5 marzo, 2013
por José Rosado
El 24 de septiembre de 2012 se realizó la primera de dos inauguraciones del llamado Gran Museo del Mundo Maya de Mérida por el gobierno del estado de Yucatán. Este museo ocupa una porción de 2 hectáreas de superficie con 200 metros de frente sobre una de sus avenidas principales en los terrenos del Centro de Convenciones Siglo XXI, donde anteriormente se encontraban las antiguas naves de la desfibradora de henequén Cordemex. El proyecto pretende convertirse en el eje expositor de la cultura maya de la región y espera aportar a las expectativas turísticas de 160 mil visitantes, según declaraciones de sus promotores; aunque el objetivo principal es “la dignificación del patrimonio arqueológico, antropológico y etnográfico de la cultura maya”. La zona urbana en la que se ubica este edificio cultural es de alta plusvalía, con altos niveles de consolidación en servicios públicos e infraestructura urbana, gracias a la existencia de plazas comerciales, tiendas departamentales, avenidas, vivienda media y residencial, escuelas, y una antigua zona industrial. Esto debido a su particular ubicación, en una de las entradas y salidas principales a la ciudad, hacia o desde el puerto de Progreso.
En el vestíbulo del edificio se observa una gran y suntuosa estructura metálica de forma elíptica que conceptualmente simboliza a la cultura maya, según el grupo de arquitectos (Grupo Archidecture / 4A Arq) como la ceiba, “el árbol sagrado” venerado por los mayas. A diferencia del árbol original, este “árbol” cuenta con varios troncos o columnas que lo soportan. Siguiendo el recorrido del museo se ingresa a cuatro salas de exposición permanente con acervo de 800 piezas, la mayoría extraídas del Museo Palacio G. Cantón de Antropología e Historia de la ciudad de Mérida, y una sala de exposición temporal. El segundo nivel cuenta con un gran vestíbulo para las salas de cine que actualmente presentan películas comerciales de cine hollywoodense, en lugar de aquellas que promuevan el arte o en el mejor de los casos, la cultura maya como se prometió en un principio. En total, el edificio cuenta con 17 mil 700 m2 de los cuales 4 mil 650m2 son áreas de exposición para la cultura maya; una sala de cine que funciona en horarios extendidos a las del museo, cafeterías, áreas administrativas y bodega.
Un análisis del programa, las necesidades y justificaciones de este edificio responde a un fenómeno identificado en muchos países como: “arquitectura espectáculo”. Claramente se reconocen vínculos de esta arquitectura con un interés de protagonismo mediático, muy similar a los intereses de la administración impulsora en este proyecto, y con muy poco contenido que justifique su promesa de enaltecer o difundir la cultura maya. Mucho menos de ser el epicentro cultural de la región. El Gran Museo del Mundo Maya tuvo una inversión pública cerca de los 900 millones de pesos. Deja una deuda a los ciudadanos por 20 años y un contrato de mantenimiento del edificio a particulares, por el mismo periodo, con un saldo total de 5 mil 500 millones de pesos, según documentos del contrato de PPS. Esto, automáticamente, pone en tela de juicio la rentabilidad del museo y lo coloca como un posible caso más de fracaso urbanístico, administrativo y económico. Con su forma pretenciosa, no es más que un “nido de la vacuidad”, es un gran espectacular de promoción de la imagen de un gobierno, un proyecto que no sustenta las necesidades y prioridades reales de la población y su cultura, que lo vuelve, caprichoso, vacío y costoso. Es un (otro) monumento al derroche de los recursos públicos.
Es un claro ejemplo de cómo el aspecto publicitario-arquitectónico de la obra se sobrepone a la importancia de atender las demandas culturales, económicas y sociales para lo que se dice fue creada. “A falta de ética nos queda la estética”, pero en este caso, una estética arquitectónica con toneladas de “piel” metálica “emulando” la naturaleza, inspirada evidentemente en edificios de impacto internacional y sustentando su apropiación estilística. Cualquier argumento conceptual como justificación no evoca los valores trascendentales, cosmológicos, estilísticos, espirituales o científicos a los que obedecía la arquitectura maya. Simple y puro sensacionalismo arquitectónico.