Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
29 marzo, 2014
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
La arquitectura es la expresión del ser mismo de las sociedades, del mismo modo que la fisonomía humana es la expresión del ser de los individuos. Sin embargo, es más a la fisonomía de los caracteres oficiales (curas, magistrados, almirantes) que se debe referir esta comparación. De hecho, sólo el ser ideal de la sociedad, el que ordena y prohibe con autoridad, se expresa en las composiciones arquitectónicas en el sentido estricto del término. Por tanto, los grandes monumentos se erigen como diques que oponen la lógica de la majestad y de la autoridad a todos los elementos confusos: bajo las formas de las catedrales y de los palacios, la Iglesia o el Estado se dirigen e imponen en silencio a las multitudes”
Georges Bataille
Hace unos días Zaha Hadid sorprendió a algunos —y confirmó las ideas de otros— cuando, al cuestionársele qué pensaba sobre los trabajadores que han muerto en la construcción de varias obras en Catar, incluido un estadio diseñado por su firma, respondió: “yo no tengo nada que ver con los trabajadores, es asunto del gobierno”. Aunque en sentido estricto es muy probable que así sea, que no tenga ningún tipo de responsabilidad legal por los trabajadores muertos al construir su proyecto, la responsabilidad, pensamos algunos, va más allá de eso. Tiene que ver con la posición política y ética que asume un arquitecto no sólo ante lo que diseña sino en relación al contexto en que se inserta, entendiendo el contexto, por supuesto, más allá de otras construcciones que rodean al sitio. Pedro Hernández ya escribió aquí sobre esa oportuna indiferencia de muchos arquitectos y diseñadores en relación a la política y las políticas que operan en su trabajo.
Después del asunto Zaha, Patrik Schumacher, su socio, declaró en su página de Facebook:
ALTO con la corrección política en la arquitectura. Pero también ALTO con la confusión entre arquitectura y arte. Los arquitectos están a cargo de la FORMA del entorno construido, no de su contenido. Necesitamos entender esto y aceptarlo a pesar de la corrección política moralizante —y finalmente conservadora— que intenta paralizarnos con la mala consciencia y detener nuestras exploraciones si no podernos demostrar instantáneamente un beneficio tangible para los pobres —como si cumplir con la justicia social fuera competencia del arquitecto. Desafortunadamente todos los premios otorgados por la pasada bienal fueron motivados por la corrección política. ALTO con la corrección política en arquitectura. La arquitectura NO ES ARTE, aunque la FORMA es nuestra contribución específica a la evolución de la sociedad mundial. Debemos entender cómo nuevas formas pueden hacer la diferencia para el progreso de la civilización mundial. Creo que hoy esto implica intensificar la interacción comunicativa con una sensación exacerbada de estar conectados dentro de un orden espacial complejo y multiple donde todos los espacios resuenan y se comunican unos con otros mediante lógicas asociativas”
Hace un par de años Schumacher ya había defendido la misma postura —criticada después, como me hizo notar Pedro Hernández, por Leopold Lambert en su blog The Funambulist. Aquí otra cita de Shcumacher del blog de Lambert:
Dudo de que la arquitectura pueda ser lugar para el activismo político radical. Creo que la arquitectura es una disciplina sui generis (discurso y práctica) con su propia y única responsabilidad social y competencia. En tanto tal, debe demarcarse con precisión de otras competencias, como el arte, la ciencia o la ingeniería y la política. A los arquitectos se les llama para desarrollar formas urbanas y arquitectónicas emparentadas con la vida económica y política contemporánea. No están ni legitimados ni son competentes para argumentar por otro tipo de política ni para estar en desacuerdo con el consenso de la política global”
Como apunta Lambert en su texto —y en el posterior debate que sostuvo con Schumacher— la última afirmación del socio de Zaha Hadid es peligrosa: coloca al arquitecto —como a muchos otros— en calidad de víctimas pasivas y pacientes de la política sin legitimidad ni competencia para intentar transformar lo político.
La afirmación de Schumacher: que la arquitectura tiene que ver con formas y no con el contenido, supone entender qué exactamente es lo que contiene la arquitectura. El contenido de la arquitectura no es, por supuesto, lo que sucede dentro de los edificios —sobre lo que el arquitecto tiene sin duda cierto control, aunque limitado. Lo construido condiciona o estorba; hace posibles ciertas actividades o impide otras; repite o pretende romper hábitos e ideologías. Pero los usos cambian y las formas permanecen. Si a eso se refería Schumacher es cierto: era el planteamiento de Aldo Rossi. Pero Schumacher insiste en la corrección política y el compromiso con ciertos modelos económicos. El contenido no es entonces sólo un programa de usos —que ya implica, si duda, ideologías— sino a la expresión del ser mismo de las sociedades —para citar a Bataille. El contenido que se expresa en la arquitectura tiene su propia forma y materia, más allá de la forma y la materia del edificio —a lo que no se puede reducir toda la arquitectura. Ese contenido tiene una estructura o, mejor: estructuras sociales, políticas, económicas, simbólicas, etc. El arquitecto tal vez se descubra impotente ante algunas de esas estructuras, ¿pero incompetente? ¿Cuando una obra se realiza aprovechando la mano de obra barata que resulta de estructuras económicas, políticas y sociales específicas, no se expresa eso como parte de su contenido? Tal vez el arquitecto no pueda, con un proyecto específico, cambiar esas condiciones de trabajo o cambiar la noción de espacio público que exista en alguna ciudad, pero bien puede hacerlas manifiestas en su trabajo y, de algún modo, denunciarlas. O, también, podría seguir el ejemplo de Bartleby y ante ciertos proyectos o ciertos clientes responder preferiría no hacerlo. Imaginemos al arquitecto que decide no hacer el monumento al dictador o, pensemos algo más cotidiano, la casa con la pequeña habitación de servicio.
Algo hay que reconocer en los repetidos intentos de Schumacher de marcar una división entre la arquitectura y el arquitecto y las políticas que los involucran: articula algo que muchos arquitectos llevan constantemente a la práctica sin ni siquiera asumir que ahí podría haber un problema.
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