Espacio político: rave y cuerpo
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5 noviembre, 2015
por Carlos Lanuza | Twitter: carlos_lanuza_
“En arquitectura, lo contrario también puede ser verdad.”
Fernando Távora.
Existe un lugar que frecuentamos muchas personas cada día en el oficio que desempeñamos, particularmente acentuado cuando la labor es creativa: el espacio que hay entre la práctica y la teoría. Ubicarnos en ambos extremos -en el caso del diseño y la arquitectura- es un peligro constante, algo que puede hacer que el proyecto se vuelva un objeto meramente utilitario, que cumpla una función desde un punto de vista frío, inequívoco y estéril. Por otro lado, el de la teoría puede generar un objeto confuso, ensimismado y justificado solamente desde teorías que se alejan de la realidad. El contraste lo podemos ver a la luz del día en cualquier parte, en la escuela y la ciudad, entre nuestros colegas y los medios de comunicación.
El entusiasmo con el que nos atrevemos a indagar en el mundo teórico nos puede llevar a levantar la mirada y obviar lo que se debe asentar en el suelo, echar raíces, pertenecer a un lugar y servir a la gente. El arquitecto español Barba Corsini (1916-2008) decía “He tenido que aprender a suprimir las teorías y empezar a pensar. Las obras con las que me he sentido más a gusto son las que han hecho feliz a alguien.” Esta vocación hacia el otro, lejos de lo megalómano, nos recuerda que la arquitectura está al servicio de los demás, lejos de la estridencia y del grito que quiere llamar la atención, la necedad ciega de quien necesita la luz del flash. Curiosamente las reflexiones de Corsini surgieron a partir de una crisis inmobiliaria, como la que vivimos ahora, que obliga a hacer un alto en el camino y repensar las andanzas.
Edificio Mitre (1959-1962) – Arq. Francisco Juan Barba Corsini.
José Antonio Coderch (1913-1985) también nos recuerda lo importante y lo hace de manera categórica desde el título de uno de los pocos textos que escribió, y que sigue teniendo gran actualidad: “No son genios lo que necesitamos ahora”. Coderch apelaba a una nueva actitud ante el proyecto –que continuaba con la tradición constructiva, volvemos siempre al principio- y nos quedan algunos testimonios de su terca moral que así lo atestiguan. Son muchas las enseñanzas que nos dejó Coderch: “Al dinero, al éxito, al exceso de propiedad o de ganancias, a la ligereza, a la prisa, a la falta de vida espiritual o de conciencia hay que enfrentar la dedicación, el oficio, la buena voluntad, el tiempo, el pan de cada día y, sobre todo, el amor, que es aceptación y entrega, no posesión y dominio. A esto hay que aferrarse”.
Entendemos entonces que es imprescindible un conocimiento cabal de la historia –o al menos una idea de nuestra ubicación en el tiempo- y de la tradición a la que pertenecemos, y elaborar una crítica no sólo de nuestra obra sino de todo lo que se ha producido y se produce. El oficio del arquitecto debe estar tensionado por ese lugar indeterminado, el justo medio en el que se encuentran las obras que logran perdurar en el tiempo, a caballo de la crítica y la práctica. La singularidad del oficio exige, por lo tanto, una reflexión sobre la tradición, una comprensión que nos desvele lo realmente importante, y esto sólo es posible entendiéndonos a través de las obras de los demás.
“La misión de una teoría del proyecto no es hallar fórmulas que traten de resolver los problemas de una vez por todas, sino, más bien, ensanchar la práctica del proyecto y su campo problemático proporcionando al mismo tiempo instrumentos que permitan plantear esos problemas con mayor claridad y justeza, o sea, que permitan reconocer más ordenadamente la complejidad de lo real.”
Carles Marti
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