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Columnas

Dibujar y construir

Dibujar y construir

4 marzo, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

El arquitecto Raimund Abraham murió trágicamente en un accidente automovilístico en Los Angeles el 4 de marzo de 2010. Dejó un impresionante, si no vasto, cuerpo de obra consistente en proyectos urbanos visionarios, casas utópicas, diseños de proyectos jamás realizados así como proyectos construidos de diseño innovador y principios inflexibles.

Así empezaba Lebbeus Woods su reseña, breve, del libro [Un]built, publicado por primera vez en 1996 y reeditado en el 2011. Abraham nació en Austria en 1933, donde estudió e inició su carrera, pero fue en los Estados Unidos donde, desde 1964, sus dibujos, algunos proyectos y su dedicación a la docencia —sobre todo en Cooper Union, al la do de John Hejduk— le ganaron mayor reconocimiento. Murió en Los Angeles, después de haber dado una conferencia en SCI-Arc. En una entrevista Gregory Zucker le preguntó sobre la diferencia entre la arquitectura y los “edificios.” Abraham comienza diciendo que no consideraba la arquitectura como una profesión sino como una disciplina que, durante sus periodos clásicos, había estado más o menos confinada a lo sagrado y al poder político: “la arquitectura representaba un instrumento espiritual y ahora se considera que sólo debe decorar nuestras vidas.” Cuando el viejo orden social colapsó a finales del siglo XIX, continúa, pareció que la arquitectura podía servir para expresar cualquier dominio, el programa más profano o pragmático. La arquitectura así se volvió más ligera, literalmente: en su materialidad, y metafóricamente: en las ideas que presenta. La manera de hacerla, en un amplio sentido, había cambiado. Pensar la arquitectura como una disciplina le permitía decir que se podía “reducir el hacer arquitectura a un pedazo de papel y un lápiz,” pero aclaraba:

Incluso si no construyo, cuando dibujo arquitectónicamente construyo, de modo que anticipo la materialidad, la decadencia, la atrofia de los materiales. Hay una increíble precisión. El bello misterio de la arquitectura tiene sus raíces en la precisión de cómo poner una piedra sobre otra. No se trata de la piedra misma; es el corte entre las piedras, la unión. La precisión del énfasis es el principio de la estructura. Cómo se unen y como se separan.

La precisión del corte. Abraham, reconocido dibujante, decía que “dibujar es cortar una idea en un cuerpo, violar su silencio. Dibujar es hacer un mapa del mundo mediante signos, localizando la ausencia del ojo.” En otra entrevista, Carlos Brillembourg le pregunta sobre su “idea de la tensión entre lo ideal y lo construido como esencial a la condición de la arquitectura.” Abraham responde que esa tensión se da en el contexto de la edificación —building— y no en el del dibujo: “en el contexto del dibujo es una dialéctica totalmente distinta. Cuando dibujo, el dibujo no es un paso hacia la edificación, sino una realidad autónoma que trato de anticipar. Es todo un proceso de anticipación: anticipar que una línea se convierte en un borde, un plano en un muro, la textura del grafito en la textura de lo construido.” La habilidad —el secreto de la disciplina— está en poder traducir, trasladar lo que el dibujo anticipa no sólo del dibujo a lo edificado sino de un dibujo a otro.

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En 1992 Abraham ganó el concurso para el edificio del Foro Cultural de Austria en Manhattan, que se inauguró diez años después. “En arquitectura, la historia de las ideas es más confiable que la historia de las formas,” escribió Herbert Muschamp en su crítica al edificio publicada el 19 de abril del 2002 en el New York Times. Para Muschamp, el diseño de Abraham era “un pasaje a la tradición de la modernidad asociada con Viena y el cambio de siglo XIX al XX.” Detrás de la esbelta fachada del edificio de 24 pisos, que Abraham llamaba la máscara y comparaba a una guillotina, Muschamp lee los rastros de Loos y de Freud y de toda la compleja ambivalencia vienesa. Para Muschamp, Abraham era “un arquitecto que había reclamado el derecho a hacer arquitectura,” lo que no es sólo un acto de expresión personal —que el crítico del New York Times valora. En su entrevista con Brillembourg, Abrahams dice que “la naturaleza fatal de la arquitectura es que interfiere con un equilibrio ideal o físico.” No hay arquitectura sin violencia: sin intervenir en el suelo o en el cielo y debemos “entender la fragilidad del mundo en el que vivimos.” Esa es la dimensión sagrada de la arquitectura, palabra que suena, hoy, sin duda pesada y pasada, pero que Abraham defiende. “Puedes pensar lo mismo al cocinar, dice: cuando matas animales o cortas plantas, la única manera de respetar ese acto violento es cocinar bien. Cocinar no es un proceso para satisfacer el hambre, sino una manera de mostrar respeto por lo que tienes y por lo que has matado.”

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