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Columnas

Eco de un escándalo, las zonas arqueológicas en el cine

Eco de un escándalo, las zonas arqueológicas en el cine

11 junio, 2025
por Carlos Rodríguez

La controversia por la filmación del video “Sobreviví 100 horas dentro de un templo antiguo”, del youtuber Mr. Beast, aún genera muchas interrogantes sobre los permisos que dio el INAH para filmar en zonas arqueológicas de Campeche y Yucatán. El asunto, que los responsables de la Secretaría de Cultura, el INAH y los gobiernos de los estados consideran ya zanjado, sigue pendiente. Como respuesta a la presión mediática, el INAH demandó a la empresa productora por “uso ilícito con fines de lucro”.Después, Mr. Beast desmintió la demanda y así el caso quedó inconcluso, sin aclarar ni resolver. 

Manejado a través del cantinfleo, el escándalo, por el que las autoridades se echaron la culpa unas a otras sin asumir cabalmente su responsabilidad, da para muchas preguntas. Una de ellas, motivo de esta columna, es cómo el cine mexicano ha retratado el sureste del país, especialmente las zonas arqueológicas. A diferencia de otros lugares, el esplendor arquitectónico y prehispánico de la región ha sido poco mostrado. Es difícil ubicar películas filmadas en zonas de Campeche como Calakmul o Edzná; el cine se ha concentrado sobre todo en Chichén Itzá y la pirámide de Kukulcán que aparece en La noche de los mayas (1939) y Deseada (1951). Los filmes de Chano Urueta y Roberto Gavaldón, respectivamente, son las dos películas mexicanas filmadas en escenarios reales de Yucatán.

1. Vista hacia la pirámide de Kukulkán durante el rodaje de Deseada.

En el pasado, la Capitanía General de Yucatán la integraban los territorios que hoy son Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Tabasco, Belice y el Petén guatemalteco. La escasa presencia de estos lugares en el cine nacional, tanto el cine de los años cuarenta y cincuenta como el posterior, se debe en parte a la lejanía geográfica de la capital. Fue hasta finales de los años cincuenta cuando Mérida tuvo una conexión por ferrocarril con la Ciudad de México. En el libro La invención iconográfica. Identidades regionales y nación en el cine mexicano de la edad de oro (Universidad Autónoma Metropolitana, 2020), Maricruz Castro Ricalde identifica tres películas sobre la representación de Yucatán en el cine mexicano: La noche de los mayas, La selva de fuego (1945) y Deseada. No se va a comentar aquí el filme de Fernando de Fuentes, que se grabó en estudios de cine y en el que, por lo tanto, no aparecen las estructuras arquitectónicas del esplendor maya.

La noche de los mayas es una oda a la región que utiliza diferentes aspectos de la cultura de Yucatán. Al fondo de los créditos del filme aparece la imagen fija de la pirámide de Kukulcán mientras suena la música que Silvestre Revueltas compuso para la película. La partitura, que Revueltas escribió poco antes de morir en octubre de 1940 y que Chano Urueta adaptó a las imágenes de —¿quién más?— Gabriel Figueroa, presagia la tragedia amorosa y sacrificial que está por venir. Con el tiempo la partitura de La noche de los mayas, que considera instrumentos prehispánicos, se convirtió en parte del repertorio de la música de concierto mexicana. La película se basa en una historia del yucateco Antonio Mediz Bolio, escritor y mayista, gran figura de la región, que también participó en el guion junto a Urueta, Alfredo B. Crevenna y Archibaldo Burns. 

Injustamente olvidada en la historia del cine mexicano, La noche de los mayas, que se filmó en la selva yucateca, fue una superproducción en su día, filmada en un lugar que era casi imposible de conocer para la gente del norte y del centro del país, un esfuerzo mayúsculo. Es una película con valores estéticos notables en la que la arquitectura maya de Chichén Itzá está siempre al fondo. Como se explica al inicio de la historia, los mayas viven en Yuyumil, un pueblo inventado, internados en la selva. Ahí llega un hombre blanco, una especie de Indiana Jones, que se interpone entre la pareja que forman los jovencísimos Stella Inda y Arturo de Córdova. Cuando la joven se enamora del extraño, que con su comitiva va a extraer el chicle de los árboles chicozapotes, comienzan a ocurrir sucesos extraños, por ejemplo una sequía, que la chamana del pueblo, a la que da vida con vigor sombrío Isabela Corona, asegura que se trata de la manifestación de la furia de los dioses.

