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Columnas

“Cuerpos de concreto”: pensar la ciudad desde sus fisuras

“Cuerpos de concreto”: pensar la ciudad desde sus fisuras

17 septiembre, 2025
por Sebastián Gaytán Hernández

“Los cuerpos del concreto tienen prohibido sangrar,

llorar en las paredes…

Ensuciarían la piel del otro

y está prohibido ensuciar, llorar sobre otro cuerpo.”

Hay algo profundamente incómodo en estos versos. Algo que no denuncia únicamente, sino que interrumpe el relato hegemónico de la ciudad al hacer visible lo que esta insiste en silenciar. En Cuerpos de concreto, el poeta y arquitecto Carlos Emilio Závala no sólo traza una imagen de la ciudad contemporánea; revela el modo en que esa ciudad se impone sobre quienes la habitan, al punto de volverlos cuerpo de sí misma. La arquitectura y la poesía, en este caso, no se sitúan en los márgenes del pensamiento urbano, sino en el centro mismo de su crítica.

La ciudad aparece en este poema como una superficie dura, rígida, pesada, donde las posibilidades de habitar —y con ello, de sentir, de pensar, de llorar— se ven sometidas a un orden normativo que borra toda diferencia. ¿Qué revela una ciudad que no tolera la sangre? ¿Qué formas de sensibilidad quedan excluidas cuando llorar se vuelve un gesto inadmisible? Estas preguntas fueron el punto de partida para una conversación con el autor del poema, donde exploramos no sólo las motivaciones detrás de su escritura, sino también las formas en que la ciudad se configura como escenario de control, propaganda y exclusión.

Una necesidad que articula arquitectura y poesía

Cuando le pregunté por el origen del poema, Carlos Závala respondió con claridad: Cuerpos de concreto surge como una necesidad. Pero no se trata únicamente de una necesidad creativa. Es, ante todo, una urgencia crítica: la necesidad de retratar algo que ocurre en la ciudad y, a la vez, de hacerlo desde un lenguaje capaz de entrelazar la sensibilidad arquitectónica con la potencia simbólica de la poesía.

Carlos detecta, por un lado, una cotidianidad vertiginosa —un presente definido por la prisa— y, por otro, una tensión persistente entre el habitar urbano y el deseo de salir, de huir, de apartarse de la ciudad para acceder a una experiencia de retiro que, en sus palabras, se asemeja a la que Heidegger encuentra en su cabaña.

“Vivimos en un sistema que prioriza lo funcional y lo cuantificable. La ciudad moldea la vida bajo la lógica del rendimiento, del orden, de la eficiencia. Y eso, a largo plazo, nos vuelve rígidos, nos convierte en cuerpos de concreto.” —menciona el autor, Carlos Závala

Concreto como forma de vida

En este punto, la imagen de los “cuerpos de concreto” adquiere mayor densidad. El concreto no es únicamente un material que predomina en el paisaje urbano; para Carlos Závala, también es una metáfora de la subjetividad que la ciudad produce: cuerpos endurecidos, rígidos, sometidos a la rutina. La omnipresencia del concreto —material físico, estructural, constructivo— se vincula con una lógica de vida igualmente densa, repetitiva y opaca. De esta manera, el concreto no sólo configura el espacio: condiciona también la forma de habitarlo.

“Cuando me propuse observar con atención la ciudad —dice Carlos— me di cuenta de que el concreto no es un fondo neutro: es la sustancia misma del espacio urbano. México es uno de los países que más produce concreto a nivel mundial. No es casual que su presencia moldee también los cuerpos que la transitan, que la habitan, que la sufren.”

Aquí, el concreto se vuelve un dispositivo disciplinario, imagen de una ciudad que no permite la vulnerabilidad, que impone una lógica de limpieza, de control y de represión afectiva. La ciudad, en este sentido, no solo organiza el tránsito, sino que disciplina los cuerpos, estructura los afectos y condiciona los deseos.

Prohibido sangrar

Si el concreto simboliza una subjetividad endurecida, la prohibición de “sangrar” o “ensuciar” se convierte, en la lectura de Carlos Závala, en una metáfora de un régimen que reprime toda forma de vulnerabilidad y niega cualquier manifestación de fragilidad o de improductividad.

“La ciudad es propaganda. Una herramienta de dominio que necesita mantener una imagen de estabilidad y de orden. Todo lo que no se alinea a esa imagen debe ser silenciado, borrado, eliminado. Por eso se prohíbe llorar en las paredes: porque manchar es perturbar la narrativade limpieza que sostiene el relato de la ciudad moderna.” —afirma Carlos Závala

Esta reflexión se alinea con una crítica más amplia a la manera en que las ciudades funcionan como escenarios de exclusión sistemática. Aquello que no encaja —el disenso, el dolor, la interrupción— se ve reducido o desplazado para preservar una ilusión de funcionalidad. Bajo esta lógica, el diseño urbano aparece como una forma de violencia invisible, que se ejerce no por medio de la represión explícita, sino a través de la configuración del espacio.

