Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
24 julio, 2017
por Juan Palomar Verea
El lenguaje técnico/burocrático de los planos con los que se “hace” la ciudad está muy lejano del deseo. Y, sin embargo, es a este deseo al que, ineludiblemente, debería de responder todo el esfuerzo “planificador”. Llanamente, a cómo quiere vivir la gente, qué espacios y usos le gustarían y requieren, qué contexto urbano específico busca. Los neutros, y a menudo abstrusos, planos “urbanísticos” acostumbrados tienen muy poco que ver con esto. Si acaso, constituyen una especie de andamiaje normativo. ¿Y, al final, qué es lo que buscan normar? ¿Cuál es el corazón de todo el esfuerzo? El innombrado deseo. Lo que queda sin formular, sin ninguna materialización tangible, sin comprensión ni visibilidad.
¿Y cómo lograr este “plano del deseo”, o para ponerlo en un menos alarmante término, “plano de identificación y visualización de proyectos específicos”? (Un “plano” que en realidad consistiría en todas las representaciones fácilmente comprensibles de la demarcación que se busca.) Esto se logra con arquitectura, que es lo que siempre ha hecho las buenas ciudades. Con arquitectos. Aquí habría de disolver la desgraciadamente tan utilizada diferencia entre arquitectura y urbanismo, entre arquitectos y urbanistas. Sacando históricamente las cuentas, nada ha ganado la ciudad con esa esquizofrenia. (Ver el caso, entre tantos, de Robert Moses).
El arquitecto que no es capaz de enfrentarse a la ciudad, y de intervenirla positivamente, no es arquitecto. Hay quien hace locales o pequeñas torres, arreglos de interiores o arreglos de plantas, casas de línea más o menos comercial, entradas de “cotos”. Muy bien, pero no son esos practicantes de solamente estas especialidades los que se requieren. Y muchos de ellos, si tuvieran la oportunidad y se sacudieran el complejo de no ser “urbanistas”, podrían asumir todo el alcance de su oficio y provechosamente poner sus talentos al servicio de su comunidad. Ser arquitectos con la plenitud del término.
Porque para concebir, elaborar y establecer el plano del deseo de cada demarcación es preciso contar con un arquitecto –o un equipo- capaz y dedicado a su encomienda. Un arquitecto que viva allí, que conozca de primera mano la problemática y las posibilidades de su contexto (y de los vecinos y de muchos otros). Que sea pagado por la ciudad, a cuenta de las grandes sumas que se gastan en “urbanismo” (y que se coordine con las demás instancias pertinentes). Que mantenga una permanente y cordial relación con los habitantes, un taller en donde asiduamente los vecinos e interesados puedan informarse del estado de su entorno, de sus avances, problemáticas, soluciones y proyectos. Con múltiples colaboraciones de especialistas en los campos pertinentes. Con planos, dibujos, fotogrametría, maquetas, etc.
La corporeidad de la ciudad, la imagen de ella y de su espíritu es necesario soñarla, inventarla, descubrirla, plasmarla, construirla. Ésa es la función plena de un arquitecto frente a la ciudad: establecer y procurar, hacer lo necesario, para volver realidad el plano del deseo. Al deseo.
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