Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
30 septiembre, 2019
por Juan Palomar Verea
Mostrar viene de la misma etimología de monstruo: mostrar un monstruo: enseñar un prodigio. La arquitectura no se muestra: se demuestra. Es decir: se hacen evidentes, por experiencia directa, sus condiciones, se clarifican sus notas para discernir así una auténtica pieza de esa disciplina.
Es muy antiguo el debate sobre si la arquitectura puede ser ilustrada mediante otro recurso que no sea la experiencia directa de los espacios que la forman. Y puede existir un consenso claro de que cualquier otra representación no es más que un sucedáneo de la vivencia integral de una cierta arquitectura. Dicho esto, enfatizado por Díaz Morales, nuestro teoricus maximus, es de considerarse las ingentes cantidades de informaciones fotográficas o fílmicas con las que, por más de un siglo, se ha tratado de aprehender el fenómeno de los espacios construidos. Tal insistencia ha logrado quizá generar una especie de callo (corpus callosum) en la mirada de muchos observadores, lo que produce un demérito en la experimentación, sin mediaciones, de las arquitecturas reales. Tal vez este mismo factor haga que ciertas nuevas producciones de “arquitectura” estén concebidas y pensadas más para el consumo de la lente que para el servicio de la vida con todas sus implicaciones.
Se podrá decir que miles de revistas y de sitios en internet se dedican a difundir la arquitectura mediante imágenes. Pero lo que hacen es transmitir reflejos de reflejos, y muy difícilmente —más bien nunca— la esencia de la disciplina.
Algo así sucede con la costumbre por parte de colegios, instituciones educativas y academias de arquitectura, quienes en su esfuerzo de difusión “arquitectónica” invierten una considerable cantidad de energía, tiempo y dinero. El problema es que se puede más bien, con esta costumbre que data del siglo XIX, caer en prácticas deseducativas, que más que nada favorecen a los egos de los siempre fugaces protagonistas de lo expuesto.
Se ha sugerido desde hace tiempo una alternativa, la que por otra parte se comienza a seguir en distintas partes del mundo. Si lo que se trata es de mostrar la arquitectura ¿por qué no recurrir al patrimonio construido y encontrar ahí ejemplos vivos y vigentes de la disciplina? Y, enlazando con esto, se podrían realizar ejercicios de nueva arquitectura allí donde esta es necesaria, inmersa en un contexto real y con necesidades tangibles.
Para aterrizar estas reflexiones en nuestro medio: ir a San Diego de Alejandría, por poner un ejemplo entre miles. Entender el contexto general, humano, natural y construido; sintetizar las necesidades, insertar luego las propuestas arquitectónicas pertinentes, en vías a su eventual aprovechamiento. Con la misma energía, tiempo y dinero se obtendría así una ventajosa enseñanza, una práctica estimulante, y productos útiles a la sociedad, no a los egos. De otra manera el corpus callosum no hará más que aumentar. Y necesitamos, urgentemente, lucidez.
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