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Conocer y construir

Conocer y construir

17 enero, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

El trabajo en la filosofía es —como lo es también en gran parte el trabajo en la arquitectura— en gran medida el trabajo sobre uno mismo. En la propia comprensión. En la manera de ver las cosas. (Y en lo que uno espera de ellas.)

Esa nota se encuentra en alguno de los cuadernos del filósofo Ludwig Wittgenstein. Es una des us reflexiones sueltas, sobre muchos temas, incluyendo la arquitectura. Wittgenstein había construido su pequeña cabaña de troncos en Noruega y después el Palacio Wittgenstein, la casa para su hermana en Viena, a finales de los años veinte. En su estudio de esa casa, Bernhard Leitner dice que la Wittgenstein nunca explica su arquitectura y que no se la puede concebir como filosofía aplicada. Pero la nota de Wittgenstein no se refiere a la arquitectura, sino al trabajo en filosofía, que compara directamente con el trabajo en arquitectura. Lo que hacen el filósofo y el arquitecto es, de alguna manera, trabajar sobre ellos mismos: sobre su propia concepción, su manera de ver las cosas y las expectativas que tenga de ellas. El trabajo filosófico así como el arquitectónico serían una variación del conócete a ti mismo, algo así como conoce lo que esperas de las cosas, y por tanto, tal vez, del mundo.

Saskia Sassen dijo alguna vez que la “arquitectura no es sólo erigir muros,” sino que “es incorporar todo el conocimiento que tenemos.” La diferencia entre hacer y conocer articula desde hace mucho tiempo la propia idea que la arquitectura construye de sí misma en tanto disciplina. Desde Vitrubio, al menos, para quien el conocimiento del arquitecto vincula dos tipos de saber: fabricar, que es saber hacer y razonar, que es saber explicar lo hecho, hasta Pier Vittorio Aureli, que ha dicho que la arquitectura no es diseño sino una forma de conocimiento que a veces hace uso del diseño.

En el 2011, el filósofo francés Alain Badiou —quien nació el 17 de enero de 1937— escribió un pequeño libro titulado La enigmática relación entre filosofía y política —y que se publicó en inglés como Filosofía para militantes— donde escribe que hay dos tendencias en la discusión sobre la verdadera naturaleza de la filosofía. Para la primera, “la filosofía es un modo esencialmente reflexivo de conocimiento: el conocimiento de la verdad en el dominio teórico, el conocimiento de los valores en el dominio práctico.” La segunda “sostiene que la filosofía no es realmente una forma de conocimiento, sea teórico o práctico, sino que consiste en la transformación directa de un sujeto.” En ese caso —agrega Badiou—, la filosofía no es ni conocimiento ni conocimiento del conocimiento sino que es acción.

Curioso que, en el dilema entre hacer y conocer y en oposición a cierta posibilidad de la filosofía —que sea un acto y no puro conocimiento o conocimiento puro— se pueda pensar la opción contraria para la arquitectura, entendiéndola como una forma del conocimiento —de uno mismo y de lo que se espera de las cosas. Tal vez la ambigüedad o la síntesis, más que la disyuntiva entre conocer y hacer, sea realmente el problema al tiempo que la solución —ya lo discutían Sócrates y Fedro al hablar de Eupalinos, el arquitecto. Seguramente la arquitectura no es pura acción, si entendemos la praxis como el simple ejercicio de un saber anterior y autónomo. Pero cuesta también entenderla como conocimiento puro, justo aquél del que cierta filosofía quiere distanciarse para pensarse como acción y transformación. También en el Eupalinos, Paul Valery hace que Sócrates se pregunte —y nos pregunte— si “construirse, conocerse a sí mismo, ¿serán dos actos o no?” Acaso Wittgenstein responda de algún modo en la frase antes citada.

¿Donde se coloca entonces la arquitectura como una forma de conocimiento? En su libro Architecture depends, Jeremy Till también habla del conocimiento en la arquitectura, y lo califica como un conocimiento situado, enumerando tres características. Primero, implica que ante nuestra práctica tomamos responsabilidad y la colocamos firmemente en la arena política y ética. Segundo, que se trata de un conocimiento que “encuentra oportunidades en lo particular y no busca resolver problemas con esquemas universales.” Y tercero, que es un “conocimiento parcial, tanto por no estar completo como por tomar partido. Pero esa parcialidad confesada, en toda su honestidad y modestia, no es un déficit sino un extra.” El conocimiento situado de la arquitectura acaso implique, junto con el construirse y conocerse a uno mismo, admitir cada uno que yo sólo se que no se todo.

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