José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
La Ciudad de México, entendiéndola como una extensión territorial que abarca tanto al centro como la periferia, fue dura, sinónimo [...]
17 noviembre, 2017
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
En una breve entrevista que Arquine sostuvo con Andrés Jiménez, nombre detrás de la marca MANCANDY, se puede leer que la diversidad fue el eje que dirigió la presentación de LOCO como acto inaugural de la Mercedes Benz Fashion Week de la Ciudad de México. La colección se mostró en la estación Buena Vista del tren ligero, la principal conexión entre la zona norte del Estado de México y el centro:
Para la colección LOCO, ¿de qué manera se pensó ese pasaje entre la periferia y la cuidad que es la estación Buena Vista? ¿Se consideraron aspectos sociales o económicos?
MANCANDY es una marca mexicana que siempre tiene como inspiración principal lo urbano. La estación Buena Vista es un punto especial en CDMX ya que, además de su estética, es una fuente de inspiración para mí como diseñador, ya que es un punto muy concurrido de la ciudad que reúne a mucha gente de diferentes estratos y contiene una diversidad impresionantemente hermosa. Los aspectos socioeconómicos siempre son factor a considerar dentro de mis colecciones ya que son aspectos que vivo al día a día e influyen al momento de producir una prenda.
¿Cómo es que se pretendía llegar a la gente “real” que usa el transporte público? ¿Sólo a través de las prendas? ¿O la pasarela también funcionó como una suerte de performance que narrara una historia?
La colección narra una historia por sí misma. No pretendo llegar a gente “real”, lo que yo hago es mostrar mi visión. El cómo es que yo tomaría el suburbano, o más bien, de cómo lo tomo. Más que una pasarela, fue un performance artístico que engloba el concepto de lo que es MANCANDY: un artista.
Para la locación que utilizaron, ¿pensaron cómo se vería una pasarela en el metro después de que un sismo devastara grandes áreas de la ciudad?
No. Se pensó cómo podíamos mostrar al mundo una parte sana, hermosa y relevante de la Ciudad de México de la mano de mi trabajo.
En el comunicado de prensa de la colección, se declara lo siguiente:
“El SUBURBANO fue el marco en donde se presenta esta propuesta inspirada en la gente real de México. La gente que viaja en los transportes públicos y vive un México verdadero, colorido y salvaje. Un México LOCO, tal como lo vive Andrés Jiménez MANCANDY”.
Los medios principales de México cubrieron el evento. Yo resalto este reporte hecho por la redacción de Sopitas:
“En algún punto de la vida conociste a un amigo que vivía en el Estado de México y su único medio de transporte para llegar ahí era el Tren Suburbano. Como buen chilango que eras, te burlabas de él y cuando lo acompañaste en alguna ocasión, sentías cómo lentamente te adentrabas a Mordor pero no solo eso, sino que también sentías que estabas lejísimos y, aunque te tomara 20 minutos llegar de Buenavista a Cuautitlán, igual se te hacía mucho tiempo y muchos kilómetros”.
Podríamos conceder que para la moda mexicana (cuyo único gran relato es la celebración de una industria creciente) la noción de “diversidad” opera desde lo ingenuo. Pero esa misma ingenuidad es lo que vuelve tan instrumental algo que, en apariencia, se encuentra sostenido sólo en las buenas intenciones. El multiculturalismo, la inclusión y la asimilación del otro son los rasgos principales de un capitalismo que neutraliza los conflictos a través de una democracia amorosa. Los diversos autores que han señalado esto plantean que ese amor es tan sólo una variación de lo colonial. ¿No es acaso un gesto de sometimiento mirar nuestro entorno a partir del privilegio? Actualmente, la Ciudad de México en la que florece la industria del estilo nunca será ni siquiera algo parecido a sí misma. Más bien, su significado estará contenido en un referente extranjero: la Nueva Berlín, la Nueva Islandia, la Nueva Región que se construye a partir de una sola visión entusiasta, la del México is the shit, la que traduce el Seguimos de pie post-sismo a los términos que impone la estimulación del mercado creativo. La población de las ciudades termina siendo una masa abstracta vibrante y colorida, esa “gente real” que pareciera utilizar los servicios de transporte porque son una tradición pintoresca y no una necesidad.
Igualmente, el nacionalismo de la moda contemporánea es primordialmente urbano, y representa algo menos que una imagen, algo más efímero que una superficie, algo que está al servicio de evitar que realmente se hable de México. A la manera de cuando las autoridades buscan acelerar el turismo para que se olviden las desapariciones masivas, las campañas comerciales de la moda anuncian que todo el país es la Ciudad de México, y que en esa ciudad la juventud más arriesgada y creativa puede encontrar un espacio para desarrollar todo su potencial (ver la campaña I Love México City de All Saints o H&M Loves Madero de H&M).
Insospechadamente, esta forma de representar a la ciudad aportó algo a la discusión sobre las desigualdades que la misma ciudad produce. Andrés Jiménez llevó la antorcha de la estética a un nodo especialmente complejo del transporte público y lejos de desactivar sus funciones en privilegio de un artificio, lo que provocó fue la acentuación de las diferencias entre el centro y la periferia. Lo que llamó tanto la atención es que una colección de moda estuviera en un sitio como ése, tan disímil de entornos más propios de una manifestación artística. Nadie se ha preguntado por qué las periferias no participan en la evolución de las industrias creativas o de la evolución misma de la ciudad. Por supuesto, es más fácil exotizar a Cuautitlán y jugarle a ser del barrio aún cuando el Estado de México no sea más que una extensión, activamente discriminada, de la mancha urbana.
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