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¡Felices fiestas!
2 marzo, 2023
por Liana Vázquez
Son las once de la mañana y en una esquina de la habitación, el hombre pinta ensimismado a la mujer que lo mira. Lo persigue desde que la empezó a pintar sobre ese fondo amarillo mostaza. En unos días va a enviarla junto con otras pinturas, a una exposición que ocurrirá en otro continente. Y una vez allí, él será finalmente libre de la inquisición de esos ojos. Las mujeres que él pinta son parte de su historia. Y su vida podría contarse a través de esos retratos. Como un círculo vicioso muy difícil de explicar.
Gafar Oluwabori (Nigeria, 1989), el hombre que pinta, no me ha contado nada de esto. Yo tampoco he querido leer con demasiada atención el texto brevísimo que acompaña la muestra que está desde hace unas semanas en Galería Enrique Guerrero. He preferido entrar y convivir con las pinturas. Como si fuera una ceremonia, llego y me detengo frente a cada una de ellas por unos minutos. Y las dejo que me hablen, que me cuenten sus historias. Pienso en lo paradójico de que estas cinco imágenes sean una crónica de la vida de un hombre que está en Nigeria, un país que me resulta tan misterioso como lejano. Un hombre que ahora mismo, quizás está pintando en una habitación llena de luz, otro cuadro con fondo amarillo mostaza.
Chronicles, está conformada por cinco pinturas de mujeres. Cinco retratadas que solo el artista conoce. Me gusta pensar que forman parte de su historia. Una madre, que lo regaña por derramar la leche sobre la cama, una abuela, que en su juventud, yendo en contra de una familia entera, escogió casarse por amor, una hermana mayor, que, como su abuela, tiene la mirada valiente, y un amor, que le sonríe desde un salón repleto de gente, mientras lo invita a bailar.
Las pinturas de Oluwabori están formadas por grandes bloques de color. Naranja, rojo, negro, azul y verde. Los detalles que adornan son pocos, un pendiente, un collar, el estampado de un vestido. Y luego están los rostros. Los rostros que son toda la pintura. Los ojos que observan y cuestionan y los labios carnosos que hablan de una etnia, de un país, de un continente olvidado por muchos. Los rostros negros son mapas conformados por líneas, ¿arbitrarias acaso?, que hablan de una memoria, de una raíz que permanece allá, del otro lado del mundo. Porque en nuestro imaginario, estemos donde estemos, África, el continente negro, es siempre el otro lado del mundo.
En la inauguración de la exposición hubo mucha gente. Algunos se acercaban a las pinturas como si buscaran respuestas. Como si las líneas de los rostros, esos mapas escondidos, mostraran algo secreto que sucedía en otro lugar, a cientos de miles de kilómetros de distancia. Como si en esa pequeña sala estuviera aconteciendo algún tipo de revolución. Sin embargo, Oluwabori no está intentando abanderar ninguna lucha, al menos no de manera consciente. Lo que él pinta son fragmentos de su cotidianidad en forma de retratos. Y estos retratos para algún espectador pueden devenir mapas que impulsan a diálogos interculturales, pero para él, son simplemente un retrato en jeroglífico de su propia vida.
No es casual que sus rostros se conformen como pequeños rompecabezas dibujados. Recuerdan esos libros de colorear de los niños noventeros que completaban figuras mientras contaban, porque cada color era un número o cada número un color. El ejercicio de memoria que constituye esta exposición es comparable con un álbum de recortes. Se antoja usar tijeras para reacomodar los fragmentos que conforman las figuras. Mezclándolos y re-armando rostros y por tanto memorias del artista. ¿Es casual la ubicación de estas líneas? ¿Qué se dibuja primero, la línea o la piel? ¿Dónde radica la fuerza de esas imágenes? ¿En la psicología narrativa que nos inventamos al mirar los ojos o los labios o en la piel negra que desde las cicatrices cuenta una historia? ¿Esta historia es también nuestra historia?
A nosotros, los que vivimos de este lado, las pinturas de Oluwabori nos cuestionan, nos observan, nos colocan en el estado incómodo de preguntarnos cuánto tenemos en común con personas que existen en un espacio otro que por ajeno hemos colocado en un lado distinto al nuestro. Casi siempre más abajo. Pero la exposición también da un poco de esperanza. Porque creo que esas cinco pinturas sirven como excusa para hablar de la otredad. Para colocar la mirada en sujetos que normalmente pasan desapercibidos en un entorno, a donde también, e irremediablemente, pertenecen.
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