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De moluscos, cráneos, casas, suelos y playas

De moluscos, cráneos, casas, suelos y playas

13 mayo, 2024
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Los tiempos de una publicación periódica son, evidente y necesariamente, cíclicos —cuando no lo son y tu periodo es irregular, quiere decir que, en tanto publicación periódica, algo no anda del todo bien. Sí, sé que en pocas pero innegables ocasiones hemos llegado un par de días tarde. Querido lector y suscriptor, discúlpanos. Sin ser disculpa, he de decir que la mayoría de las veces ha sido por situaciones fuera de nuestro control: demasiada humedad en el ambiente que impide que la tinta seque sobre el papel a tiempo, una distribuidora —la que llevaba la revista hasta la repisa donde la comprabas— desaparece de un día a otro, o una pandemia, por ejemplo. Normalmente nuestro ciclo para la revista impresa cierra a mediados del mes anterior a que entre en circulación: agosto, noviembre, febrero y mayo. Hoy, 13 de mayo, el número 108 de Arquine, que llevará por título y tema suelos, entra a imprenta —si no hay ningún contratiempo. Y, por mera casualidad, hoy 13 de mayo, se cumplen 192 años de la muerte de Jean Léopold Nicolas Frédéric Cuvier, quien hace una aparición, breve, pero precisa, en el número dedicado a los suelos. Quizá un aniversario luctuoso no sea visto como el mejor augurio, pero es la coincidencia que nos tocó y mejor verle el lado bueno.

George Cuvier —su nombre artístico, digamos—, nació en 1769. Desde niño, dicen se interesó en la historia natural y de los animales. Brillante, dicen, llegó a ser uno de los científicos más reconocidos —y criticados— de su tiempo, y se le considera el padre o uno de los padres de la paleontología, de la anatomía comparada y de la estratigrafía. Las tres ciencias se relacionaban entre sí para explicar una de las ideas básicas de Cuvier. Aunque Darwin, cuarenta años menor que Cuvier, aún no había pensado en su teoría de la evolución —El origen de las especies se publica en 1859—, algunos de sus precursores ya hablaban de cambios o transformaciones en la forma y estructura de ciertos animales a través del tiempo. Cuvier se oponía a esa idea. Pensaba que cada animal —cada tipo de animal— era perfecto para las funciones que su momento histórico y su situación geográfica exigían. Los animales cuyos restos encontraba —gracias a la paleontología— podrían parecerse a algunos aún vivos, pero estudiados a detalle —gracias a la anatomía comparada—, podía entenderse que no tenían relación directa. Cuvier suponía que esos animales habían desaparecido a causa de grandes desastres naturales, como terremotos o diluvios y otras catástrofes —por eso su teoría se llama catastrofismo— cuyos rastros pueden encontrarse al estudiar las distintas capas geológicas que se van acumulando al pasar de siglos y milenios —y eso gracias a la estratigrafía.

La visión de Cuvier del mundo animal ponía, pues, la función —de los órganos y partes del organismo y del organismo entero— antes que la forma, contrapunto que nos resulta familiar en arquitectura —quizá porque deriva de aquellas ideas científicas. Aunque quizá la relación entre biología y arquitectura, o entre las ideas producidas por una y otra disciplinas, sea más compleja que la influencia directa, lineal. Según escribe Martin Bresani:

El gran cambio introducido por Cuvier en las ciencias naturales proviene de un nuevo método de clasificación explicativa que ya no se basa en la descripción externa del organismo sino en las funciones fisiológicas cumplidas por las diferentes partes del mismo.

Bresani agrega que hay dos principios rectores en el método de Cuvier: el principio de correlación, que postula que los órganos de un cuerpo se subordinan unos a otros para cumplir con acciones determinadas, y el principio de las condiciones de existencia, que supone que aquellas acciones tienen como objetivo hacer posible y mantener la existencia del ser entero en relación con su entorno inmediato. Función y contexto antes que forma. Al otro lado o en la tora esquina de Cuvier se encontraba Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, para quien la forma de los animales estaba determinada por un plan general.

Paula Young Lee cuenta que en 1830 tuvo lugar un famoso debate en la Academia Real de Ciencias de París entre Cuvier y Geoffroy sobre la anatomía de los moluscos, al mismo tiempo que se desarrollaba una acalorada controversia en la Academia de Bellas Artes:

Quatremère de Quincy y Henri Labrouste discutían sobre la morfología de la forma construida. Entre los partidarios de Labrouste se encontraba el arquitecto Leonce Reynaud quien, junto con su hermano Jean Reynaud, un destacado editor y filósofo, también estaban del lado de Geoffroy en el otro debate. Estos hombres vieron el lento crecimiento del molusco como una metáfora de la historia humana y a su cuerpo maleable como un modelo para la reforma social. El desafío arquitectónico era aceptar a las clases bajas como el futuro mismo de la sociedad urbana. En París, incluso cuando la Revolución de julio de 1830 volvió a elevar las apuestas políticas, ése era el significado de los moluscos.

