José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
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¡Felices fiestas!
24 octubre, 2016
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
¿Cuáles son las relaciones que la literatura mantiene con la ciudad? El escritor Sergio González Rodríguez señala a la tradición literaria de la Ciudad de México como una de las más consistentes, pero que ha provocado resonancias no siempre productivas en la producción actual. Narrar la ciudad, nos dice Rodríguez (cuya labor periodística y literaria se ha centrado en la geopolítica, en la observación de espacios específicos), conlleva nuevas problemáticas.
Christian Mendoza: La ciudad, como un tropo literario, ¿qué constantes mantiene? ¿Se sigue hablando de la ciudad de la misma manera en que, por ejemplo, la abordó Baudelaire?
Sergio González Rodríguez: El género de la crónica, en su sentido amplio (narración histórica en que se sigue el orden consecutivo de los acontecimientos: o bien, artículo periodístico o información radiofónica o televisiva sobre temas de actualidad, según el Diccionario de la lengua española) ha mantenido la vinculación con la ciudad como tema y contenido literarios. En particular, además de los usos periodísticos que refieren los nexos entre quien habita un espacio urbano y éste, sus características actuales, su pasado, su memoria, tanto la narrativa como la poesía ofrecen la oportunidad de explorar dicho tema y contenido. En la Ciudad de México es posible observar una consistente tradición narrativa y, al mismo tiempo, una tradición poética al respecto, cuyo trayecto transita desde el inicio de los procesos de modernizar el país (1850-1950) a la afirmación y declive modernos (1950-1990). A partir de la última década del siglo XX, la capital mexicana comenzará a convertirse en una “Ciudad global” (Saskia Sassen dixit) o posmoderna. Literariamente, ambas fases contaron con numerosos y diversos registros una y otra vez. A la luz de lo anterior, queda claro que la urbe de Baudelaire es una experiencia fechada y circunscrita a su contexto histórico. La idea del “pintor de la vida moderna”, del flâneur que goza y padece en forma contradictoria su entorno urbano se convertirá poco a poco en un ejemplo espectral de gran influencia en el mundo. En mi opinión, nadie habla ni podría hablar de la ciudad de la misma manera que lo hizo Baudelaire.
CM: La ciudad adquirió importancia en diversos nombres de la literatura mexicana -Carlos Fuentes y Efraín Huerta son algunos nombres emblemáticos. Consideras que en la literatura actual del país, ¿hayan cambiado las estrategias para representar lo urbano?
SGR: Tanto Fuentes como Huerta y muchos más fueron innovadores en su momento (tocados por la cultura moderno-vanguardista francesa y norteamericana). En la actualidad, se tiende a desconocer su obra: ahora, el presente o ultra contemporaneidad, como la denomino, resulta de mayor importancia por desgracia para las nuevas generaciones que el pasado, por muy inmediato que éste sea. El día de hoy impera el voluntarismo y la desinformación: quienes creen ser innovadores sólo repiten lo que décadas atrás hicieron otros. En cualquier caso, las estrategias para representar lo urbano suelen ser resonancias, ecos, repeticiones inadvertidas muchas veces que muestran su grado de desgaste en lo inmediato. Ni siquiera la narrativa multimedia expresa una potencia creadora equiparable a la que hubo en otros periodos. La técnica y lo artificial sólo reproducen una anterioridad existente, están inhabilitados para producir algo. De esta imposibilidad surge también el impulso melancólico, el “esto ha sido”, al que yo opongo el “esto está siendo”: la revitalización del pasado de cara al presente.
CM: ¿Cuál consideras que pueda ser el relato actual de la ciudad? ¿Crees que la escritura se oponga a la figura “modernizadora” que la ciudad representa, o que de cierta manera la continúe?
SGR: El relato actual de la ciudad debe ser complejo, interdisciplinario, acudir o remitir a formatos diversos, que impliquen más que la práctica de los dispositivos, redes, sistemas, su crítica pertinaz. Un relato urbano el día de hoy refleja el espacio inmediato pero, al mismo tiempo, el espacio remoto o diferente (no sólo en términos geográficos o culturales, sino en cuanto al escrutinio de la alteridad radical, por ejemplo, los sueños, el viaje, la narcosis, los delirios, las dislocaciones del sujeto, sus transformaciones efímeras o constantes, etcétera). Tal relato ha de abandonar sus tradiciones historicistas (la fijación en torno del lapso y no del espacio, de la linealidad, del ir hacia atrás en busca del origen que explica todo en forma rígida), para admitir las conceptualizaciones acerca del espacio, las cartografías, las psicografías, el peso de los fantasmas, el acto de corporeizar la historia, la cultura, el contexto, los procesos, el instante en cada persona, las localidades, instituciones, territorios y regiones. Y también tendrá que sondear en la totalidad en cada parte, la yuxtaposición, los ensambles, las trayectorias en los planos diversos de la realidad. De allí también la pertinencia de lo geopolítico y la urgencia de trascender la reducción de los fenómenos extremos que impactan a las personas (violencia, explotación, abusos, etcétera), desde pesquisas que trasciendan lo criminológico y los esquemas de la nota roja o el sensacionalismo, los clichés culturales o de la novela negra. El relato como arquitectura múltiple y expansiva. Por lo tanto, la escritura opositora en términos simples a la modernización está condenada a un activismo estrecho. El relato deseable no solo narra, refiere o denuncia, sino que interviene y modifica la manera en la que entendemos la realidad.
CM: En tu experiencia como cronista, has observado algunas ciudades mermadas por la violencia. ¿Cómo narrar estas realidades? ¿Qué posibilidades crees que tenga la narrativa para narrar la violencia?
SGR: Casi todas las ciudades importantes, en algún momento de su historia, han visto mermar sus bienes, derechos, riqueza o cultura a causa de la violencia (guerras, guerras civiles, asonadas, criminalidad, etcétera). A partir de Ciudad Juárez, frontera con El Paso, Texas, atestigüé y advertí del contagio a todo México de las fuerzas negativas que ahora estragan al país: ineficacia, corrupción, opacidad, negligencia institucionales. Y violencia, inseguridad, miedo, anomia, parálisis social. ¿Cómo narrar esto? Con el equilibrio entre la inteligencia y la emoción. Ni el pesimismo ni el optimismo sirven para pensar (Giorgio Agamben dixit). Por lo demás, la crítica resulta oportuna ahora más que nunca. La narrativa, como lo prueba la historia literaria, no sólo está capacitada para narrar la violencia lo mejor posible, sino para asegurar una recepción óptima de este fenómeno entre los lectores con vistas a mejorar su vida. En estos años violentos, la literatura mexicana ha crecido mucho, para infortunio de los formalistas que se limitan a una literatura sin atributos, de pasatiempo y carente de corporeidad, hecha de vacío y anécdotas estilizadas que aspiran a ser “obras de arte”. La chapucería del redactor que se cree artista.
CM: ¿Qué obras que discutan el tema de la ciudad te parecen relevantes?
Planeta de ciudades miseria de Mike Davis; Cities Under Siege: The New Military Urbanism de Stephen Graham; Future Cities de Camilla Ween; Imaginary Cities de Darran Anderson, Requiem: For the City at the end of the Millennium de Sanford Kwinter
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