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9 junio, 2017
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
Hay varias ciudades que existen al margen de las normativas y políticas públicas. Esas otras ciudades tensan las formas en las que se tendría que vivir la ciudad. Blanca Valdivia es integrante del colectivo catalán Punt 6, un grupo de urbanistas y arquitectas que buscan hacer visibles aquellas interacciones entre habitantes de la ciudad que usualmente son pasadas por alto. “Somos una cooperativa de mujeres urbanistas, sociólogas y arquitectas que llevamos trabajando desde 2004. Durante todos estos años hemos trabajado para repensar los espacios domésticos, comunitarios y públicos desde una perspectiva feminista porque pensamos que a través de los espacios se puede transformar la sociedad para hacerla más justa”, nos dijo en entrevista.
Para ahondar más en la práctica del colectivo, convino abordar las maneras en cómo el feminismo, como postura humanística, convive con la arquitectura, cuyo trabajo suele inclinarse hacia la tecnocracia. “Para nosotras, el cruce entre la arquitectura y el humanismo es algo tan natural y tan obvio. La ciudad es el soporte físico de las personas, pero cómo están configuradas las ciudades determina cómo vivimos. No vivimos como queremos sino como podemos. La forma de las ciudades, la forma de las calles, cómo es el transporte público, si lo hay o no lo hay, si hay más coches o menos coches, si las casas son más verticales, si las ciudades son de más baja densidad o no lo son, todo eso va a determinar cómo vivimos. Es muy obvia la relación entre la sociedad y la forma urbana. Por lo tanto, la sociología, el urbanismo y la arquitectura se tienen que relacionar de la misma manera”. Punt 6 propone que las formas de habitar el espacio urbano no son homogéneas. “En el colectivo consideramos que las personas no somos iguales y que por eso se tiene que pensar desde la diversidad de las personas. No son lo mismo mujeres y hombres, no es lo mismo ser una persona con diversidad funcional que un niño, que una persona enferma, que una persona mayor, que una persona con una identidad sexual no normativa. Todas estas variables van a determinar nuestra manera de vivir la ciudad, van a determinar los ingresos que tenemos y las actividades que hacemos en la ciudad. Por lo tanto, se tiene que pensar cómo se hacen las ciudades. Muchas veces, desde una perspectiva capitalista con las que hasta ahora se han hecho las ciudades, se intentan hacer estándares con el mismo mobiliario que diseñe el mismo tipo de ciudad para todas las del mundo, cuando tenemos diferentes maneras de habitar y de vivir y no sólo por cada ciudad sino también por cada barrio y por cada persona. Nosotras vamos un poco más al detalle, a intentar que las ciudades se adapten a las personas. Nadie se tendría que adaptar a las ciudades, sino que las ciudades se tendrían que adaptar a sus habitantes”.
Puntualmente, el aporte del feminismo a la forma en la que pensamos las ciudades es, según Blanca, la posibilidad de traer de nuevo la diversidad. “Lo que el feminismo nos aporta es la posibilidad de abrir la perspectiva del sujeto blanco, heterosexual, hombre, con coche hacia toda la diversidad, además de darle su justo valor a los cuidados. No todos somos siempre sujetos productivos y son imprescindibles los cuidados para poder desarrollar la ciudad, como son los cuidados afectivos y que no son valorados en la forma de planear la ciudad. Es también imprescindible tener en cuenta que las mujeres somos sexualizadas en la sociedad, y esto condiciona nuestra experiencia de ciudad a partir de nuestra percepción de seguridad. Todo esto es el aporte que hace el feminismo al urbanismo. Además, se busca romper con las fórmulas mágicas, con el nosotros tenemos la solución y hacer un trabajo más de preguntar a la gente qué es lo que quiere, de adaptarnos a los contextos y de no intentar aplicar modelos en todos los sitios sino de adaptarnos a cada contexto, a cada persona, a cada ciudad”.
Valdivia ahonda: “a nosotros no nos gusta poner ejemplos paradigmáticos. Se ha hecho urbanismo feminista, planeación con perspectiva de género, proyectos piloto en temas sobre movilidad y seguridad. Pero, ¿eso sería aplicable a la Ciudad de México, a Barcelona? Seguramente no. En cada ciudad es diferente. Hay que pensar en específico. Las experiencias están bien para ver qué se ha hecho, pero no para tomarlas como ejemplos totalmente exportables. Como viven los vieneses no tiene nada que ver a como viven en Barcelona o en Ciudad de México. Cómo se organiza la gente en México no tiene nada que ver con cómo se organizan en Viena, porque, además, en Viena la gente no se organiza socialmente. No tienen un capital social que sí que tienen en la Ciudad de México. Por la necesidad seguramente”.
