Inflexiones: convertirse en lo que aún está por ser
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¡Felices fiestas!
8 febrero, 2018
por Andrea Griborio | Twitter: andrea_griborio | Instagram: andremonida
Para celebrar la elección de la arquitecta mexicana Frida Escobedo para diseñar el pabellón de la Serpentine Galleries 2018, recordamos una entrevista, realizada en #LaHoraArquine en 2012 en el marco de su exposición en LIGA 06, donde se revelan algunas de las inquietudes y aspectos presentes en sus primeros trabajos.
Andrea Griborio: Cuéntanos de qué va la exposición de LIGA, llamada El Otro, ¿qué va a encontrar la gente cuando se acerca a este espacio?
Frida Escobedo: La exposición parte de una investigación acerca de la fachada modernista, especialmente en el contexto del modernismo mexicano, y de tratar de encontrar una relación entre la neutralidad de una fachada así y la capacidad de apropiación o de agencia que tiene la gente sobre esta retícula.
Lo que van a encontrar en la galería es una caja de espejos que lo que pretende es generar una fachada infinita. El espacio se usará más bien como una vitrina. La superficie es pequeña, pero me parece que es un espacio de exposición importante para los arquitectos.
La intención era voltear la dinámica: el espacio de galería no es el lugar al que entras, sino que lo ocupa la instalación, la calle se vuelve galería; la exposición se puede ver desde las ventanas, como una vitrina, para que esté permanentemente abierta, para activar un poco el espacio público.
Andrea Griborio: La cualidad de una vitrina, de fachada infinita, es, quizá, una de las premisas de esa arquitectura moderna que se desarrolla en México. Especialmente a partir de los años 50, donde la arquitectura daba la posibilidad de una seriación muy estructurada que casi se puede multiplicar al infinito, como esa proyección que se logra ver o eso que se ve cuando te acercas a la exposición.
Frida Escobedo: Existe esta relación o este juego entre sí. La fachada modernista que puede repetirse al infinito o, como a veces dice Axel Araño, ad nauseam, pero también, y al mismo tiempo, que puede empezar a presentar todas las capas que le van sucediendo a estos edificios que son sumamente neutrales, pero que van mostrando las intervenciones interiores, las adaptaciones que van haciendo las personas que ocupan o habitan el espacio. Lo que estamos presentando en la instalación es la fachada acristalada, pero también todas las adiciones. Es una especie de radiografía de lo que le fue sucediendo al edificio. Cuando ves esta fachada infinita ves la retícula pero también ves como las apropiaciones particulares de cada una de las ventanas, las personalidades, el tabla roca, el vinil que va a proteger del sol, la estampita religiosa, todas estas cosas que te van hablando de cómo se usa y se ocupa el espacio.
Andrea Griborio: ¿Cómo se usa y se ocupa en México el espacio?
Frida Escobedo: Específicamente en ese edificio, pero hay otros edificios donde se repite esta circunstancia.
Andrea Griborio: Bueno, no hemos hablado del edificio que fue tu fuente de inspiración. ¿Cuál es y dónde está ubicado?
Frida Escobedo: Es un edificio que está en avenida Chapultepec y Florencia. Es un edificio que me llama mucho la atención porque es anónimo. He preguntado a varias personas de quién es y nadie lo sabe. De alguna manera, se volvió anónimo y precisamente por eso y se ha ido, no erosionando, sino lo contrario: se ha ido construyendo con el tiempo. Me pareció muy interesante. Es una arquitectura anónima, pero de la que se apropió la gente que la habita.
Andrea Griborio: Yo creo que los arquitectos deberíamos de estar más atentos, de poner muchísima más atención a esos edificios que carecen, quizá, de esa singularidad que termina caracterizando a la arquitectura. Deberíamos cuestionarnos más de dónde salen o por qué funcionan o no. Al final pertenecen a la ciudad, a quien la vive, a nosotros. Nos dedicamos mucho a pensar qué da ese carácter especial a un edificio, pero la ciudad está hecha del anonimato. Ese anonimato que se ve reflejado cuando nos acercamos a tu pieza. Todas estas apropiaciones a partir de estampitas, de frases y de pequeños detalles que se identifican con México y que están colocados sobre espejos. ¿Por qué sobre espejos?
Frida Escobedo: La caja de espejos genera esa superficie infinita. Es un poco como un juego, un engaño óptico en realidad. Es un triángulo que lo que hace es que estés viendo la fachada al mismo tiempo de frente y en escorzo. Para explicar un poco el proyecto a quien no lo ha visto, es una caja de luz y, al frente, están colocadas varias láminas que componen cada una de estas ventanas. Cuando uno la ve de lado entiende todas estas capas pero de frente parece que la fachada estuviera aplanada, se ve como una sola imagen. Se ve, en ese juego de espejos, el desdoblamiento de la fachada: la plana y la que se desdobla.
