3 mayo, 2013
por Arquine
por Humberto Ricalde
A mitad de los sesenta, un libro profundo y a la vez lírico, hablaba del organismo palpitante que es toda ciudad y proponía un modo cercano al de las ciencias para estudiarla y entender su elemento constitutivo, su carne, la arquitectura. Libro también memorioso, lleno de presencias de profundas huellas en lugares y muros, en esa carne – arquitectura que definía como: “el tejido denso pero practicable, vivo y penetrable de la ciudad”. La arquitectura de la ciudad de Rossi destilaba cariño, pasión por ese territorio vasto, verdadero palimpsesto histórico, donde está guardada la memoria de cada cultura e incitaba a explorarla repasando sus vicisitudes, recorriendo, paso a paso, sus lugares sus largos procesos de confirmación. Toda otra manera de acercarse y percibir la arquitectura en su amplio territorio: la ciudad; que hacía parecer fría y esquemática la “moderna” concepción urbana tan repetida por los funcionalistas.
Aldo Rossi (3 de mayo 1931 – 4 de septiembre 1997) ponía, en 1966, el tercer apoyo al trípode en el que descansaría la visión de la aruitectura contemporánea a partir de los años sesenta; hoy sabemos que los otros dos son, no al acaso, Teorías e historia de la arquitectura de Manfredo Tafuri y Complejidad y contradicción en la arquitectura de Robert Venturi. La trayectoria del pensamiento de Rossi, dibujado, construido y escrito, depararía una serie de sorprendentes hallazgos: Un día, casi como una apropiación intemporal, su “Teatro del Mondo” (‘79-‘80), silencioso, se desplazaría por los canales de Venecia, poniendo en movimiento torres, cúpulas y campaniles de memoria bizantina; en él la intensidad de pensamiento y la dinámica histórica de una cultura cargan al límite una propuesta arquitectónica paradójicamente efímera; “porque ante todo me gustaba esto: que el teatro fuera una nave y como tal sufriera los movimientos de la laguna, las ligeras oscilaciones, el subir y el bajar… que venía aumentado por la visión del horizonte del mar a través de las ventanas”. Así la arquitectura se daba cuenta de su acontecer, de estar en un tiempo y lugar, de ser escenario de la vida, acontecimiento, teatro vital.
Previo al “Teatro del Mondo”, un proyecto nunca realizado, dará cuenta a su vez del pensamiento trascendente de Rossi: “El monumento de la Resistencia” en Cuneo. Si el primero es puesta en acto de la vida, este otro es lugar de la conmemoración, monumento donde la arquitectura cobra intensidad a través de sus ingredientes esenciales: paisaje, geometría y recorrido, llenos de meditada significación. Consecuentemente con este pensamiento dibujado y construido, el tercer término de esta trilogía de proyectos es, sin duda, el intemporal “Cementerio de Módena”. Ahí la arquitectura descansa en su propio regazo, el tiempo detenido viene del reposo de formas primigenias: cubo, pirámide, tetraedros que yacen vecinos al viejo camposanto de la ciudad; sus altas cartelas son un ritmo mudo entre los columbarios, aquí es el escenario del silencio.
Memoria, tiempo y lugar en Cuneo; ceremonia, vida y representación en Venecia, y en Módena monumento, reposo y silencio. Una arquitectura que más allá de su función, su razón o su cuerpo tectónico, dice o calla y está llena de estados del alma. Con esos estados, con recuerdos apasionados, está escrita la “Autobiografía Científica”. En ella un “todo Rossi”, entra con gusto por la puesta en el acto, en escena y aparece a la vuelta de cada página un rincón de alguna ciudad repetidamente recorrida, una vieja estancia en Parma, alguna playa a las orillas de la isla de Elba o el Hotel Sirena que, discreto y celoso, guarda “una arquitectura interior, o mejor aún, desde el interior, persianas que filtran la luz del sol o la línea del agua, constituyen, en el interior, otra fachada, junto al color y la forma de los cuerpos que, tras las persianas viven, duermen, se aman”
Esta intensidad reflexiva, entre el lirismo de sus primeras obras y de su “Autobiografía Científica”, se echan de menos en el Aldo Rossi después del premio Pritzker. El estrellato de los noventa llevo su obra a Japón, estados unidos, Alemania, Holanda, etc. Aquí quedan apenas edificios que son vestigios de su fuerza poética, de aquellas obras concebidas a fuerza de excavar la materia colorida de muros y techumbres de entre los trazos obsesivos de sus vigorosos dibujos y sus inspiradas letras. Detengamos, por lo tanto, esta evocación aquí; recordándolo al final de este verano del ’97 con sus propias palabras premonitorias: “en cada verano venía el último verano y es ese sentido de permanencia… donde se encuentra la clave de muchos de mis proyectos”.
*Texto publicado en Arquine No. 2 | Sobre composición y lugar | “El lugar y la memoria” pp. 13-14
Teatro del Mondo
Cementerio de Módena