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El edificio y el huevo frito

El edificio y el huevo frito

7 septiembre, 2013
por Arquine

por Alejandro Hernández Gálvez | @otrootroblog

Desde hace unos días es noticia un edificio que derrite coches y fríe huevos. El walkie-talkie como lo conocen los londinenses, es un edificio de 37 pisos en la City proyectado por el uruguayo Rafael Viñoly. En una entrevista en el 2012 con Oliver Wainwright, crítico de The Guardian, Viñoly tuvo el mal tino de decir “todo edificio es una ocupación del skyline, pero la mayoría no dan nada de vuelta”. Por supuesto Viñoly no pensaba que lo que su edificio devolvería serían rayos de sol concentrados a unas cuadras del edificio, elevando la temperatura al punto de poder derretir los espejos de un auto ahí estacionado o, ya en plan de burla, freír un huevo en un sartén a media banqueta. Dos años después, de nuevo a Wainwright, Viñoly admite: “cometimos muchos errores con este edificio y nos haremos cargo de ellos”. Viñoly dice también que sabía que esto iba a pasar, pero carecían de las herramientas o programas necesarios para analizar el problema con precisión y culpa en parte a la reducción de costos que eliminó unas persianas horizontales que disminuirían la luz solar reflejada por la gigante fachada cóncava. El efecto del walkie-talkie es un caso extremo, sin duda, pero puede servir para pensar la condición de la arquitectura en relación a su medio, no sólo en los términos de un discurso ecológico, a veces limitado a mera etiqueta, sino más allá.

En 1933 el historiador vienés Emi Kaufmann publicó su libro De Ledoux a Le Corbusier, el subtítulo era origen y desarrollo de la arquitectura autónoma. Kaufmann ve la arquitectura de Le Corbusier no como una ruptura sino como la culminación de un cambio que se había iniciado a finales del siglo XVIII con la arquitectura de Ledoux: desde sus partes hasta el edificio mismo empezaron a ser concebidos de manera autónoma, sin relación directa con lo que está más allá de sí mismos. Kaufman dice que es entonces cuando “emerge el ideal de un aislamiento arrogante.” Lo podemos ver en esos pabellones aislados de Ledoux: formas puras, casi sin adorno, que no se confunden con el suelo sobre el que se posan casi sin tocarlo. Y podríamos ir aun más atrás de Ledoux, hasta Palladio y sus villas, como hizo Collin Rowe. El hecho es que poco a poco el edificio se fue concibiendo como un objeto aislado, puro y autónomo. Suelto en el paisaje y absuelto de cualquier obligación hacia él. El resultado fueron esos edificios poco eficientes energéticamente que denuncia el ecologista, pero la respuesta no pueden ser sólo aditamentos, ya con tecnologías novedosas o ancestrales, para mejorar la eficiencia —esa sería una visión puramente económica de lo ecológico. Hay tal vez que pensar otra relación de la arquitectura con su medio pero desde términos estéticos —en un sentido amplio del término que nos permitiría considerar al rayo fulminante del walkie-talkie como un fenómeno estético, esto es: sensible.

Paul Valery escribió que cada uno de nosotros tiene, por lo menos tres cuerpos. Primero el propio, el que soy y siento; el segundo es el que los otros ven; el tercer cuerpo es el que la ciencia construye. Valery agregaba un cuarto, “indivisible del medio desconocido e incognoscible que los  físicos nos hacen presentir cuando atormentan el mundo sensible” y que “no se diferencia de ese medio inconcebible ni más ni menos de lo que se diferencia un remolino del líquido en que se forma”. Hoy, como demuestra el walkie-talkie de Viñoly, tal vez debamos pensar la arquitectura como el cuarto cuerpo de Valery: indistinguible del medio en que se forma y pasar del objeto discreto al campo expandido.

viñoly