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Columnas

El valor de la ciudad

El valor de la ciudad

17 junio, 2014
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia

São Paulo, Brazil. 2008. The Paraisópolis favela (Paradise City shanty town) borders the affluent district of Morumbi.

En La Hora Arquine de ayer apuntaba Miguel Rodríguez, miembro del colectivo español Basurama y residente en Brasil, que gran parte de la crítica sobre la especulación del evento deportivo apunta a los estadios, auténticos elefantes blancos que no pueden ser ocultados de la vista y los comparaba con otros casos recientes. El caso más particular es Grecia, país más representativo de las consecuencias políticas, sociales y urbanas producidas crisis mundial y que acogía hace 10 años la Olimpiada. En aquel entonces, el país helénico se lanzó a la construcción de estadios que sólo acogieron los eventos durante tan sólo unos días y que justo después cayeron en el olvido. Estadios como el de baseball se abandonaron tanto por el coste de mantenimiento como por la baja tradición que tiene ese país hacia ese deporte.

Pero la especulación en torno a los grandes eventos deportivos no sólo está en los estadios, sino en todos los planes urbanos que las acompañan que remodelan la ciudad y hasta reconfiguran la economía. Así, Brasil parece azotado ahora por una burbuja inmobiliaria que hincha los precios al mismo tiempo que reduce la calidad arquitectónica y espacial de la ciudad. Lo importante parece construir rápido y pronto, antes que un nuevo estallido los alcance, sin intención alguna de construir ciudad. Capitalismo en estado puro.

Como manifiesta David Harvey, hoy el capitalismo prioriza el valor de cambio debe sobre el valor de uso, o lo que es lo mismo, hoy importa más el dinero que se obtiene que lo que se produce. Algo visible en muchos de los productos que compramos, significado más de estatus que de cualquier otra cosa. Un pensamiento que tiene consecuencias fatales sobre la ciudad. Sirvan de ejemplo las periferias de las ciudades españolas, la construcción de vivienda en México o los proyectos fantasmas de China.

La vivienda –apunta Harvey– es muy interesante porque por valor de uso se puede entender el refugio, la privacidad, una amplia gama de relaciones afectivas entre personas, una larga lista de cosas que te brinda una casa. Pero también está la cuestión de cómo obtienes una casa. En una época, las viviendas fueron construidas por las mismas personas que las habitarían, y no tenían un valor de cambio. (…) Después, hace aproximadamente 30 años, la gente comenzó a usar la vivienda como un negocio especulativo. Podías comprar una casa y hacer dinero -comprabas la casa por £200.000 y después de un año podías venderla por £250.000. Ganabas £50.000, ¿por qué no hacerlo? Se impuso el valor de cambio. Y partir de ahí, surgió el boom especulativo. En 2000 después del colapso bursátil global el superávit de capital comenzó a fluir hacia el mercado inmobiliario. Es un tipo de mercado interesante. Si compro una casa y luego los precios suben, tú dices “los precios de la vivienda están subiendo, debería comprar una casa”, y otros se suman. Se inicia una burbuja inmobiliaria. Se infla hasta que explota. Luego, repentinamente mucha gente se entera de que no pueden tener el valor de uso de la vivienda porque el sistema del valor de cambio lo ha destruido”.

Este entendimiento sobre cómo enfrentarnos al problema de la habitación, y por ende de la ciudad, nos ha llevado a un punto de límite y con ello un momento ideal para establecer una reflexión. ¿Hacia dónde debemos apuntar con nuestros proyectos en el futuro? No se trata de desentender la disciplina como un negocio, cosa que también es, pero sí entender qué posición queremos tomar. Estas formas ciudad tienen además consecuencias fatales, una especie de violencia estructural sobre la ciudad. ¿Cómo responder entonces? Ignasi de Solà-Morales decía en Anyway que ante tales modos de violencia sólo tenemos tres salidas: la sumisión –mantenernos y alimentar al propio sistema sin búsqueda alguna del cambio– la delincuencia –saltarnos cualquier regla– y la resistencia –trabajar con lo que tenemos para producir algo distinto.

Quizás sólo desde esta última podamos trabajar desde la disciplina arquitectónica –que, admitámoslo, ella por sí misma no puede hacer solución a todo el problema sino que este pasa por la acción conjunta. Tal vez sea hacer simplemente las cosas bien, en vez de rápido. Esa lentitud, el pensar un poco más las cosas, podría ser una de esas formulas para resistir.

 

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