José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
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¡Felices fiestas!
29 enero, 2021
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
A pesar de las restricciones de la Convención de la Haya, que prohibían el uso de químicos en un conflicto armado, Alemania, en los inicios de la Primera Guerra Mundial, comenzó las operaciones de la Sección de Química en el Ministerio de Guerra, un laboratorio de experimentación comandado por el capitán y científico Fritz Haber, quien murió el 29 de enero de 1934. El equipo de Haber no sólo diseñó la solución de gases a base de cloro que sería utilizada en las trincheras, sino también los dispositivos que las diseminarían sobre el campo enemigo y las mascarillas con filtros absorbentes que protegerían a los soldados a cargo de manipular del gas tóxico, bautizado como iperita por ser utilizado por vez primera en la ciudad belga de Ypres, en 1915.
El entendimiento de la atmósfera por parte de Harber no sólo contempló composiciones químicas en abstracto sino que puso en marcha el desarrollo de dispositivos que hicieran más eficiente el ataque. Por esto, Peter Sloterdijk afirma que la guerra química fue un proyecto de diseño. Dice: “Desde el comienzo [de la guerra química] el principio design [es necesario] ya que la manipulación operativa de ambientes gaseados en terrenos abiertos obliga a una serie de innovaciones atmotécnicas. Por su causa, las nubes tóxicas de combate se convirtieron en una tarea de diseño productivo.” El aire se vuelve un objeto cuyas funcionalidades pueden ser ajustadas a las necesidades del combate. Apunta Sloterdijk: “Los combatientes movilizados como soldados normales en los frentes de gas, tanto en el oeste como en el este, se vieron enfrentados al problema de desarrollar rutinas para el diseño regional de atmósferas.”
Para Sloterdijk, el desarrollo de la atmotecnia —la técnica y diseño de las atmósferas— es lo que define a la modernidad. Los avances científicos se permiten hacer del ambiente una materia adaptable. Pero la atmotecnia no sólo involucra al diseño de nubes tóxicas sino que también hace del acto de respirar un peligro. Una simple necesidad fisiológica destruye el sistema interno de los atacados. La posibilidad de expandir el gas en territorios determinados vuelve imposible que ahí se desarrolle la vida. Desde la creación del iperita, también conocido como gas mostaza por su tonalidad amarillenta, el aire ha sido continuamente instrumentalizado para ejercer lo que Sloterdijk llama terror.
Para autores como Jason W. Moore, la responsabilidad del calentamiento global no puede ser cargada a toda la humanidad ya que se debe tomar en cuenta “una marcada desigualdad en la distribución de la riqueza y el poder”. “Desde este punto de vista”, continúa Moore, “la frase ‘cambio climático antropogénico es una forma especial de culpar a las víctimas de la explotación, la violencia y la pobreza. ¿Una alternativa más acertada? La nuestra es una era de crisis capitologénica.”
La acumulación y nula distribución de la riqueza ha generado también un asedio sobre el aire y sobre la mentalidad contemporánea, tanto que la crisis climática es una vía para diagnosticar la ansiedad. Sin embargo, hay proyectos que, casi bajo los mismos preceptos de Fritz Haber, teórico de la atmósfera, buscan revertir los efectos de la crisis. Por ejemplo, la geoingeniería busca intervenir a gran escala los climas terrestres. La creación de nubes artificiales que protejan a la tierra de los rayos del sol o del desarrollo de tecnologías para eliminar el carbono que contamina el aire son algunas de las herramientas —todavía en fase especulativa— propuestas por esta disciplina. Sin embargo, la implementación de las hipótesis científicas requieren de medios de producción que, por lo general, son controlados por agentes muy específcos. Para la diseñadora y geógrafa Holly Jean Buck, la facilidad con la que estas tecnologías pueden ser cooptadas por intereses políticos aumentaría los estragos de la tragedia climática, ya que las disparidades implicarían no sólo las económicas sino también las ambientales. La preocupación de Buck tiene más sentido a la luz de un tuit reciente del físico Elon Musk, quien dijo que daría un premio de 100 millones de dólares al mejor dispositivo para capturar carbono.
Para Buck, si el uso de las tecnologías que imagina la geoingeniería se vuelve parte de la discusión política pública —es decir, si se transparentan las fuentes de financiamiento y se ponen al servicio de la colectividad— es más probable que se tomen mejores decisiones sobre qué le conviene a la mayoría Pero el clima político actual plantea algunas dudas, al igual que la época de Fritz Haber, quien recibió el Premio Nobel de Química en 1918, tan solo tres años después de que hiciera del aire un arma de exterminio masivo.
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