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23 marzo, 2023
por Liana Vázquez
Recuerdo perfectamente la primera obra de arte hecha por una mujer que yo vi en la sala de un Museo. Era el Museo Nacional de Bellas Artes de la Habana, la ciudad donde nací; la autora era María Josefa Lamarque y el cuadro se llamaba Paisaje de Puentes Grandes (1923). Mostraba un árbol y un río. Era pura luz ese cuadro. Yo tendría unos catorce años. Justo en esa época me apasioné por el arte y por mucho que busqué a esta pintora en libros, documentales, periódicos, nunca la encontré. Regresé varias veces al Museo, pero la pared donde había estado ese árbol, ese río y esa luz, estaba siempre ocupada por un paisaje marítimo del gran maestro Leopoldo Romañach. Pasaría mucho tiempo hasta que yo escuchara hablar de la necesidad de contar una Historia del Arte alejada de la visión heteropatriarcal devenida hegemónica. Y sería lejos de Cuba, y de ese Museo, donde mi encuentro con Lamarque alcanzaría verdadero sentido y donde yo terminaría de comprender el por qué de su ausencia en mis búsquedas bibliográficas.
En el 2016, varios años después de aquella visita al Museo, en un salón de clases chiquitito, conocí a Karen Cordero, una de mis mentoras en los años de Maestría. Karen fue la primera persona que me habló de feminismos en el arte, así en plural, y me impulsó a estudiar a las mujeres artistas que tanto me interesaban. Al finalizar su clase, yo había aprendido, entre infinitas cosas, que hay una forma otra de contar la Historia del Arte donde las mujeres artistas cuentan; donde las mujeres artistas son más que musas u objetos de deseo; donde las mujeres artistas son sujeto accionador.
Escribo esto al salir del Museo Kaluz en el Centro de la Ciudad de México donde he pasado las últimas dos horas observándome a través de una exposición que reúne obras producidas únicamente por mujeres. Una exposición curada por esa profesora que hace años me enseñó a ver el arte desde una mirada crítica y cuestionadora.
(RE) GENERANDO… Narrativas e imaginarios. Mujeres en diálogo está conformada por 109 artistas (también hay colectivas), todas mujeres, de diferentes épocas y manifestaciones. La curaduría no responde a un orden cronológico o temático, sino más bien a un lenguaje poético, como dice la propia curadora. Aún cuando la muestra está dividida por núcleos, Cuerpxs, Entornos e Imaginarios, estos no funcionan como una caja que encierra las obras y obliga al espectador a leerlas desde una única perspectiva, sino que sirven más bien como puente para conseguir que el acercamiento de quien mira sea más certero, asumiendo que en el arte exista alguna certeza.
La exposición se arma con un grupo de piezas pertenecientes a la Colección del Museo Kaluz, la mayoría anteriores a la segunda mitad del siglo XX, y que dialogan in situ con un grupo de otras producidas por mujeres en la contemporaneidad. Este tipo de estrategias discursivas funciona en este caso como catalizador para que el espectador se plantee unas cuantas preguntas con la temática de la mujer creadora como eje estructural. Siendo la más importante a mi parecer: ¿dónde están los discursos de las mujeres artistas en la Historia del Arte? Pero poniendo el punto de mira en otras interrogantes tan esenciales como aquella. ¿Por qué la producción hecha por mujeres no forma parte del Arte como un todo, historiográficamente hablando? ¿Es acaso inferior? ¿Menos válida? ¿Cuál es la justificación de la notable ausencia de nombres femeninos en las salas de los museos más importantes del mundo?
Con estos cuestionamientos en la cabeza se entiende lo certero de la selección de obras que conviven en el espacio. La piezas ‘se hablan’ unas a otras y colocarlas juntas provoca que su discurso se resemantice y se
reconstruya desde una visión absolutamente diferente a la que originalmente pudieran haber tenido. Un cuadro de Josefa Sanroman adquiere otro sentido, quizás más cuestionador, por decir lo menos, si lo pensamos como parte de una línea invisible en la que también aparecen las intervenciones digitales de Carol Espíndola. Un paisaje de Olga Costa, de los cerros de Guanajuato, se convierte en la cara A de una intervención-acción como la de Perla Krauze, o viceversa, teniendo ambas obras un eje temático relacionado con la tierra, la naturaleza y en definitiva, la vida.
Tampoco puede decirse que las obras que conforman (RE) GENERANDO… hablen de temáticas de interés exclusivo del género femenino, que también, sino que las temáticas son casi universales, solo que al ser construidas por mujeres, el enfoque necesariamente cambia. Pero es que en el arte las temáticas, aún las más universales, devienen individuales porque cada obra es fruto del imaginario de quien las crea. Por tanto, estas obras, ilustran una visión de la Historia del Arte mucho más diversa e inclusiva, como debería ser cualquiera de sus lecturas.
Esta muestra insta a revisar con sentido más crítico la forma en que nos acercamos al Arte y sobre todo esas verdades que damos por absolutas simplemente porque así aparecen en un libro de texto. Las mujeres artistas han existido y han formado parte del devenir artístico desde la Antigüedad, pero sus nombres y obras han sido eliminados conscientemente por un sistema patriarcal que invisibiliza lo que no conoce, lo que le es ajeno. A las mujeres artistas les ha tocado vivir en un mundo pensado para otros y a pesar de ello, han permanecido. Es tiempo de darles su espacio y su lugar. No uno regalado, sino el que merecen, el que les es propio, como la habitación de Virginia Woolf.
Hace muchos años que no voy al Museo Nacional de Bellas Artes de la Habana, la ciudad donde nací. Pero confío que esa pintura de María Josefa Lamarque, la del árbol, el río y la luz, haya encontrado espacio en alguna de sus paredes. Quizás a la derecha o a la izquierda del gran maestro Leopoldo Romañach.
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