Las normativas urbanas tendrían que responder a cada forma específica de habitar la ciudad. Pero son varias las decisiones que resultan sintomáticas de que se privilegia a la economía sobre la vivencia. “Nos parece bien que haya normativas, pero lo que pensamos es que esas normativas tiene que frenar al capital. Tal vez no sea el caso de México, pero en Barcelona tenemos una mercantilización del espacio público muy fuerte, con terrazas que ocupan el 80% de las calles sin que la gente pueda pasar. Tenemos muchas calles que son de por sí accesibles pero con terrazas que lo impiden. Para eso están las normativas: para intentar que las calles puedan ser de la gente. Las normativas deben favorecer a las personas, favorecer a los de abajo. Muchas veces es al revés. Las normas se usan para favorecer los intereses privados en vez de intentar equilibrar los poderes. El capitalismo nos enseña que la dependencia es un valor negativo y nosotras siempre hacemos hincapié en que la dependencia es algo innato a las personas, todos hemos sido dependientes cuando hemos sido pequeños y vamos a volver a serlo cuando seamos mayores. Somos dependientes del entorno natural, somos dependientes de otras personas. Esa es una concepción que tenemos que tener en cuenta a la hora de pensar en el entorno y a la hora de pensar en la ciudad. La dependencia en relación a los demás y al entorno”. Valdivia considera que esto no se comprende gracias a una separación física entre quienes ejercen el poder y las calles. “Muchas veces los tecnócratas viven en rascacielos, no pasean por los barrios, no caminan. Existe una distancia física entre ellos y las ciudades. Habría que romper esa distancia física para que puedan empaparse y tener las mismas vivencias de todos, aunque sea por un día”
¿Cuáles es el plan de trabajo de Punt 6? “En el colectivo, lo que defendemos es que siempre exista una participación de las personas con las que vamos a trabajar. Que haya, de menos, un diagnóstico que siempre sea participado. Que este diagnóstico también sea con perspectiva de género, porque si no es con perspectiva de género es ciego a esa problemática. Si no aplicas la perspectiva de género, terminas escuchando a los que más gritan, a los que más tiempo tienen o a los que más poder tienen, que normalmente no suelen ser las mujeres. Igualmente, se tiene que hablar desde la vida cotidiana porque si no se habla de la vida cotidiana esta se invisibiliza y se habla del trabajo, del ocio y del deporte pero no se habla de los cuidados, de qué implica hacer la compra o qué implica llevar a los niños y a las niñas al colegio. Esas necesidades cotidianas son las que más tendrían que generar ciudad. Lo que sucede es que esas se resuelven sí o sí. Tú a los chicos los tienes que llevar al colegio. Si los llevas por un camino que es accesible: estupendo. Si tienes un camino que no es accesible, que es inseguro, que está contaminado: pues los vas a llevar igual. Esas necesidades las vas a resolver aunque no lo tengas bien resuelto. Además, tradicionalmente, no están pagadas y por eso se considera que no son una actividad. Y encima, hasta el día de hoy, las siguen llevando a cabo en su mayoría mujeres. Trabajar desde la vida cotidiana es muy importante para darle valor a estas cosas. También, se requiere pensar en el espacio público desde el detalle: que una banqueta sea accesible, que haya bancos, que haya sombra, que haya sitio para guarecernos cuando está lloviendo, que haya papeleras, que haya juegos infantiles, que haya pasos de cebra. Se dice que los bancos son un elemento de socialización pero nosotras planteamos que son imprescindibles para la movilidad, porque en esta ciudad también transitan personas mayores, mujeres embarazadas, etcétera. Si una persona así tiene que hacer un recorrido corto de 10 minutos lo puede hacer porque puede detenerse para descansar. Pero si no tiene ese banco en su recorrido no puede hacerlo y, por lo tanto, su derecho a la ciudad está negado. Pensemos en toda la gente que no vemos en la ciudad. Esa gente se está quedando en su casa porque no puede caminar en nuestras ciudades”.
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