Gobierno situado: habitar
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10 septiembre, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El museo de John Soane publicó las anotaciones que éste hizo en su diario durante la construcción del número 13 de Lincoln’s Inn Fields, anexo a su casa y donde instaló su museo. Soane había nacido en Goring-on-Thames 59 años antes de escribir esa nota, el 10 de septiembre de 1753. Su padre, albañil de profesión, murió cuando Soane tenía catorce años. Un año después entró a trabajar con el arquitecto George Dance, el joven. A los dieciocho años entró a la Academia Real a estudiar arquitectura y a los veintitrés ganó la Medalla de Oro de Arquitectura, acompañada de una beca del rey Jorge III para hacer el Grand Tour. El 18 de marzo de 1778 a la 5 de la mañana partió a Italia. Llegó a Roma el 2 de mayo y regresó a Londres dos años después. Para 1788 ya había sido seleccionado como arquitecto del Banco de Inglaterra y su fama y prestigio no harían más que crecer.
Pocos años después compró la casa del número 12 de Lincoln’s Inn Fields y entre 1792 y 1794 la demolió y construyó una que él diseñó. En 1808 compró la casa del número 13, que también demolió y construyó una nueva en dos fases: la primera la terminó en 1809 y la segunda, a la que corresponde la anotación del diario el día que cumplió 59 años, en 1812. Entre 1823 y 1824 compró, demolió y construyó otra casa en el número 14. Así, en un periodo de poco más de treinta años, Soane amplió su casa a la medida que iba creciendo su colección de libros, maquetas y otros objetos de arte. En 1833, un acta del Parlamento aceptaba la donación hecha por Soane de las casas y las colecciones que contenían para que, tras su muerte, sirvieran como museo y biblioteca para el beneficio de amantes y estudiantes de la arquitectura, la pintura y la escultura. Soane murió el 20 de enero de 1837 y desde entonces así ha sido.
Sus casas y museo no sólo son un ejemplo de su arquitectura. Fueron un laboratorio en el que, como muchos otros arquitectos han hecho con sus propias casas, experimentaba de primera mano algunas de sus ideas. Como ha escrito Robert Harbison, se trata de “una construcción monstruosa que se sigue desarrollando hasta que su habitante muere.” Pero con sus casi ocho mil libros —incluyendo varias ediciones de Vitrubio y manuscritos de arquitectos italianos, franceses e ingleses desde el Renacimiento—, cerca de treinta mil dibujos de arquitectura y maquetas —no sólo de su propia obra sino también de otros arquitectos, de obras de la antigüedad y de detalles arquitectóncos—, pinturas, esculturas, antigüedades egipcias, grecorromanas o medievales, las colecciones de Soane hacen, de nuevo según Harbison, que los espacios de sus casas se encuentren tan llenos que “resultan inútiles para otra cosa que no se al actividad mental.” Una enciclopedia tridimensional de la arquitectura y el arte o una especie de Finnegans Wake arquitectónico —como dice Harbison.
Al modo de los objetos a reacción poética de Le Corbusier, la colección de Soane debía servir para disparar la imaginación arquitectónica de su dueño. Su propia casa está diseñada como una colección de fragmentos construida, explica Harbison, usando como modelos no edificios sino ruinas de edificios: imágenes de obras desgastadas, fracturadas: “cualquier visitante a las congestionadas salas de Soane notará reminiscencias de muchos estilos arquitectónicos.” El salón de maquetas de Soane está a medio camino entre el gabinete de curiosidades y el laboratorio de disección del experto sin que le falte su toque de cuarto de juegos de niño consentido. “Tanto las maquetas como la imaginación arquitectónica de Soane —agrega Harbison— son una experiencia conceptual primaria.”
Como el museo imaginario de Malraux, el collage entre cosas en principio distantes en el espacio y el tiempo, generaba resultados a veces imprevistos en la imaginación del coleccionista o del espectador. Las relaciones entre esos objetos contradicen a la realidad, dice Harbison, especialmente en el caso de las maquetas, donde la escala no es constante y un edificio pequeño es de igual magnitud o mayor que otro monumental. Las comparaciones que en el caso del viaje que había hecho Soane de joven como parte de su formación como arquitecto, descansan casi por completo en un ejercicio de la memoria, en la colección se vuelven evidentes. El museo, concluye Harbison, más que un viaje interior se concibe así como un viaje internalizado.
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