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Columnas

Curaciones arquitectónicas

Curaciones arquitectónicas

26 mayo, 2023
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy

Se anunció el fin: la Organización Mundial de la Salud declaró que el virus Covid-19 no es más una emergencia sanitaria. A la manera de la tuberculosis, esta enfermedad se volvió un pretexto para la reflexión disciplinar de la arquitectura. En parte por la manera en la que afectó los espacios en los que habitamos y trabajamos, y también porque quienes ejercen la disciplina consideran que son ellos los que deben discutir cómo es que un virus modifica los rumbos de sus labores proyectuales. Le Corbusier, por ejemplo, asumió que la misión de la arquitectura era funcionar como un dispositivo médico para combatir la tuberculosis. Las terrazas, los jardines y las ventanas formaban parte de una estrategia de diseño mayor, con la cual se pretendía facilitar que la luz y el aire alimentaran a un cuerpo cuya salud se robustecía gracias a la arquitectura. Boxeador y nadador, Le Corbusier implementó en sí mismo sus ideas sobre la salud, legando una imagen de un hombre que no permitió que las adversidades de la modernidad (como lo fue la tuberculosis) detuvieran sus bríos. A inicios de 2020, el discurso no fue tan optimista, aunque delató más ingenuidad que crítica. Se vio, con gran azoro, que la vivienda de la gran mayoría de los humanos del planeta no era suficiente para condensar las actividades laborales y escolares que debían seguir realizándose. “¿Qué estamos haciendo como arquitectos?”, era la pregunta. 

Probablemente, la distancia histórica entre la tuberculosis y el Covid-19 sea el punto de partida para establecer lecturas, interpretaciones e, incluso, poéticas tanto de la enfermedad como de la arquitectura. Plantear una relación simétrica entre la medicina y la arquitectura, además de pensar que la construcción de edificios podía regular tanto sobre el cuerpo como los discursos médicos, legó una serie de imágenes en sepia y en blanco y negro donde la arquitectura, el ejercicio y los rayos X funcionaban para demostrar una estética y hasta qué punto la labor de la disciplina buscó funcionar como una máquina bien aceitada que podía hacer surgir una mejor vida. Pero la enfermedad imprimió un dejo de melancolía sobre estas ideas. Pensemos, por ejemplo, en el Sanatorio Internacional Berghof, el recinto médico donde se desarrolla toda la trama de La montaña mágica, la célebre novela de Thomas Mann. 

Hans Castorp, un aspirante a ingeniero náutico, asciende a los Alpes Suizos para visitar a su primo, Joachim Ziemssen, un joven que está tratando su tuberculosis de manera semejante a como lo prescribió Le Corbusier: terapias al aire libre, baños de sol y caminatas. Castorp asume que la visita será corta: tiene planeado continuar con sus estudios, eventualmente contraer matrimonio y morir como cualquier otro burgués de su estirpe. Lo que sucede es que, por el sólo hecho de encontrarse en ese espacio, comienza a desarrollar síntomas que van desde el aumento de temperatura hasta una tos en la que arroja sangre. El sanatorio, provisto de amplios ventanales y de terrazas donde los enfermos pueden ayudar a su cura exponiéndose al aire montañés, también es el lugar donde el muchacho cada vez más vulnerado por la falta de respiración puede apreciar el funcionamiento de sus pulmones en una máquina de una tecnología novedosa que permite la verificación y el monitoreo de la tuberculosis. El sanatorio donde Castorp (quien, al igual que los demás pacientes, puede costear su estancia en mensualidades) desarrolla su enfermedad se encuentra completamente equipado, aspecto que, podría decirse, es consubstancial a la melancolía que embarga al personaje por esperar una resolución a una enfermedad todavía desconocida y cuya cura depende, en gran medida, de aquellos espacios iluminados y ventilados. “Es poco adecuado hablar de «repetición»; sería preciso hablar más bien de «monotonía»”, reflexiona el joven. “Te traen la sopa de la mañana del mismo modo que te la trajeron ayer y que te la traerán mañana”. Estas son algunas de las reflexiones domésticas que suceden en el sanatorio, un monólogo interior donde la delicadeza puede mezclarse con el aburrimiento. Sin embargo, lo que se avecina hacia el final de la novela es la Primera Guerra Mundial, y es donde Mann transforma un texto sentimental en un comentario social.

Podríamos aventurarnos en las reflexiones domésticas que nos legó la pandemia y apuntar algunas ideas sobre los estados anímicos de sus inicios. La tuberculosis fue conocida como un padecimiento de los melancólicos, propia de los artistas del romanticismo. Y algunas metáforas también podrían surgir después del Covid: el aislamiento, la monotonía, la sopa de todos los días. Sin embargo, en la novela de Thomas Mann, la gran historia de la enfermedad burguesa es interrumpida por un acontecimiento bélico que destruyó a toda Europa. Y, en nuestra circunstancia actual, la pregunta es: “¿qué estamos haciendo los arquitectos?” La vivienda que nos albergó en los días más cruentos de la crisis no sólo sigue siendo la misma, sino que sus lógicas se han reproducido a mayores escalas, con gobiernos que se alían con iniciativas de estancias temporales como Airbnb, o con desarrolladores que se asientan sobre ciudades cuyos habitantes, al contrario de Hans Castorp en su sanatorio, no lograron sostener sus rentas. La cura no estaba subordinada a la posibilidad de tener una casa que contara con grandes ventanales y jardines; incluso, fue el sitio donde incrementaron las labores reproductivas para las mujeres, o donde bastantes ciudadanos experimentaron estados extremos de ansiedad. Además, casi nadie contaba con un espacio para trabajar o para estudiar que estuviera separado de las zonas donde la vida doméstica pudiera seguir siendo la misma, y ese hacinamiento sucedió, en gran parte, por las casas que son la única alternativa para ser parte de los centros urbanos. La destrucción ocurrió aun cuando hayamos dejado de estar asediados por la emergencia sanitaria. La enfermedad del virus es un recuerdo traumático, pero productivo: ahora podemos denunciar, con mayores argumentos, el estado actual de nuestras ciudades.

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