Empezar de cero. Los metabolistas japoneses
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¡Felices fiestas!
19 mayo, 2015
por Mónica Arzoz | Twitter: marzozcanalizo
Actualmente se estima que más de la mitad de la población mundial habita en las ciudades y se espera que, para el 2025, cerca de un 90% de la población viva en ellas (OCDE 2013). Este creciente fenómeno tiene repercusiones no solamente a nivel urbano, sino también sobre el resto del planeta, pues las ciudades son las principales causantes de los cambios producidos en el funcionamiento de los ecosistemas naturales. Diversos autores argumentan que para comprender el impacto generado por las ciudades en el resto de los sistemas, es necesario entender el funcionamiento de éstas desde un enfoque ecológico.
La idea de considerar a la ciudad como un sistema vivo o ecosistema no es nueva. Los ecosistemas urbanos, definidos como aquellos en los que la gente vive en grandes densidades y donde las estructuras urbanas cubren gran parte de la superficie, son considerados como tal por su funcionamiento análogo al de los ecosistemas naturales. Como los ecosistemas naturales, los ecosistemas urbanos tienen procesos de entrada y salida, capacidad del auto-equilibrio y re-organización como respuesta ante fenómenos o impactos. Así como un ecosistema del planeta se puede describir por sus flujos de materia y energía, en los ecosistemas urbanos existe una serie de flujos metabólicos de intercambio de materiales, energía e información dentro del propio sistema y con su entorno.
Por su parte, la resiliencia es una propiedad de los ecosistemas, es la capacidad que tienen éstos de anticiparse ante efectos que afectarán su estructura y dinámica. El concepto de resiliencia asociado a los ecosistemas naturales y sociales fue primeramente introducido por C.S. Holling, quien en 1973 publicó Resilience and stability of ecological systems donde distingue las propiedades fundamentales para comprender el fenómeno de resiliencia: la primera es la “estabilidad de los sistemas” y su habilidad para retornar a su estado de equilibrio después de cierto evento; la segunda, la habilidad de los ecosistemas en absorber cambios y disturbios generados por eventos aleatorios, así como la capacidad de mantener una relación de equilibrio entre población (seres vivos) y variables.
La palabra resiliencia tiene su origen en el término latín resilio que significa volver atrás, volver de un salto o rebotar. En ciudades o ecosistemas urbanos, la resiliencia es entendida como la capacidad de las urbes o comunidades para responder y adaptarse a una posible alteración de su entorno. Expuestos continuamente a transformaciones, impactos y tensiones de origen interno y externos, los ecosistemas urbanos, al generar sus propias condiciones independientemente del entorno, resultan altamente vulnerables.
Habitamos en un planeta cada vez más urbanizado, donde los desafíos y tensiones que plantean la degradación ambiental, cambio climático, o desigualdad social, ponen en manifiesto la vulnerabilidad de los sistemas urbanos. Los expertos dicen que las ciudades y comunidades resilientes son aquellos que mejor han “resistido” los impactos de las crisis, o los que han sabido “adaptarse” al nuevo escenario. La capacidad de los ecosistemas urbanos para sobreponerse y resistir ante las catástrofes o recuperarse posteriormente, depende directamente de la vulnerabilidad y funcionamiento de sus sistemas.
Los efectos producidos por el aumento de población y la expansión urbana, además de los estatus sociales, política y estabilidad financiera a nivel mundial, han debilitado y en ocasiones fragmentado los sistemas de los ecosistemas urbanos. La necesidad de conservar y mantener las funciones y servicios necesarios para el bienestar urbano han llevado a distintos asentamientos urbanos a auto-desarrollar la capacidad de cambiar, adaptarse y transformar sus sistemas en respuesta a diferentes situaciones de crisis en busca de un punto de equilibrio. Un ecosistema urbano resiliente debe de estar compuesto por “sistemas adaptativos complejos”, capaces de auto-organizarse ante shocks, generar cambios internos para “aguantar” y conservar la calidad de vida, pero cambiando su estructura.
No existe una regla o método universal que haga a un asentamiento urbano menos vulnerable y más resiliente. Sin embargo, un pensamiento y entendimiento integral de los sistemas que componen a una ciudad es la clave para crear resiliencia urbana. Encontrar la manera de generar alianzas y puntos de colaboración entre los distintos actores que juegan un rol dentro del esquema urbano es la única manera de crear un cambio de paradigma a favor de la resiliencia. La comunicación y colaboración entre privados, públicos y sociedad civil es la base para necesaria para comenzar una transformación hacia una cultura y estilo de vida resiliente.
Ser resiliente no sólo significa resistir ante un cambio, sino también adaptarse al nuevo escenario, lograr un nuevo equilibrio que mantenga las funcionalidades del sistema y calidad de vida de sus habitantes.
La resiliencia es una cualidad natural de los ecosistemas naturales, y como tal, esta emerge de manera natural en los ecosistemas urbanos. Ciudad de México, conocida globalmente por su complejidad urbana, social y económica representa el ejemplo por excelencia donde la resiliencia se ha hecho presente a lo largo de su historia de manera natural. Continuamente bajo estrés, la ciudad ha logrado desarrollar la capacidad de sobrevivir , adaptarse y crecer independientemente de las trabas que su mismo sistema representa. Ejemplos como el terremoto del 85, las múltiples crisis económicas y grandes inundaciones, evidencian la capacidad de adaptación y flexibilidad de los sistemas de ciudad de México ante momentos de crisis. Sin embargo, hoy en día, la ciudad sigue siendo altamente vulnerable a factores como la inequidad social, crecimiento descontrolado de la mancha urbana y falta de accesibilidad a servicios básicos como el agua. La ciudad, aunque sobrevive, aun sigue en busca de un punto de equilibrio.
La resiliencia va más allá que una respuesta exitosa ante una crisis o eventos, esta se debe manifestar en la calidad de vida de sus habitantes en el día a día, en la percepción y sentido de identidad que el entorno urbano genera y en la relación del ecosistema urbano con su entorno. Se necesita de una red robusta de sistemas compatibles, interconectados que pueda solventar y materializar la resiliencia a las distintas escalas sociales y espaciales.
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