Young Lee también explica cómo Cuvier usaba en sus explicaciones términos como “composición” y “plano” al hablar de “la arquitectura del cuerpo animal”. Y cita a Cuvier usando la arquitectura para explicar sus ideas: “La composición de una casa es el número de habitaciones que tiene; el plan es la distribución recíproca de esas habitaciones”. En una cita más larga de los escritos de Cuvier, la analogía es aún más clara:

Si dos casas contuvieran cada una un vestíbulo, una antesala, un dormitorio, un salón y un comedor, se diría que su composición es la misma; si este dormitorio, este salón, etc., estuvieran en el mismo piso dispuestos en el mismo orden, y si uno pasara de uno a otro de la misma manera, también se diría que su plan es el mismo. Pero si sus órdenes fueran diferentes, o si estas habitaciones estuvieran en un solo nivel en una de estas casas pero dispuestas en pisos sucesivos en la otra, se diría que estas casas de composición similar fueron construidas siguiendo planos diferentes.

Por otro lado, las ideas de Cuvier y, sobre todo, la manera de construirlas y presentarlas, tuvieron efecto e influencia notables en la arquitectura. Desde los dibujos de arquitectura comparada de Jean Nicolas Luis Durand hasta las ideas de tipo y estilo de Gottfried Semper. Pero sobre todo en Viollet-le-Duc. Estelle Thibault escribe:

El trabajo de Georges Cuvier sobre la organización animal ofrece poderosas analogías que atraviesan el trabajo teórico de Viollet-le-Duc. Detrás del concepto de “condiciones de existencia”, Cuvier defiende la tesis según la cual el entorno determina completamente la morfología animal. Los animales de todas las especies, en su diversidad, se analizan como otros tantos sistemas lógicos, unitarios y racionales, sobredeterminados por sus condiciones de vida en un entorno específico y compuestos de órganos que responden cada uno a funciones precisas. Su supervivencia depende de esta perfecta adecuación. En los escritos de Viollet-le-Duc, la metáfora del edificio como organismo sugiere pensar en la forma del elemento constructivo en relación con su función en un sistema global que responde a condiciones externas –materiales, conocimientos técnicos, clima, moral. contexto político, social y religioso, fuera del cual pierde toda validez.

 

 

 

 

Y no sólo en las ideas, también en los dibujos. Bresani hace notar la similitud entre un dibujo de un cráneo explotado realizado por Nicolas-Henri Jacob para el tratado de anatomía de Jean Marc Bourgery, y algunos de los dibujos, también explotados, de Viollet-le-Duc.

En 1811 Cuvier publicó un libro escrito junto con Alexandre Brongniart: Ensayo sobre la geografía mineralógica de los alrededores de París, que incluyó un bellísimo mapa desplegable, la Carta geognostica de los alrededores de parís. Brongiart nació un año después de Cuvier, en 1770. Fue hijo de Alexandre-Theodore Brogniart, conocido arquitecto parisino. Fue nombrado por Napoleón director de la Manufactura Real de Sevres, puesto que ocupó durante 47 años, hasta su muerte. Dirigir la famosa fábrica de cerámica no fue obstáculo para sus intereses como químico y geólogo. Al contrario. Cuando estudió con Cuvier los alrededores de París, conjuntaron sus intereses geológicos y paleontológicos. Entre las hipótesis que les permitieron elaborar sus descubrimientos, estaba la de que en la cuenca parisina se habían alternado la presencia de agua salada y agua dulce. La demostración de esa idea también fue dibujada. Esta vez en una magnífica sección: Corte teórico de los diversos terrenos, rocas y minerales que entran en la composición del suelo de la cuenca de París. En su libro Bursting the limits of time. The Reconstruction of Geohistory in the Age of Revolution, Martin J. S. Rudwick escribió que dicha sección

mostraba todas las formaciones [geológicas] apiladas en el orden correcto, pero como si todas estuvieran expuestas en una única localidad, en el lado de un único valle imaginario. La sección era puramente geognóstica: simplemente representaba las relaciones tridimensionales de las masas rocosas, con sus espesores típicos. Pero las anotaciones junto a las formaciones resumieron el contenido fósil, lo que a su vez proporcionó la clave de las condiciones de su deposición y, por tanto, de la geohistoria de la región de París.

Quizá, con su mapa y su corte, Cuvier y Brogniart demostaron, siglo y medio antes de que se leyera escrito en las calles parisinas, que bajo el pavimento, hubo playa.

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