Andrea Griborio: Hablas de capas, capas que se pueden ir separando una a una. Cuándo logras hacerlo, ¿qué te encuentras?, ¿hay algún esqueleto?, ¿hay algo más allá?
Frida Escobedo: Justo cuando se inauguro la pieza, hubo una conversación aquí con Alejandro Hernández y él mencionaba que hay dos tipos de personalidades, una era el aguacate y la otra la de la cebolla. El aguacate tiene una piel dura que, cuando la quitas, desvela un cuerpo como blando, y si va uno más allá encuentra el hueso duro; en la cebolla, por otro lado, vas quitando capas y capas y te vas encontrando con más cebolla hasta que te quedas sin ella. Me parece que eso es lo que le sucede a este edificio: no hay una manera de ir quitando capas y encontrar la esencia, porque la esencia está en las capas: entre más le quitas con menos te quedas, pero entre más le pones no deja de ser la misma cosa.
Andrea Griborio: Un poco el caso también de la arquitectura mexicana en sí, de la arquitectura prehispánica –en la cual no soy experta–; hasta donde sé, se iba construyendo por capas: pirámides sobre pirámides y después había una ciudad y luego otra se colocó encima. Extrapolando un poco el caso, hablemos de la arquitectura prehispánica mexicana. También está configurada a partir de capas, ¿no?
Frida Escobedo: La pieza es exactamente lo que estás diciendo. No sólo es la arquitectura sino también cómo construimos nuestra identidad. Hay un texto de Octavio Paz que trata este tema de la pirámide y de cómo nuestra construcción social se formula así, como una capa encima de la otra, donde la nueva no niega lo que oculta. Siempre es esta cosa de una imposición que va generando una personalidad más rica pero que a la vez trata de ocultar otras muchas cosas.
Andrea Griborio: ¿Y por qué El Otro?
Frida Escobedo: Porque es precisamente esta dualidad: una fachada que se permite envejecer porque es muy neutra. Hay contradicciones. Es muy moderna y, como no se ha modificado, ha sido posible que se modifique de muchas maneras. Es esta negación de ciertas idiosincrasias o ciertos rasgos de nuestra personalidad que pensamos que podemos ocultar dentro de una neutralidad pero que, al final del día, afloran. Siguiendo los textos de Paz: al negar estas cosas finalmente las revelamos.
Andrea Griborio: Al negar esos otros que forman.
Frida Escobedo: La propia característica de la fachada es eso: facha, cara. Es una construcción y una proyección. Es ser y estar, lo que eres pero también lo que proyectas.
Andrea Griborio: Me acuerdo de La Tallera. Hay una fotografía que es la imagen del muro calado con una persona del frente, que le da la escala. ¿Qué es la Tallera?, ¿qué es este muro?, ¿qué esconde?, ¿qué hay detrás? Al final es otra capa.
Frida Escobedo: Exacto, se vuelve una máscara. La Tallera fue un concurso por invitación que hizo la Sala de Arte Público Siqueiros y La Tallera –que son dos museos hermanos. Era la casa-estudio de Siqueiros en Cuernavaca, cuando murió, la donó. El taller donde pintaba los murales se va a convertir en una sala de exposiciones y su casa en una residencia artística. Va a tener un programa sumamente interesante. Se me hace que va a ser un espacio como que va a tener mucho potencial; hace falta también un espacio cultural en esa parte de Cuernavaca.
Andrea Griborio: ¿Ahora está en obra?
Frida Escobedo: Sí.
Andrea Griborio: ¿Pretende ser un espacio público o solo una galería más bien privada?, ¿cuál es la naturaleza del espacio?
Frida Escobedo: La residencia artística va a ser por invitación, me parece. El museo es un espacio público.
Había un par de murales que estaban dentro de los patios del taller donde pintaba Siqueiros. La intención fue rotarlos, abrirlos a una plaza que está frente al terreno y activar de alguna manera el espacio. Se genera una plaza pública que tiene una vida cultural importante porque está en relación con la sala de exposiciones, pero también por que tiene una librería, el archivo Siqueiros y una serie de programas anexos.
Andrea Griborio: Volvemos a este punto de la fachada. Este muro, esta especie de máscara, filtra con este bloque calado lo que sucede tanto dentro como fuera, lo que sucede en estos distintos espacios públicos.
