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Columnas

Las claves de una ciudad

Las claves de una ciudad

2 julio, 2018
por Juan Palomar Verea

 

Debe ser una de las primeras fotografías aéreas del panorama de Guadalajara. Encierra una gran enseñanza. La de una urbe establecida con claridad, siguiendo una estrategia sencilla y efectiva. Compacta, ordenada, organizada en torno a centros barriales definidos.

Pero es factible distinguir una clave central: la consistencia de la misma fábrica urbana. La homogeneidad con la que las diversas funciones encuentran su expresión y conforman una unidad que hace de la ciudad un todo reconocible e identificable, un lugar con el que es posible situarse, integrarse.

Nadie podía prever lo que las siguientes décadas traerían, las fuertes mudanzas a las que Guadalajara habría de enfrentarse. En los años cincuenta detonó la industrialización del país, el establecimiento o crecimiento de fuentes de trabajo centralizadas en la capital del Estado. Ello comenzó a generar una acentuada migración del campo en busca de oportunidades de trabajo. Y detonó el incremento de áreas urbanizadas en todas las direcciones de la mancha urbana.

Este fenómeno trató de ser ordenado, cada vez con menor éxito, por las autoridades. La especulación del suelo urbano despegó, con todas sus consecuencias. La fisonomía citadina, sujeta a las presiones del creciente tráfico automotor, sufrió graves alteraciones. Junto con lo anterior se nubló un concepto hasta entonces tácito y compartido: el que permitió durante siglos mantener la ciudad unitaria y las tipologías edilicias compatibles que hicieron de Guadalajara un satisfactorio entorno vital.

La noción de que siempre había existido, en la inmensa mayoría de los casos, un respeto patrimonial se confundió. En nombre de la “modernidad” y la premura tuvieron lugar centenares de demoliciones o alteraciones que comenzaron a extraviar el mencionado principio de unidad reconocible.

La pobreza del medio rural, y la explosión demográfica, particularmente en los años setenta, aceleraron las transformaciones. El desorden con el que se establecieron extensas zonas irregulares sería un factor que hasta la fecha repercute en la calidad general de la ciudad, y en la indispensable justicia social.

Al día de hoy, muchas iniciativas tratan de encontrar las opciones para encontrar una mejor condición urbana. Los problemas se han multiplicado. Sin embargo, persisten las lecciones históricas que, de una manera inédita, es posible aprovechar. El cuidado y respeto por el territorio sería un principio central. Procurar la radical contención de lo que ahora es una gravísima dispersión urbana. También la búsqueda de centralidades que permitan organizar racionalmente el tejido urbano. Desde luego, proveer los servicios municipales de manera eficaz y generalizada. Atender el transporte, las grandes infraestructuras necesarias, la calidad de todos los contextos de la urbe.

Y comprender que un adecuado y armonioso entorno urbano, un patrimonio edificado, no es un simple aspecto fisonómico: es la expresión de un orden general, de una verdadera integración de la ciudad en beneficio de todos sus habitantes.

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