Lecturas de Alberto Kalach
Este texto forma parte del libro Alberto Kalach. Taller de Arquitectura X. Puedes adquirir tu ejemplar aquí. Calculo que fue [...]
3 noviembre, 2015
por Fernando Fernández
El proyecto del libro La veta es el maestro nació en el momento en el que Alberto Kalach tuvo en sus manos el hermoso número monográfico que Artes de México dedicó a Carlos Mijares. ¿Qué faltaba a aquella entrega, tan rica como para incluir fotografías de una obra que el propio arquitecto nunca vio terminada? Dibujos, apuntes, especulaciones, bocetos, ideas en germen. Eso que los arquitectos llaman “croquis”, echando mano de un extraño galicismo que el diccionario define como “diseño que se hace a ojo, sin valerse de instrumentos geométricos, hecho sin precisión ni detalles”. Es decir, toda esa parafernalia que acompaña la etapa creativa del trabajo arquitectónico y que poco a poco van perdiendo las nuevas generaciones, caídas en la indigencia a la que a veces conduce la tecnología. La improvisación de la mano suelta, que unas veces sigue y otras empuja al pensamiento. El trazo libre del lápiz sobre el cuaderno en blanco, que a veces avizora lo que la mente ni siquiera ha imaginado.
Entonces un grupo de amigos entre los que tengo la fortuna de contarme empezó a frecuentar a Mijares en su delicado estudio de atmósfera japonesa en un conjunto de edificios de Copilco: Alberto Kalach mismo, desde luego, el maestro Humberto Ricalde, la fotógrafa Martirene Alcántara. También, de tarde en tarde, algún invitado cuidadosamente seleccionado que hubiera compartido con Mijares la amistad y el trabajo, como su antiguo alumno y socio Aurelio Nuño. Todo el que conoce a Carlos Mijares sabe que es un gran conversador, que el ámbito de sus intereses cubre la cultura en su sentido más amplio y que su relación con sus colegas de otras generaciones ha sido siempre fluida y constante, así que decidimos simplemente conversar con él delante de una grabadora, para ver qué salía.
Como nuestro propósito era echar un ojo a su obra dibujada, de la que teníamos noticias por haberla conocido aquí y allá, siempre de manera parcial e inconstante, lo primero que salió a la plática fue la serie de diecinueve cuadernos que custodia la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México. La idea de incorporar al proyecto a Martirene Alcántara, talentosa fotógrafa a la que Mijares invitó originalmente a que hiciera algunas imágenes del encuentro, surgió de manera natural en cuanto nos dimos cuenta de que el corazón del libro deberían de ser precisamente los cuadernos, incluso como punto de partida de las conversaciones.
Temeraria como es, Martirene propuso fotografiar página por página cada uno de los cuadernos, algunos de los cuales tienen hasta 200 hojas y que en total hacen unas dos mil páginas. Semejante decisión no sorprende a quien sabe que ella fue quien, contra toda prudencia y consejo —incluido nada menos que el del jefe de la policía estatal—, tomó la decisión de visitar el pueblo michoacano de La Coyota para hacer las fotos que publicó Artes de México de una capilla que el arquitecto dejó en obra negra. El caso es interesante por el feliz destino de aquel proyecto llevado a puerto con fidelidad a su plan original que apenas alcanzó a explicar de manera oral, sin planos ni indicaciones por escrito, digamos que con una serie de croquis conversados, al maestro albañil encargado de llevarlo a cabo. También, porque supone un buen ejemplo del género de trabajo que prefiere Mijares, en el que sus colaboradores conservan un importante margen de aportación respectiva.
