23 enero, 2014
por Zuloark | Twitter: zuloark | Facebook: https://www.facebook.com/zuloark | Instagram: zuloark
Cuando la Señora Claypool llegó al camarote de Otis B. Driftwood, esperaba una cita en un crucero por el mar, a solas, posiblemente romántica. En lugar de eso cuando abrió la puerta, sobre ella se desmoronó la realidad, una realidad mucho más compleja de lo que ella se imaginaba. Y es que en ese camarote de algo más de 5 m2, la realidad estaba formada por un espejo de pared, un teléfono de la época, una cama más bien pequeña, una lámpara un tanto barroca con dos bombillas, un baúl de viaje que había estado por lo menos en siete lugares diferentes, un ventilador de hierro giratorio, una estantería con algo de ropa y por supuesto, una puerta. Deambulaban por el camarote el propio Driftwood ejerciendo las veces de portero, Tomasso medio dormido, Fiorello muy agitado, Ricardo Baroni poniendo calma, dos mujeres que iban a “hacer” el camarote, el plomero, la chica de la manicura, el ayudante del plomero, la sobrina de la tía Michaella, la que viene a barrer el camarote y cuatro camareros con cuatro bandejas en las que traían la cena, formada por un jugo de tomate, uno de naranja, uno de uva y uno de piña. Dos huevos fritos, dos revueltos, dos pasados por agua y dos en tortilla. Un bistec crudo, otro hecho, otro más hecho y otro quemado. Ocho pastelillos franceses, bizcochos borrachos con unas gotas de amoniaco y también once huevos duros; uno de ellos de oca.[1]
La realidad de ese camarote, a pesar de su apariencia, está completamente insaturada pues para Otis B. Driftwood no ha llegado al límite de su capacidad. Cuando pensamos que está lleno aún caben más personas, siempre son todas bien recibidas y todas encuentran su sitio y su quehacer.
La multiplicidad de personas, ambientes y objetos dentro ese volúmen limitado lo llevan al límite de actividad, produciendo una superposición de capas en las que se producen dos tipos de situaciones. Por un lado las previstas; el plomero arreglando la calefacción, las limpiadoras haciendo la cama, la sobrina de Michaella buscando el teléfono. Pero por el otro, la multiplicidad de ambientes y de capas produce hibridaciones e interacciones generando actividades imprevistas: Tomasso durmiendo a caballito encima de la chica, el plomero subiendo por el baúl con Ricardo o la mujer de la manicura apartando un zapato de su bandeja. Los espacios hiperdensificados que superponen actividades aparentemente inconexas, generan relaciones no planificadas.
Traducir esta idea en los espacios públicos que compartimos (una plaza, una calle, una mesa, una escuela o un centro de arte) supone abordar la superación de las categorías y criterios de separación de funciones de la modernidad para configurar una máquina de habitar más compleja, supone dejar de pensar en sistemas estancos y dar cuenta del universo de relaciones que construyen el proceso de la producción cultural, viajando más allá de los límites (del volúmen y de las instituciones) que los contiene. Implica desagregar “la gran máquina” que propuso la modernidad en multitud de cajas de herramientas.
Una herramienta, descrita de forma fascinante por J.A.Marina, es un objeto real o ideal, expresamente diseñado para realizar una función que sin él sería difícil o imposible realizar. Vivimos rodeados de herramientas de muy distinto tipo, un sacacorchos, un ordenador, una institución, el lenguaje, una ley electoral o El Campo de Cebada.
Las herramientas se distinguen porque condensan conocimientos que el usuario utiliza, pero no necesariamente conoce. Con ellas puedes realizar una tarea cotidiana “usando” conocimientos más o menos complejos pero en los que no es necesario que seas un experto. Es durante el proceso de diseño cuando se han condensado estos diversos expertajes en el artefacto-espacio- herramienta que se presenta a tu disposición.
El Campo de Cebada [2] es un tipo peculiar de herramienta. Es un rincón especial del centro de Madrid, en el barrio de La Latina, que parte de un vacío urbano de 5.500m2 resultado de la demolición de una piscina municipal y que se está diseñando a sí mismo con un particular modo de gestión. Un entrelazado y distribución de responsabilidades y relaciones entre vecinos, arquitectos, agentes culturales, asociaciones vecinales y administración municipal con sus respectivos expertajes y “órdenes de intencionalidad” introducen sus conocimientos en el diseño de la propia estructura del el objeto – Campo de Cebada, [3] para que funcione como una herramienta más de la cotidianeidad del barrio, como un servicio público más.
[el texto completo de zuloark se publica en Revista Arquine No.66 | Exceso de capacidad]
Fotografía cortesía El Campo de Cebada
[1] A Night at the Opera – Dir. Sam Wood. Metro-Goldwyn-Mayer, 1935. El camarote de los hermanos Marx –Escena – referencia
[2] El Campo de Cebada http://elcampodecebada.org/
[3] Jose Antonio Marina, Teoría de la Inteligencia Creadora