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Conjunciones y disyunciones

Conjunciones y disyunciones

1 febrero, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Alguna vez la revista Metropolis preguntaba, casi a manera de adivinanza, cuál era el arquitecto más importante de la segunda mitad del siglo XX. No: ni Koolhaas, ni Eisenman, ni Rossi, ni Piano, Rogers o Foster. Ninguno de ellos logró transformar la manera en que ocupamos el espacio —y el tiempo— en las postrimerías del siglo pasado como Christopher Alexander. Uno de los textos que le dedicó Metrópolis decía: “puede ser que usted haya oído de Christopher Alexander por su más famoso libro, Un lenguaje de patrones. Lo que tal vez no sepa es que el trabajo de Alexander desató una notable revolución en la tecnología, produciendo un conjunto de innovaciones que van de Wikipedia a Los Sims. Si tiene un Iphone, puede sorprenderle saber que lleva la tecnología de Alexander en la bolsa. El programa que corre las apps fue construido con un sistema de programación basado en el lenguaje de patrones.”

En la ciudad, los patrones de los que hablaban Alexander y su equipo eran sistemas de organización que se repetían a lo largo de la historia más o menos por las mismas razones que una especie viva se repite: por que funciona —porque, en el caso del ser vivo, se adapta a su medio y, en el del medio construido, nos permite adaptarnos. En un texto más breve pero también ya clásico, La ciudad no es un árbol, Alexander, tras explicar que el árbol en su título no era uno con ramas y hojas verdes sino un esquema lógico —el árbol de Porfirio, pues—, argumentaba que había dos tipos de ciudades: las naturales, que son aquellas que se van transformando a lo largo del tiempo hasta constituirse como tales —justamente gracias a un lenguaje de patrones— y las artificiales, aquellas que se diseñan y construyen en poco tiempo. Curiosamente Descartes planteó la misma diferencia, sin llamarlas ciudades naturales y artificiales, pero ahí donde el filósofo favorece las segundas, las ciudades imaginadas de golpe por la cabeza de un ingeniero, debido a su coherencia, el arquitecto y matemático favorece las primeras, las ciudades naturales, pues el proceso mismo en que se forman abre la posibilidad a que se establezcan patrones que funcionan. Las ciudades naturales se forman por acumulación de espacios y funciones que no pertenecen, como en la visión analítica del planificador, solamente a una categoría: el esquema de árbol donde algo es abierto o cerrado, público o privado. En la ciudad natural la plaza es también mercado y parque. La y conjuntiva es lo que articula a las ciudades naturales, en oposición a la o disyuntiva que desarticula a las ciudades artificiales.

Pese a la explicación de Alexander, habría que concederle cierto crédito a Descartes para quien las ciudades planeadas de golpe, pese a carecer de edificios interesantes —esas grandes obras que hacen las portadas de las revistas— ganan cuando, al menos en teoría, en ellas no se produciría lo que nosotros vemos a cada día: el puesto que bloquea el paso peatonal, la rampa para autos en la banqueta que dificulta caminar a los peatones o —como documentó aquí Salvador Herrera— la salida del metro y el edificio, recién construidos, que no sólo se ignoran sino se estorban uno a otro. En la visión de Alexander, supongo que a estas alturas esos casos que se repiten por cientos o por miles en la ciudad ya podrían haber generado un patrón que, probado eficaz, se repetiría como un tema y sus variaciones. En la visión de Descartes, el ingeniero con su visión totalizadora habría previsto la mejor manera en que funcionaran en conjunto diversos elementos. Idealmente, el ingeniero o el diseñador podría haber estudiado esos casos y funcionar como, digamos, catalizador en la formación de los patrones más eficientes. En realidad, muchas veces son las conjunciones y las disyunciones menos favorables las que, por falta de visión o por falta de tiempo, terminan imponiéndose.

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