La arquitectura necesita crítica, no teoría
Lo que se necesita en arquitectura no es pensar en teoría en abstracto sino en su capacidad de ser crítica [...]
1 mayo, 2014
por Joaquín Díez Canedo | Twitter: joaquindcn
Las ciudades son construcciones en el tiempo, imposiciones geométricas sobre un paisaje determinado, obras humanas que resuelven una de las necesidades primordiales de nuestra especie: habitar en sociedad. Son también objetos naturales y sujetos históricos, cadáveres exquisitos que responden a las exigencias y a los caprichos de los individuos que las habitan, pero que al mismo tiempo siempre pertenecen a la colectividad y forman una unidad.
Una ciudad tiene sentido porque congrega y se vuelve escenario para el desarrollo de actividades humanas que de otra manera serían imposibles[1], desde simplemente intercambiar productos en una plaza hasta resolver un trámite administrativo o ir al teatro, salir a un bar o ir a un museo. La ciudad es también una suma de espacios democráticos que permiten el encuentro entre individuos diversos y el intercambio de ideas y servicios. Pero sobre todo, las ciudades son depositarias de la historia y la conciencia colectiva: su desarrollo espacial y temporal es siempre paralelo al zeitgeist de una época dada; y es la suma de estas intenciones, de estas concepciones del mundo, y sobre todo de la superposición entre éstas lo que le da forma y sentido a la ciudad. Así, la ciudad, aún siendo una unidad, no se puede comprender sin sus partes y sin su historia.
Tal vez la historia de la humanidad se pueda reducir a la historia de las ciudades, pues es en ellas en donde ha florecido la cultura. De éstas se puede hablar en muchos términos: se pueden pensar como fenómenos antropológicos, como una serie de decisiones políticas, como una cadena de conexiones económicas y comerciales o una sucesión de eventos históricos. Se podría hacer una historia colectiva de las ciudades ¾que comenzara por un estudio sobre la traza, las intenciones políticas, el desarrollo espiritual de sus ciudadanos, sus principales actividades económicas a través del tiempo, etcétera¾ y aún así no llegaríamos a comprenderlas como un todo.
Asimismo, podríamos intentar representar las ciudades de manera gráfica, en forma de mapas que tracen sus calles y su tránsito interno, de líneas que expliquen su topografía o su hidrografía; se podría también graficar la cantidad de agua que cae al año o cómo cambia la temperatura según las estaciones; hacer mapas de cómo se distribuye la población en sus distintos sectores y qué opiniones políticas tienen sus habitantes, etcétera. Y sí, todos estos puntos nos darán un acercamiento práctico y tal vez cuantitativo para entender una ciudad, pero no nos darán ninguna pista de cómo es la ciudad, de qué elementos la definen, o de qué tan bueno o malo es su espacio urbano.
Entonces surge una pregunta: ¿cómo entender la totalidad de una ciudad?, ¿cómo explicar una obra tan compleja si su tamaño sobrepasa la capacidad humana de percibirla de un solo golpe? Y es que la ciudad física, aquella que habitamos, es en principio espacio ¾y no mapas, textos u opiniones.
La ciudad del día a día es espacio y nada más; espacio, eso sí, comprendido en todas sus acepciones: hay espacios privados, espacios públicos, espacios de disfrute; espacios de tránsito, espacios construidos, espacios vacíos, espacios simbólicos, espacios comerciales, espacios culturales o históricos; también hay espacios de nadie, espacios individuales y espacios colectivos. Sin embargo, la percepción del espacio es un hecho extraordinariamente complejo, pues implica una gama enorme de definiciones. Existe el espacio como una imagen eidética, concebido a partir de juicios a priori y cargado de un significado moral más allá de lo que es y centrado en lo que pensamos que podría ser: el espacio como posibilidad.
Este espacio posible deriva del hecho de que el paisaje es una construcción mental. James Corner dice que “no existe tal cosa como un paisaje sin una imagen [previa; o sea, un punto de vista, un observador], sólo un entorno sin mediación”. Continúa diciendo que la manera en que uno da imagen al mundo “condiciona literalmente la manera en que la realidad se concibe y se forma”.[2] Es decir, existe una separación entre el espacio físico y la manera en que nosotros lo significamos. Y es esta significación, algunas veces personal y otras tantas colectiva, la que da forma al espacio y condiciona su configuración futura, y es así como se van construyendo las ciudades.
Para Michael Hays, el principio de la arquitectura, su primera condición, es la creación de un lugar. Es decir, el hecho de arquitecturar tiene que ver con darle sentido, o uso, a un territorio.[3] Por eso, el espacio como construcción mental, a partir de la materialidad de los edificios que lo contienen, es primero que nada un acto político, que lleva consigo una ideología, o esa imagen de la que hablaba James Corner.
Por esto, es claro que para entender realmente la imagen urbana de una ciudad, para poder “leerla”, es preciso abordar la construcción colectiva de los habitantes en tanto que seres históricos, sociales, políticos y económicos. Y tal vez en el acto de analizarla por partes subyace el hecho de que lo que estamos haciendo es en realidad estudiar la concepción del mundo de una sociedad. Como dice Aldo Rossi, “a ninguna ciudad le ha faltado una idea de su propia individualidad.”[4]
[1] Madanipour, Ali; Impersonal Space in the City
[2] Corner, James; Eidetic Operations and New Lanscapes
[3] Hays, Michael; Architecture’s Desire
[4] Rossi, Aldo; La arquitectura de la ciudad
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