Por supuesto que había un riesgo: que los diálogos no ahondaran suficientemente en ninguno de los temas abordados. Pero la provisionalidad es una de las características del croquis, que por naturaleza resulta tentativo y perentorio, y nos pareció que su espíritu debía darnos la pauta para este libro, contagiando cada una de sus partes: las conversaciones, es verdad, pero también los añadidos escritos del propio arquitecto e incluso su ordenamiento gráfico. Lo que tiene que ver con otra enseñanza básica de Mijares: el que el material esconde la semilla de su propio desarrollo. O dicho de otra manera: que la veta es el maestro. ¿Qué es el croquis? Al definirlo, trazaremos una definición de la serie de dibujos que esta edición da a conocer. Oigamos a Carlos, de quien tomo estas frases que fui pescando mientras fluía el diálogo:
Los croquis son especulaciones abiertas, procesos de pensamiento que sirven más aun a quien los hace que a quienes están dirigidos.
Son sugerencias abiertas y distan de querer ser respuestas concisas y definitivas.
Los croquis revelan el procedimiento, el cómo de las cosas, y no son necesariamente la solución a los problemas.
Los croquis dicen poco pero incluyen mucho. O dicen sólo una parte, y ésta muy abocetada y genérica.
¿Por qué hace uno un croquis? Porque el lenguaje no basta.
A veces son sólo ejercicios para mantenerse en forma.
Un croquis sirve para abrir y abrirte posibilidades. En ese sentido es que es muy rico porque permite muchas lecturas.
Fue reflexionando en estas definiciones que nos pareció que la transitoriedad de los croquis justificaba el género de diálogo que estábamos llevando a cabo, y le garantizaba de paso una naturalidad agradecible, como la del agua que corre. Así, las conversaciones serían, a la expresión de las ideas incontrovertibles y acabadas, lo que los croquis a las obras tal y como se pensaron, aunque a veces no hayan sido llevadas a la realidad, de ésa o de ninguna otra manera: abiertas tanto como espontáneas; libres lo mismo que imperfectas. Trazos sueltos de lo que piensan y defienden quienes están conversando.
Homenaje de un arquitecto a otro, la sintaxis de este volumen, es decir el orden y la relación de un dibujo respecto al que le sigue y al resto del conjunto, es el resultado de la revisión y la lectura de todas y cada una de las imágenes de los cuadernos de Mijares hecha por Kalach, quien terminó proponiendo un minucioso armado con base en sus virtudes visuales, más que temáticas o cronológicas.
Cuando estábamos más metidos grabando las conversaciones con los dibujos frente a nosotros, y los encuentros empezaban a tomar ritmo, y los diálogos se ligaban entre sí de una manera cada vez más natural, murió Ricalde, entrañable amigo de los dos arquitectos y uno de los más penetrantes maestros y comentaristas de la arquitectura mexicana. No pocos se dieron cuenta de que con él se apagaba una de las voces más certeras y apasionadas de la conversación pública sobre la arquitectura, empezando por quienes estábamos involucrados en este libro. Si no todo lo que hubiéramos deseado, su entusiasmo a toda prueba, la perenne juventud de sus setenta años y su capacidad crítica no dejaron de echar luz sobre este libro.
Como todos los artistas que nunca dejan de trabajar, Mijares imaginó muchísimo más de lo que pudo llevar a la realidad concreta y una parte amplia de esas imaginaciones está en este libro. Varios hombres de cultura hay en su generosa naturaleza, proclive al abrazo y el afecto: el humanista, el utopista, el tipógrafo, el inventor, el urbanista, el decorador, incluso el ingeniero, y estos Croquis dan ampliamente cuenta de ellos. Además de su breve y contenida obra, llena de enseñanzas de eficacia y belleza, Mijares proyectó infinidad de espacios, muchísimos más de los que alcanzó a construir, y en su larga carrera de imaginante fue dejando bibliotecas, palacios legislativos, templos, palomares, casas y edificios de vivienda, espacios de recreo… Por suerte, contamos con el registro gráfico de muchas de esas imaginaciones, con esas ideas en germen y el desarrollo de esas intuiciones, material valiosísimo cuando se trata de conocer el pensamiento de un arquitecto. Eso es lo que ofrece el libro La veta es el maestro.
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