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Columnas

Contra la arquitectura (rara)

Contra la arquitectura (rara)

6 noviembre, 2014
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia

Cuando era estudiante, uno de los momentos que mejor recuerdo fue cuando estudié mi asignatura de planeación urbana. El ejercicio era la redacción de un plan que recogiera los lineamientos y directrices con las que debía ejecutarse un posible y futuro desarrollo urbano. La herramienta del Plan de Ordenación era curiosa, de gran potencial tanto positivo como negativo. Como ideólogo de un plan, uno podía exigir tanto la profundidad máxima de edificación, la altura del conjunto, el número de plantas, el uso de suelo, incluso, aspectos como el color, el material de acabado y el tamaño y cantidad de los huecos de la ventana. Un plan podría ser tan flexible o tan restrictivo como su ejecutor/ideólogo quisiera. La razón y limitación de aspectos como los últimos mencionados se basaba en que, a tenor de quien lo redacta, el conjunto urbano debe guardar cierta uniformidad a fin de conseguir “una” imagen urbana que puede moverse entre los deseos modernos al costumbrismo, evitando caer en ciertos excesos que le pudieran parecer “indeseables”. Lo mismo funcionaría para el caso inverso, una regulación muy abierta, podría generar soluciones muy diversas a un mismo problema urbano.

La anécdota se me hizo recurrente cuando, leyendo en distintos medios y periódicos, descubría que China quería limitar la realización de «arquitectura rara». Su presidente, Xi Jinping, pronunció tal idea en un encuentro con escritores y artistas. No es nuevo que un Estado, en boca de su presidente, cuestione la labor de los arquitectos. De forma mucho más radical, en Madrid, la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, apuntó, sin saber que le grababa un micrófono, hace ya un año a que los arquitectos se les debiera aplicar la pena de muerte “porque sus crímenes perduran más allá de su propia vida”. Retrocediéndonos unos años más nos encontramos con que ya Stalin marginalizó el constructivismo –ese nuevo lenguaje de y para la revolución– sustituyéndolo por “palacios para el pueblo” de los metros de Moscú y cuya visión se volvió megalómana cuando se premió a la propuesta de Borís Iofán para el Palacio de los Soviets.

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En los últimos y debido a su auge económico China es, junto con la zona petrolera de Oriente Medio, quien más se ha esforzado por desarrollar una nueva arquitectura espectacular, de formas muchas veces imposibles, muchas veces demasiado directas, que compiten por destacar frente al resto –lo que al final quizás solo provoque que, entre tanto ruido, nada destaque.

China, su arquitectura, es desde hace tiempo, lugar común en blogs y webs sobre arquitectura fea, desde edificios con forma de elefante o botella a un hotel con la forma de tres dioses chinos. Sin embargo, la arquitectura “rara”, por no decir fea o kitsch, existe ya desde hace tiempo –sobra apuntar aquí a Denisse Scott Brown y Robert Venturi o los trabajos como el Binoculars Building de Frank Gehry– e incluso es defendible como defensa de lo irónico o la sorpresa –piénsese en los gestos de SITE para los supermercados BEST– aunque no pasen de ahí. Aun así, cuando la arquitectura se esfuerza por ser sólo imagen, por destacar sin importar mucho más, la arquitectura corre el riesgo de olvidar necesidades como el programa, el presupuesto o cómo hacen lugar y desarrollan ciudad. Quizás pase que Xi Jinping se haya percatado de aquello y con tal mensaje podría hacer las veces de ese redactor del plan que, cansado –o ahogado– de la extravagancia, aboga, aunque sólo sea verbalmente, por abandonar una arquitectura más supeditada a la forma que al contenido. El problema no es que una arquitectura parezca rara, sino que sea rara sin más.

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