José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
La Ciudad de México, entendiéndola como una extensión territorial que abarca tanto al centro como la periferia, fue dura, sinónimo [...]
13 octubre, 2017
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
Tzvetan Todorov, en su texto La conquista de América, propone que para los españoles nombrar fue una variación semántica de dominar. Mirar al otro y no entenderlo a partir de la diferencia sino de las ideologías propias. Imponer la imagen que uno tiene de sí mismo sobre aquello que desconoce.
En la primera carta que envía a los reyes católicos, Cristobal Colón describe a los indios como caníbales. Cortés, por su parte, nombra “sodomitas” a los indios. A quinientos años de distancia, podemos declarar que ninguno de los dos estaba construyendo una relación objetiva de los hechos. Nombraron a los indios y al continente que exploraban a partir de sus propias ficciones sociales, de sus propias retóricas. Ante la imagen de hombres desnudos, se antepuso la del vestido como una forma de consciencia. La respuesta al rito del sacrificio y al culto a la serpiente fue Jesucristo, iconográficamente encarnado en un sol. En resumen: sobre la América ya existente se construyó y se experimentó la idea de civilización de los españoles de ese entonces.
Sobre la América ya existente… Se sabe que los prehispánicos ya contaban con religiones sostenidas en libros sagrados, que ellos mismos establecieron su propio sistema de sometimiento (el imperio mexica era la hegemonía política, y como toda hegemonía, generó descontento entre sus periferias) y que lograron trazar ciudades que diferenciaron al poder de los siervos, al centro de los contornos. Aunque, previamente a la imposición idiomática, Hernán Cortés dibujó la primera cartografía urbana de lo que más tarde conoceríamos como la Ciudad de México, negando a priori que los conquistados tenían sus propias ideas urbanísticas respecto al espacio. La idea de una ciudad civilizada precedió, instrumentalmente, a la misma evangelización.
Desde esa primera traza urbana, la ciudad se ha encontrado en medio de piedras sacrificiales y catedrales, en medio del recuerdo de la conquista y las aspiraciones modernizadoras, entre el espacio público y la privatización fotogénica de las calles y de las plazas. Entre las problemáticas tangibles y las ficciones mesiánicas de los alcaldes y activistas. El dibujo urbano de Cortés parece un espiral cuya construcción no terminará, ominosamente, de construirse.
Aunque no hay que olvidar que el relato de la conquista inicia con los presagios. La conquista se anunció antes de que llegara. Y los signos, hasta la fecha, continúan apareciendo. No olvidemos el águila sobre el letrero de la estación Nopalera de la línea 12 del metro, uno de los brazos de este sistema de transporte que simbolizó imprudencia y corrupción cuando, meses más tarde de su inauguración, permaneció cerrada por sus fallas estructurales. Alejandro Hernández Gálvez interpreta oportunamente ese signo: “Parece que vivimos apostando de manera suicida por el colapso. Y quizá por eso sea inevitable ver en el águila del metro una repetición del mito fundacional de la ciudad, pero una repetición que no lo reafirma sino al contrario: lo clausura, como diciendo ya no ‘aquí hagan su ciudad’ sino ‘hasta aquí llegó su ciudad’”.
La espiral comienza a cerrarse.
La Ciudad de México, entendiéndola como una extensión territorial que abarca tanto al centro como la periferia, fue dura, sinónimo [...]
Como parte del contenido del número 105 de la revista Arquine, con el tema Mediaciones, conversamos con los fundadores de [...]