Frida Escobedo: El edificio se fue haciendo en muchas etapas. Al final era como una especie de muégano: tenía la sala de exposiciones principales, la sala poliangular, una serie de bodegas que le fueron sucediendo alrededor y había que unificar de alguna manera todo este bloque, anexarle un nuevo programa, darle una envolvente a todo para que contuviera el espacio y que le diera cierto carácter propio a una institución de ese tamaño, pero que al mismo tiempo revelara como todas esas adiciones. Entonces decidimos hacer uso de esta celosía triangular que permite ver todo lo que ha ido sucediendo y cómo ha ido creciendo. Al mismo tiempo, es un material que va a envejecer de una manera muy particular, o sea, que con la humedad de la zona, a lo mejor, empiezan a crecerle plantas o la gente comienza a dejar papelitos o botellas en la fachada que está hacia la calle. Como que empieza a tomar una cierta patina.
Andrea Griborio: Ese sentido de la apropiación de la fachada es lo que buscas con la utilización de este bloque, y es, quizá, esa apropiación que se va dando en las distintas capas del edificio que se sirve como referente para LIGA.
Frida Escobedo: Sí, exactamente, es un interés paralelo. No sucedió al mismo tiempo y son dos proyectos distintos pero sí es un interés mío particular, como dejar ir el control total de la arquitectura y decir «¿qué le puede suceder en un futuro?». Abrir la posibilidad de que sucedan cosas en lugar de tratar de controlarlo.
Además, tenía que ser un edificio con economía de medios; había que buscar materiales que envejecieran de la mejor manera, que no hubiera que estar manteniendo constantemente, un material que con el paso el tiempo mejorara, que no se viera deteriorado.
Andrea Griborio: Abrir la posibilidad de que le sucedan cosas al edificio, al proyecto, es lo que identificaste en este edificio que sirve de marco para la muestra en LIGA, es lo que buscas con este muro calado en La Tallera. También es lo que se buscaba en la intervención en el Museo El Eco.
Frida Escobedo: También dentro de una economía de medios absoluta, se trataba de intervenir el patio. Era dificilísimo, porque hay pocos patios tan bonitos y potentes como el del Museo El Eco. La intervención tenía que ser muy sutil pero debía permitir que pasara lo que se necesitase que pasara. La idea fue generar un solo lenguaje, dar una sola palabra –esa palabra es un bloque de cemento gris– que tuviera la posibilidad de crear muchos significados. Se creo una especie de retícula y se trataba que el mismo museo fuera moviendo estos bloques, que los acomodara de cierta manera. También que el propio usuario se apropiara de ellos, que los fuera acomodando como en una especie de juego. Había dos lecturas: la que proponía la institución y la apropiación del usuario.
Andrea Griborio: Esa activación que se da a través de la participación del usuario es fundamental en todos los proyectos que has ido mencionando. La arquitectura que planteas es como una base, como un fondo, casi como esa estructura infinita, retomando esos parámetros modernos: eso que puede ser replicable, modificable, pero que parte de una estructura.
Frida Escobedo: Idealmente eso sería. Uno también se topa con una serie cosas, como el programa, el cliente, el dinero que tiene éste. Las opciones se van limitando. Sería ideal tener de pronto un proyecto donde hubiera una libertad de neutralidad. No una absoluta, porque eso sería como un proyecto utópico, pero sí de tratar de abrir esa posibilidad dentro de los proyectos.
Andrea Griborio: ¿Qué proyecto crees tú que podría acercarse a eso de la libertad de neutralidad absoluta?
Frida Escobedo: El ejercicio de este pabellón fue lo que más se ha acercado. Precisamente porque es un pabellón, es un proyecto muy lúdico, con un programa sumamente flexible. Ya en casos más prácticos sería como mucho mas difícil, ¿no?
Andrea Griborio: Sin duda. Sin embargo, siempre le damos esa libertad absoluta a quien actúa en estos proyectos. Según lo entiendo, eso es un poco el fundamento de tu obra.
Andrea Griborio: Estuviste un año en Harvard porque te ganaste una beca, ¿Cómo ha sido todo ese proceso?
Frida Escobedo: Estuve dos años fuera. Me fui en 2010 y justo fue ese verano cuando entregamos el proyecto de La Tallera. Cuando estaba aplicando a la maestría y al concurso, me dije «bueno, va a ser una o ninguna, pero nunca las dos juntas», y resultó que sí fueron las dos, lo cual fue una bendición y también una cosa muy complicada, porque hubo que hacer el proyecto a distancia. Pero, la verdad, el equipo ha sido increíble, o sea, el apoyo de toda la gente que estuvo trabajando en el proyecto: Fernando Cabrera, Luis Arturo García, Adrian, Rodolfo Díaz Cervantes, que siempre ha estado como muy cerca de mi trabajo; ha sido increíble. En ese sentido, me siento muy afortunada; también he tenido la suerte de que dos concursos en los que he participado de manera independiente los he ganado. Ha sido como una coincidencia, pero ha sido buena suerte.
