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Columnas

Contra-crisis: después de la pandemia

Contra-crisis: después de la pandemia

7 julio, 2020
por Daniel Daou | Twitter: daniel_daou

Cada vez es más claro que la pandemia del SARS-CoV-2 pasará a la historia como uno de los momentos decisivos de principios del siglo XXI. Más allá de una caída relativamente breve de los mercados o de las emisiones de CO2, la pandemia está reconfigurando el paisaje geopolítico mundial. Destruye la credibilidad de los líderes que no logran enfrentarla disminuyendo su influencia. Los que tienen éxito tienen una plataforma para promover su política. Y otro grupo está usando la pandemia como una cortina de humo para evitar el escrutinio público. La configuración final es difícil de predecir, pero para comprender los efectos más duraderos de la pandemia, más allá de las cuestiones de salud pública o los impactos económicos, es útil contextualizar este momento históricamente. 

Una trama abreviada para lo que va del siglo comenzaría con el colapso de Lehman Brothers en 2008, continuaría a través de las turbulencias políticas alrededor de 2016 y conduciría a la pandemia actual. La crisis mundial que siguió a la caída del gigante de los servicios financieros estadounidenses puso en tela de juicio la narrativa neoliberal de la llamada economía “trickle down” de la era del presidente estadounidense Ronald Reagan. Después de que movimientos como Ocuppy Wall Street se dispersaran, la frustración colectiva se volcó en las urnas alrededor de 2016, primero con el voto de Brexit y luego con la candidatura presidencial del magnate Donald Trump. Cualquiera que se presentara con una plataforma que prometiera una alternativa a la llamada “agenda globalista”, independientemente de lo coherente que fuera su propuesta, tenía una buena oportunidad de ganar. En vista del fracaso de la izquierda para proporcionar una visión sensible y progresiva, las alternativas políticas cayeron en el unilateralismo y la xenofobia. La democracia sufrió retrocesos en todo el mundo.

El poeta alemán Hölderlin escribió una vez: “Sólo donde surge el peligro la fuerza salvadora también se levanta”. Pronto, varias voces nuevas surgieron para desafiar la hegemonía político-económica prevaleciente. El economista francés Thomas Piketty publicó su obra magna El capital en el siglo XXI (2013), en la que ofrece pruebas exhaustivas de las fuentes sistémicas de la desigualdad extrema y propone medidas para abordarla. El historiador económico holandés Rutger Bregman, autor de Utopía para Realistas (2014), hizo las rondas cuando amonestó a los multimillonarios por no discutir los impuestos en el Foro Económico de Davos. El comentarista británico Paul Mason publicó el primer libro del siglo con el título Poscapitalismo (2015) que incluye un sensato proyecto para ampliar el horizonte de posibilidad política definido por nuestro sistema actual. Por último, desde un frente académico más radical, los académicos canadienses y autodenominados “aceleracionistas” Alex Williams y Nick Srnicek, propusieron, lo que era en ese momento, una visión audaz que llamaba a la adopción de una renta básica universal y el desempleo total. 

El crítico cultural Frederic Jameson dijo una vez que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Este refrán se repitió tan a menudo que terminó convirtiéndose en una especia de “segunda ley de la termodinámica” para la cultura. Sin embargo, hoy en día, no sólo esta idea está en cuestión, sino que hay un creciente espectro de alternativas post-capitalistas. 

Entra en escena el SARS-CoV-2. La pandemia ha puesto al descubierto las dolorosas irracionalidades de nuestra racionalidad político-económica. Las conversaciones sobre una nueva normalidad o una posnormalidad surgen no porque no podamos volver al mundo como era antes, sino porque no deberíamos. Encerrados en lo que es sin duda el mayor experimento social de la historia, “el imperativo de reimaginar al planeta” (tomando prestado el término de la académica Gayatri Spivak) ya no es el deber de académicos, expertos, comentaristas culturales o líderes políticos. Cualquiera puede y todos deben participar en esta tarea común.  

El cambio fundamental no vendrá en forma del despliegue de nuevos métodos de vigilancia de masas, la adecuación de los espacios públicos y de reunión, el fortalecimiento de los sistemas de salud, o la adopción acelerada del trabajo a distancia, el comercio electrónico y los servicios de entrega. Estos cambios son notas al pie que suman una novela. El efecto más duradero de la pandemia es la forma en que los debates en torno a una nueva normalidad están moviendo la “ventana de Overton” (llamada así por el jurista estadounidense Joseph Overton para describir el espectro de ideas políticamente aceptables). 

Por un lado, ya estamos viendo la evidente necesidad de una mayor intervención estatal y una mayor autosuficiencia nacional, tendencias que van en contra de la ideología neoliberal y la política globalista de libre mercado. Además, las ideas que parecían radicales hace sólo un par de años, como un ingreso básico universal o un “green new deal”, forman parte de los principales debates actuales, si es que no se están implementando. Y sobre este último punto, la relación entre la pandemia y el cambio climático es uno de los impactos que potencialmente pueden resultar más positivos de la actual emergencia de salud pública. La cuarentena mundial muestra que es posible una rápida acción a gran escala. 

El destino de la sociedad planetaria no depende de la capacidad de disrupción del virus, sino de lo creativas y humanas que puedan ser nuestras respuestas a él. A este respecto, vale la pena recordar, no sin cierta ironía, las palabras del economista Milton Friedman: “Sólo una crisis, real o percibida, produce un cambio real. Cuando esa crisis ocurre, las acciones que se toman dependen de las ideas que están alrededor.” 

El mejor resultado de la pandemia sería que la ventana de Overton, más que desplazarse a la izquierda o a la derecha, se convirtiera en un portal hacia un futuro en el que lo posnormal fuera sinónimo de poscapitalismo. Como arquitectos, lo más útil que podemos hacer es describir en imágenes lo que aún las palabras no han podido.

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