Carme Pinós. Escenarios para la vida
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¡Felices fiestas!
17 febrero, 2016
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
Decía Esteban de Terreros en su Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes –redactado en el siglo XVIII– que plagiar es muy villano. El menos noble de los robos. Aunque no tengamos una certeza plena, podemos imaginar que Terreros pertenece a ese tipo de gente que cree en el elevado asunto de la originalidad. El autentico inventor –de formas, escritos o arquitecturas– es único, crea lo nuevo de la nada y llena el mundo de objetos que antes no existían. Su opuesto podría ser Douglas Huebler y su “mundo está lleno de objetos, no necesito inventar más”, desde el que proclama la necesidad de repensar lo que ya existe y pone en duda las ideas de originalidad o autoría. De su lado podemos citar a otros: el diseñador Tomáš Libertiny asegura que la copia es el motor de aprendizaje principal de la conducta humana –es decir, que aprendemos copiando y repitiendo–; y Bruce Mau apunta que la copia, la imitación, es la manera de llevar las cosas a resultados insospechados.
La arquitectura –como todo proceso creativo– se enfrenta a esto diariamente. Los estudiantes de muchas escuelas repiten secciones, plantas, dibujos y estrategias de arquitectos ya consolidados como forma de proyectar. ¿Por qué? Básicamente porque, como ya dijo Mau, copiar, para el estudiante, es la forma de enfrentarse al espacio, de comprenderlo y aprehenderlo. Del mismo modo muchos edificios tienen formas que se repiten, otros obedecen a un lenguaje compartido por varios profesionales. ¿Son estas coincidencias copias? Pues sí y no. Sí, porque repetimos lo que ya ha hecho otro –sabemos que funciona o que nos gusta–; no, porque cada proyecto es diferente, aun cuando tenga cosas en común con otro.
Con todo, muchos siguen invocando el régimen del plagio cuando sienten que sus ideas han sido robadas. Algo así debió pensar el estudio de Zaha Hadid cuando exponía que el proyecto creado por Kengo Kuma para el estadio de Tokio 2020 –que sustituía al primer diseño realizado por la británico-iraní– tenía importantes similitudes con el suyo. A la vista de las imágenes que existen –un puñado de renders exteriores e interiores que sólo dan detalles generales– a muchos nos resulta difícil encontrarlas a simple vista. Kuma asegura que las únicas que existen son las propias debidas a las exigencias deportivas, pero que el concepto detrás del proyecto resulta diferente por completo. Palabras que no valieron para que ZHA apuntara a que ya estaba en contacto con abogados para ver qué se podía hacer.
Ambas posturas, la de Hadid y la de Kuma, reflejan un clásico problema de la profesión. Copiar, pese a lo que se diga de ese acto como proceso creativo, es un tabú. Más en arquitectura. Y es que una cosa es que te copien para aprender y otra muy distinta que alguien saque provecho económico de ello. Es entonces cuando comienzan las discusiones, los titubeos y las acusaciones. Unos exponiendo como se les ha robado, otros asegurando que jamás pasó. Nadie quiere poner en duda la originalidad de su proceso creativo. Robar es el más inmoral de los pecados, en especial si está en juego la realización o no de un proyecto, la importancia personal que supone ejecutar la que seguro será una de las grandes construcciones de la próxima década y también, digámoslo sin rodeos, el dinero que conlleva.
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