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Columnas

El dibujo como instrumento

El dibujo como instrumento

24 mayo, 2013
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia

Describa su calle. Describa después otra. Compare.

Georges Perec

En 1936 se publica primera edición de uno de los manuales básicos de la historia de la arquitectura: Arte de proyectar en arquitectura – muchas veces más reconocido por el nombre de su autor: Ernst Neufert-. Un catálogo de soluciones dimensionales y espaciales que buscaba establecer un sistema de fundamentos, normas y prescripciones sobre recintos, edificios, exigencias de programa y relaciones espaciales, dimensiones de edificios, locales, estancias, instalaciones y utensilios con el ser humano como medida y objetivo, estableciendo así una relación entre el cuerpo, los objetos y el espacio. Su contenido se basa en un catalogo de dimensiones adecuadas y unos estándares espaciales mínimos que debieran cumplirse a la hora de realizar un proyecto. Sin embargo, y al tomar como referencia el cuerpo humano, cabe preguntarnos si todas las dimensiones similares para cualquier solución en cualquier lugar del mundo o si deberían variar. Sin embargo, en la realidad y, pese a los intentos, no se pueden establecer unos estándares mínimos de manera universal, sino establecer criterios según el contexto donde se ubique, diferencias que obedecen a como se relaciona una sociedad determinada con el espacio; factores como las distancias interpersonales pueden variar de forma clara según en qué parte del mundo nos encontremos. Pese a todo el establecimiento de estándares y el uso de la normalización, aun variando de un contexto a otro, buscan garantizar unos adecuados criterios espaciales y constructivos – generalmente orientado a marcar unos mínimos – de un diseño. Ese era, al menos, el objeto del arquitecto alemán a la hora de dibujar y detallar objetos espacios y movimientos. Existen multitud de normas, orientadas a aspectos como ventilación, iluminación, relaciones entre distintos usos o aspectos como la respuesta ante el sismo o el fuego. Criterios que buscan controlar condiciones de salubridad y seguridad que eviten y alejen posibles peligros o malas respuestas en caso de necesidad. De hecho, muchas normas se establecen una vez ya ha ocurrido el problema; pensemos en las normas de incendios o las de sismo, nacidas más que como prevención previa como respuesta a una falta de previsión.

Existe un caso posiblemente paradigmático en la historia de esta falta de regulación: la ‘Ciudad Amurallada de Kowloon’ en Hong Kong, que este mes cumple 20 años de su demolición. Esta construcción, caracterizada por los estrechos pasillos y la falta de luz natural, creció dentro de los límites que le imponía la manzana de manera inconmensurable sin normativa alguna hasta convertirse en la construcción humana de mayor densidad de la historia: 1.900.000 habitantes por km². Sin limitación alguna – con excepción de dos: la imposición de no construir más de 14 plantas debido a la cercanía del aeropuerto y la obligación de no ocultar las instalaciones – Kowloon era una ciudad sin ley y sin arquitectos que sólo encontró solución, por parte de los gobiernos, en su demolición. De su existencia quedan muchas preguntas – ¿Cuál es la densidad aceptable que debe tener la vivienda colectiva? ¿Cuantos metros cuadrados corresponden por persona para “vivir bien”? – y algunos documentos que la registraron: el libro City of Darkness: Life in Kowloon Walled City de Greg Girard e Iam Lambot, las películas de Jean-Claude van Dame o Jackie Chan y diversas fotografías y videos repartidos por internet, por nombrar algunos. Pero de entre todos destaca el libro japonés: Daizukan Kyuryujyou, este contiene una enorme y detalladísima sección que despliega una realidad, a los ojos invisible, y cuenta una posible organización de cómo era la vida en su interior.

Más allá de su atractivo gráfico, observar ambas obras en conjunto – los trabajos de Ernst Neufert y los del equipo japonés – permiten encontrar ciertos paralelismos en la representación: el uso de la sección, el detalle de la representación. Ambos documentos están habitados, recogen la vida y la acción en el espacio. Uno destaca el detalle de lo infraordinario, otro elimina cualquier elemento superfluo que no para centrarse en la acción del cuerpo en el espacio. Sin embargo, hay que mirar con atención ese primer mundo para extraer conclusiones para  el segundo. Con ambos documentos podemos establecer un orden desde el que aprender de la realidad: primero dibuja lo que ves en detalle y luego establece criterios. La observación minuciosa y continua de lo cotidiano y su representación en un documento es la que permite establecer un conocimiento sobre la realidad y desde ella establecer criterios normativos. Un proceso de ida y vuelta constante entre la realidad y el diseño, donde la norma no llega a priori, debe pasar por ensayos y errores, por soluciones no aptas en cuanto a habitabilidad como Kowloon a los que analizar y aprender. Si Neufert hubiera partido de Kowloon para realizar sus estudios, posiblemente los resultados hubieran sido completamente diferentes – y posiblemente no mejores – pero no es aquí el tema que nos interesa, sino como el dibujo de las acciones más banales de un cuerpo en el espacio se convierte en un instrumento para diseccionar y comprender la realidad, entendido la relación entre el habitante y su entorno construido desde los que poder establecer criterios a la hora de proyectar y construir.

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