¿Qué es, entonces, la ciudad?

Ante esta pregunta, Carlos no duda: la ciudad es una promesa. Una promesa de “mayores oportunidades”, de “mejor vida”, de “crecimiento”. Pero lo que está en juego es el costo de esa promesa. ¿Qué hay detrás de esta promesa de vida mejor? ¿Cuál es el sacrificio?

“La ciudad no nos concibe como seres sentipensantes —dice Carlos, retomando un concepto de Eduardo Galeano—. Nos percibe como cuerpos funcionales, adaptables, rendidores. Cuerpos que deben vivir bajo el estilo de vida impuesto por quienes controlan la ciudad.”

En ese sentido, la ciudad no es un campo neutral. Es siempre parcial, siempre construida en función de ciertos intereses. El diseño urbano no es inocente: selecciona, dirige, limita. Lo que se presenta como “orden” es, en realidad, una operación de exclusión.

Una ciudad donde el disenso sea posible

Frente a este diagnóstico, Carlos propone imaginar la ciudad no como un espacio cerrado, sino como un escenario donde puedan acontecer la política y la democracia en su sentido más radical. No una política institucional, sino lo que Jacques Rancière define como disenso: la aparición de quienes no tienen título para opinar, la interrupción del consenso mediante la palabra y la presencia de los que no son tomados en cuenta.

“Las ciudades deben ser escenarios donde las subjetividades sean posibles, donde el disenso pueda manifestarse. Y eso sólo puede ocurrir cuando dejamos de pensar el diseño como una garantía de orden y comenzamos a pensarlo como una apertura.”

Esta afirmación no cae en una ingenuidad utópica. Carlos Závala reconoce que existen fuerzas que exceden nuestra voluntad: estructuras de poder que configuran los márgenes de lo posible. Pero incluso en ese contexto, su apuesta es clara: resistir al contagio del concreto, preservar la porosidad y abrir fisuras.

Contra el contagio de la rigidez

Cuerpos de concreto es, entonces, una advertencia. Quienes habitan la ciudad corren el riesgo de volverse como ella: sólidos, pesados, grises, impermeables. La rutina, la prisa, la funcionalidad, el rendimiento, la eficiencia: todas estas formas de vida —aparentemente inocuas— modelan lentamente la subjetividad, al grado de que el cuerpo adopta la materialidad del concreto.

“Y con eso en la cabeza despiertan

Y con eso en la boca comen

Y con eso en las manos rezan

Y con eso en los ojos mueren.”

El poema no propone una solución. Tampoco ofrece consuelo. Lo que hace es abrir una grieta en el discurso dominante. Nos obliga a mirar de frente esa transformación silenciosa: el momento en que dejamos de ser humanos para convertirnos en infraestructura, en máquinas de producción.

“La ciudad somete los cuerpos tanto como dicta sentencia sobre las formas espaciales.”—Carlos Emilio Závala

C u e r p o s  d e l  c o n c r e t o

Los cuerpos del concreto bajan, suben escaleras,

Sufren del encierro de lo definitivo y de la quietud…

Quieren moverse y se mueven,

se mueven como sangre

                      en un cuerpo muerto, indispuesto.

 

Los cuerpos del concreto tienen prohibido sangrar,

llorar en las paredes…

Ensuciarían la piel del otro

y está prohibido ensuciar, llorar sobre otro cuerpo.

 

Los cuerpos del concreto quieren irse lejos,

                       tal vez mañana, quizá el otro año…

Aunque sea para morirse.

Quieren abandonar las avenidas duras de concreto duro,

lanzan preguntas ¿Por qué no puedo? ¿Por qué? Y se persignan frente al trabajo y hablan y

lloran

Aunque lo tengan prohibido de la necesidad.

Los cuerpos de concreto son educados para producir

Para nacer, comprar y producir…

 

Pueden ser sensibles, pero pobres

                                        Pueden ser pensantes, pero tristes…

 

                                        Y con eso en la cabeza despiertan

Y con eso en la boca comen

                                      Y con eso en las manos rezan

                    Y con eso en los ojos mueren.

Sobre el autor

Carlos Emilio Závala (Ciudad de México, 2000) es poeta y arquitecto por la UNAM. En 2021 ganó el concurso DemocratizArte en la categoría de poesía, organizado por el PUEDJS de la UNAM, donde también ha publicado en el periódico estudiantil ¡Goooya!. Cursó el diplomado en creación literaria en el Colegio de Escritores de Latinoamérica. En 2023 participó en la antología Pez sin cabeza y al año siguiente publicó su primer libro de poemas: Pálida inestabilidad de nuestro tiempo. En noviembre de 2024 recibió el VI Premio de Poesía Hispanoamericana Francisco Ruiz Udiel por su poemario Arritmia. Ese mismo año representó a la Facultad de Arquitectura de la UNAM en la Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito.

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