Andrea Griborio: Me parece valiosísimo, además, todo este tema. A lo mejor estoy equivocada al intuir en tu trabajo esa participación, pero lo leo así: como esa participación o ese matiz donde cada persona, al actuar, le puede impregnar al espacio y a la arquitectura. También como los concursos, que son como esos escenarios de participación y de cambio, escenarios de oportunidades.
Frida Escobedo: Estaba pensando justo en esto que dices. En el caso de La Tallera, que era para un programa específico –una sala de exposiciones y una residencia artística–, lo que nosotros tratamos de hacer fue generar un espacio público abriendo una plaza. Un concurso es una oportunidad de generar una acción en un espacio público. Creo que es lo que estás apuntando.
Andrea Griborio: Sí. Generar acción en los espacios públicos. Yo creo que hacia allá apunta un poco lo que es el urbanismo y la arquitectura que se está desarrollando y que se debe de desarrollar. Yo creo que es lo que invita en el enunciado de la Bienal de Arquitectura de Venecia curada por David Chipperfield cuando habla de un Common ground, de un territorio común. Creo que lo más valioso de toda la plática de hoy es haber identificado en casi todos los proyectos de Frida Escobedo que hemos comentado esa búsqueda por generar acciones, por invitar a la participación, a construir, a colocar o a quitar una capa de cierta forma en el espacio, en el escenario, en el proyecto que está en cuestión.
El proyecto con el cual estás participando en esa Bienal de Venecia es precisamente La Tallera. Un trabajo que, como mencionabas, simplemente buscar un generar y construir un espacio público, un espacio donde pasaran cosas. Creo que va acorde con ese tema de la cultura en construcción que lleva el pabellón mexicano y con el tema de espacios comunes o territorios comunes que se desarrolla en la Bienal.
Frida Escobedo: Desde la Bienal pasada, La gente se encuentra en la arquitectura, había ya una cierta linea, se estaba hablando de la participación desde ese entonces.
Andrea Griborio: Si antes creíamos que la arquitectura se podía hacer por receta, actualmente no va por ahí, no es esa la tendencia. No podemos agarrar un recetario con cinco puntos y construir el espacio, porque el espacio contiene muchas cosas. Un ejemplo claro es ese edificio moderno, puro, de autor desconocido, que ha sido construido con el paso del tiempo, con la participación y la actuación de quienes lo han ido habitando.
Descubrirlos es un poco ver la ciudad con otros ojos, con los de un extraño, tratando de encontrar esos edificios-sin-chiste-pero-que-me-gustan. ¿Qué nos dices un poco de esto?, ¿son catalizadores urbanos estos edificios sin chiste?
Frida Escobedo: Catalizador urbano podría ser cualquiera. Cada edificio te cuenta una historia particular, hay unos que cuentan una historia más larga, otros más corta, otros te cuentan la historia personal del arquitecto que lo proyecta o donde ves la personalidad del proyectista o del que lo encarga o del que lo habita. Todos acaban siendo catalizadores de diferente cosas. En ese edificio-sin-chiste está toda una parte de la historia de la ciudad, de cómo la vivimos, y de nuestra personalidad, nuestras aspiraciones, nuestros gustos; también del fallo de la modernidad, si es que se puede llamar de esa manera.
Andrea Griborio: A lo mejor ese ha sido el triunfo de la modernidad: poder entender con el tiempo realmente cómo han servido casi como una vitrina donde mostrar realmente como se puede ir construyendo a partir de una estructura muy fija y muy neutral, y cómo esa estructura neutral sirve de soporte para construir esas múltiples identidades que configuran la totalidad de la ciudad. El tema de los edificios-sin-chiste-pero-que-me-gustan es un poco la raíz de todo. Todos recordamos un edificio del que no sabemos de quién es ni de dónde salió, pero que, sin duda, marcaron nuestra concepción de qué es un buen o un mal edificio o de qué es un determinado espacio según distintas circunstancias.
Frida Escobedo: O que marca el buen y el mal gusto. Alguien puede decir «es que todos esos edificios son horribles, que los remodelen», pero a mí me parece completamente a la inversa: es donde te topas con todas las historias de la ciudad.
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