2. Roberto Gavaldón y Jorge Mistral, protagonista de Deseada.

Si Chichén Itzá es la base y el fondo pictórico del filme de Urueta, en Deseada la arquitectura de la antigua ciudad es el motivo de su contribución más admirable. La historia de la cinta de Gavaldón, en la que Mediz Bolio también intervino en los diálogos, no es muy diferente de los melodramas de la época. Aquí, Dolores del Río repite el papel y estereotipo de “la india bonita”, mito fundacional del cine mexicano con María Candelaria (1943). Ya madura, Deseada es una mujer maya a cargo de la educación de Nikté, su hermana menor, comprometida con un hombre desconocido que viene de fuera. La llegada del galán, Manuel, un español —de nuevo el arquetipo del extranjero— al que da vida Jorge Mistral, trastorna a Deseada. En contra de la moral, entre ella y el prometido de Nikté surge una pasión, que también es motivo del sacrificio final de la película. 

Deseada es la única obra fílmica que realmente ha abarcado la zona arqueológica de Chichén Itzá. A Gavaldón siempre le interesó rodar en locaciones para darle un matiz de realismo a sus películas. En A la sombra del puente (1948), por ejemplo, filmó en lo que fue el barrio de Nonoalco, al norte de la capital. En Deseada se ve a Dolores del Río y un grupo de chicas salir al balcón de un templo situado en la plaza de Chichén Itzá, desde ese lugar, la magistral cámara de Alex Phillips registra el panorama que incluye la pirámide de Kukulcán. Se trata de las primeras imágenes de la película. Luego, las jóvenes se desplazan hacia otros edificios, entre ellos el Templo del Hombre Barbado.

3. Gavaldón en la filmación de su película.

Hay dos momentos fascinantes en Deseada. El primero es la secuencia del sueño, que remite a las escenas oníricas de Spellbound (1945) de Hitchcock, solo que en escenarios arqueológicos reales. Primero, Deseada se mira en un espejo y lleva la melena suelta, símbolo de libertad sexual, sale de la hacienda donde vive y después el montaje la hace aparecer en la cima del Templo de los Guerreros; ahí, gira sobre sí misma, frente a la escultura del chac mool; luego, un corte y aparece entre las columnas de la parte baja del edificio. También se le filma desde las fauces de la serpiente, en la base de la pirámide de Kukulkán, donde sube la escalinata. El montaje engarza un close up de su cara, con los ojos muy abiertos, sin parpadear, y enseguida una panorámica de la plaza. Luego, Deseada corre entre el conjunto de las Mil Columnas. Son las imágenes más fascinantes y extrañas de Dolores del Río. Hay que imaginar cómo filmaron las escenas, especialmente en los edificios altos, con el mastodóntico equipo de antaño que debió ser muy difícil de mover. Aquí, se incluyen algunas imágenes del rodaje, que pertenecen al archivo de la familia Gavaldón.  

La escena cumbre de la película de Gavaldón llega cuando Deseada, que en un momento de debilidad confiesa su amor a Manuel, atraviesa la plaza de Chichén y al pasar al lado del castillo, como también se conoce a la pirámide de Kukulcán, la luz disminuye y voltea a la escalinata, ésta se prende o alumbra de abajo hacia arriba. Como si fuera una pantalla de cine y ella una espectadora, ve proyectadas su propia sombra y la de Manuel sobre la escalinata. Las sombras se abrazan y se funden en un beso. Luego, la escalinata se vuelve a oscurecer, las sombras desaparecen, se deshace la representación que solo es eso, sombras, luz, artificio. Una reflexión sobre el cine mismo. Es una de las secuencias más fascinantes de la obra de Roberto Gavaldón. 

Como coda, queda decir que no solo se trata del penoso video de Mr. Beast, entretenimiento simplón y sin gracia y que además desinforma sobre lo que presenta a sus millones de seguidores. Hay que señalar que, por su forma de proceder, parece que las autoridades de la Secretaría de Cultura, el INAH y los estados de Campeche y Yucatán no saben qué hacer con el patrimonio arqueológico, ignoran cómo actualizar el interés por su arquitectura e historia para compartirla tanto a los mexicanos como a los extranjeros, cómo motivar a la audiencia de manera inteligente, divertida, informada. No es mucho pedir.  

Steel: La noche de los maya, Chano Urueta

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