otros, afuera, se preguntaban por la relación entre espacio y libertad, entre arquitectura y ética, entre el mercado del arte y el mercado inmobiliario. Entre las piezas exhibidas en la bienal, el Museo Victoria & Albert llevó un fragmento rescatado de la fachada de Robin Hood Gardens, el par de edificios de vivienda social diseñados por Peter y Alison Smithson en los años 70 y cuya demolición inició hace poco.
En su lugar se construirá un desarrollo habitacional con una inversión de 500 millones de libras esterlinas y destinado a viviendas de lujo. Y si bien es cierto que muchos arquitectos y arquitectas dentro y fuera de Gran Bretaña protestaron por la demolición y organizaron campañas para impedirla, también lo es, por otro lado, que la exhibición de un fragmento de los restos del edificio de los Smithson es, como escribió Stephen Pritchard, “artwashing para la demolición permitida por el estado y el programa de gentrificación también apoyado por el estado”. Pritchard agrega que el “acto de preservación del V&A sirve como publicidad para la venta de condominios de lujo.”
Por supuesto, no es la primera vez que se cuestiona cómo la mecánica espectacular de la Bienal de Venecia —y de otras similares— nos ofrece versiones edulcoradas y deshuesadas de la realidad que los arquitectos proponen transformar. Cabe recordar tan solo el caso de la Torre de David, presentada en la 13ª Muestra de Arquitectura en Venecia con una mezcla de denuncia y romantización de la precariedad —presentación que mereció ser premiada con el Leon de Oro— para poco después ser desalojada. Sin embargo, la pregunta por el papel de las exhibiciones de arquitectura y de los arquitectos que participan en ellas, vuelve a ser pertinente en una bienal que supuestamente se interroga por la relación entre espacio y libertad y que, en palabra de sus directoras, plantea que la “idea general es que cualquiera tiene el derecho de beneficiarse de la arquitectura, tenga que ver con propiedad o simplemente disfrutando la presencia de un muro o un arco,” evitando así, al parecer, reflexionar sobre la carga política de lo que se concibe como espacio libre en un mundo donde vivir de cierta manera y en ciertas ciudades es cada vez más privilegio de unos cuantos.
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