Miguel Milá, una vida en el diseño (1931-2024)
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6 octubre, 2020
por Lorenzo Díaz Campos | Twitter: @lorenzodiaz | Instagram: lorenzodiazcampos
Spencer Tunick, 18 mil personas desnudas en el Zócalo, 6 de mayo 2007.
Habrá aún asambleas en las plazas públicas
y movimientos en los que no teníais pensado intervenir.
André Breton, Primer manifiesto surrealista
En la época de los encuentros virtuales, de los influencers y los algoritmos que aglomeran a propios y ajenos en torno a likes y reconocimientos faciales; en un mundo amenazado por el dominio mercantil de la inteligencia artificial, nos enfrascamos en discutir cuántos manifestantes llenan una plaza pública y comparar poderíos políticos con base en el aforo del espacio público. En la época del distanciamiento social hacemos matemáticas de cuántas personas caben, codo con codo, en un metro cuadrado de plaza con tal de declarar victoria absoluta sobre la última ocupación total de la plaza de la que se tenga memoria en el colectivo social.
Son tiempos en los que, forzadamente, hemos mantenido distancia el uno del otro y resguardados en nuestros espacios domésticos hemos evitado los actos colectivos. Hemos olvidado los estadios, los teatros y hasta los museos cuidando nuestra salud física y arriesgando nuestra salud mental. Atemorizados por el enemigo microscópico, hemos dejado de lado la participación colectiva en la construcción de una identidad social.
Es así que, como válvula de escape, la posibilidad de tomar la plaza vuelve a llenar el imaginario colectivo y finalmente derrama el ansia participativa trasformada en la toma del espacio público, ese que teníamos olvidado.
“Así es como desde la Ilustración y hasta la fecha, aunque de manera disciplinaria, el espacio público tanto como la plaza pública se conciben como el ámbito de las manifestaciones sociales, lugar de expresión, de la libre elección, tránsito, reconocimiento y tolerancia, de acceso colectivo y como posesión colectiva o bien de la nación, en síntesis, espacio para la democracia en su buen desarrollo”, comenta Georgina Isabel Campos Cortés en su texto “El origen de la plaza pública en México: usos y funciones sociales”, dando en el clavo y recordándonos la enorme importancia de esa plancha de concreto cuyo valor simbólico supera por mucho a sus casi cincuenta mil metros cuadrados.
Aunque, como ha sucedido en días recientes, momentáneamente recordamos el valor y uso de la plaza, recaemos fácilmente en la amnesia olvidando el valor del espacio público y somos, en conjunto como sociedad, incapaces de definirlo. Manipulados por los intereses mercantilistas nos atrevemos a llamar a los mercados “plazas comerciales” y le atribuimos los mismos valores de la plaza pública al pasear con nuestras familias por los pasillos de lo que no es más que un almacén de mercancías a la venta.
Cuando Felipe Leal acuñó, hace apenas unos lustros, el concepto de Autoridad del Espacio Público, elevándolo casi a nivel de secretaría de gobierno dentro de uno de los gobiernos de “izquierda” de la capital de nuestro país, no logró del todo demostrar la trascendencia urbana y política de lo ideado. A empellones y golpes de estrategias políticas logró reimaginar esa plaza que ahora responde a los movimientos clave de la expresión social y democrática del país. Recuperó la Plaza de la República, concebida por Porfirio Díaz como sede del poder legislativo y apropiada por los sindicatos obreros del priisimo insertándola una vez más en el diálogo con el entramado urbano. Consolidó une eje peatonal desde el Monumento a la Revolución hasta la Plaza de la Constitución uniendo simbólicamente hitos urbanos de la narrativa histórica del México moderno y, de manera paralela, logró acrecentar el espacio público dando cabida a manifestaciones como las que hemos visto en últimas fechas. Una visión urbana que multiplicó las posibilidades democráticas de nuestra ciudad, construyendo el espacio público de la nación por excelencia.
Con la idea de una “autoridad del espacio público” se abrió la puerta a entender que el urbanismo, el planeado y estudiado, hace a nuestras ciudades democráticas y que el espacio de todos es el camino a una mejor ciudad. La planeación de la plaza pública, desde la técnica espacial, la política urbana y el pensamiento histórico, como posibilidades para mejorar las elecciones del individuo.
Estos días, encerrados en casa, comenzamos a soñar como una pequeña terraza, un balcón más o una habitación donde poner el home offfice pueden hacer más llevadera nuestra vida en cautiverio. Asustados por un virus de volatilidad planetaria olvidamos el espacio público hasta que nuestras filias y fobias, esas que los algoritmos y la inteligencia artificial nos presentan día a día en nuestras pantallas, nos provocan salir a expresar nuestros sentires políticos y es así como de repente aparece de nuevo en nuestras vidas el espacio público. Se conquista y defiende su dominio y se mide el poderío de las ideas en función de su capacidad. Nos preguntamos, ¿cuántos caben en la plaza?, tratando de validar las propias ideas, las que nacen y se defienden ahí en el espacio público. La respuesta es contundente: en la plaza debemos caber todos.
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